domingo, 20 de noviembre de 2011

Un derecho hermoso

No recuerdo esa primera vez, recuerdo otras, el primer amor, el primer beso, pero del primer día que voté no hay imágenes concretas. Sí que he sentido siempre una gran emoción al llegar a la urna y oír mi nombre y apellidos dichos de ese modo solemne, casi sagrado, que de pronto te hace más que nunca, más persona de lo que has sido jamás, y a continuación el “vota” que acompaña siempre a la introducción de mi papeleta, y que me da una importancia en ese momento que no hay a diario, cruzados los cuerpos iguales en la masa informe que somos juntos. Un acto individual, nimio, que sin embargo siempre me ha dejado con el aire en suspenso.

Los nervios en el estómago y la sensación de que algo importante se cocía ha sido la constante todas las veces que he votado. En casa era habitual tener la radio encendida, si no la de mi padre, la de mis hermanos, y los días previos a las elecciones mucho más, la necesidad de una ideología inculcada por mi madre desde que éramos niños, emocionados todos, casi todos hacia la izquierda, mi hermana callada, jamás dijo qué votaba, muchos años después lo supe, lo suponía, todos lo sabíamos, pero fue bonito el desvelo, fue como decir “aquí estoy”. Mi padre, de derechas, ha sido la nota discordante, el que no nos ha dejado dar saltos tras los resultados obtenidos en muchas de las elecciones vividas, igual que cuando ganaba el Barsa -menos él, todos de este equipo-, él, del Madrid con cara de pocos amigos tras el resultado, pero bueno, discretamente había sonrisas, emociones ocultas que a veces se disfrutan más en silencio, como los amores secretos nunca confesados.

Las elecciones más polémicas que recuerdo, las más tristes también, fueron las del No a la guerra, tras los atentados del 11M, que cambiaron la historia, la del mundo y la de nuestro país especialmente, que salió de una época de oscurantismo y malos modos, de pisoteo de las libertades como no se recordaba desde la dictadura. En el colegio electoral en el que votaba aquel año, dos militantes del PP no querían dejar votar a una chica que llevaba el lema del No a la guerra -fondo negro y letras rojas, ¿lo recordáis?- colgado del pecho, orgullosa de poder portar el rechazo al horror.

Recuerdos, sí, que hoy me asaltan, no todos buenos, pero siempre emocionantes. El poder ser ya nosotros, desde las últimas elecciones, los que metamos la papeleta en la urna, me parece especial. El no tener miedo a opinar, a que nadie te manipule, aunque hay aún monjitas que acompañan a niños retrasados a votar instándoles a hacerlo a la derecha y padres que compran el voto. Me lo contó un compañero muy facha y muy perdido cuyo padre les daba, a su hermana y a él, cien euros si votaban al PP, las conciencias de esos muchachos adormecidas ya para siempre.

Hay muchas anécdotas y más recuerdos de los que imaginaba, muchos más, pero de la primera, primerísima vez, no tengo. Intentaré hacer memoria ahora, que voy para allá, una vez más, a ejercer un derecho hermoso, ganado entre todos, que me hace sentirme orgullosa y viva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario