jueves, 27 de diciembre de 2012

Si pudiera


Hoy tengo el corazón de canción francesa y el alma de tango. En el estómago un fado se debate por salir o quedarse ahí metido –quitándome el apetito– para siempre. De cantautor y llanto se me llenan los ojos cargados de edificios que desfilan deprisa. Es el tren, que los mueve. Por las manos me bailan agujas diminutas, puñalitos clavados al ritmo de un bolero que dice que si yo digo que vengas, lo dejas todo y vienes. Y es mentira. Lo pido muy bajito y no sucede. Hoy tengo en la garganta un arrebato de notas y sonidos de todos los momentos compartidos, repaso de unos años, no solo del que acaba. Y no trago ni grito. Si pudiera.

martes, 25 de diciembre de 2012

Mi navidad

Pasadas las fiestas oficiales y dichas las palabras mágicas, este año más whatsappeadas que nunca, el vacío vuelve a instalarse durante unas horas, las que ocupa la tarde de Navidad. Mañana, de nuevo habrá algo que hacer: comprar la ropa para fin de año y pensar en la celebración del día 31. Los hay que aprovecharán para hacer la lista de Reyes o para encontrar esos regalillos del día 6. Hay objetivos consumistas y eso alivia.

Pero el vacío, el verdadero vacío para el ser eminentemente navideño, llega en enero, cuando los regalos se han dado y recibido, se ha bebido y comido en exceso y en consecuencia hablado más de lo debido y poco más hay que añadir. El derroche de días atrás, la excitación, las fiestas de empresa, los apretujones en el metro o el despliegue de lucecitas quedan muy lejos y pareciera que hubiera sido un sueño. Ahora hay que enfrentarse a la realidad, y a los muy navideños les jode.

Los que odiamos la navidad tenemos la ventaja de disfrutar de los momentos sin compromisos sociales y aprovechar los días festivos en soledad o realizando actividades que nada tienen que ver con excederse en ningún sentido y sí con ver a la familia sosegadamente. La búsqueda de la paz no está, en mi caso, en los centros comerciales, que alivian mi aturdimiento interior en momentos de crisis pero no me tranquilizan. Mi paz interior, tan deseada y protegida con esmero, viene del silencio, de la lectura, de una buena charla con alguien especial, de esas que te llevan horas de un lugar a otro y de ese al siguiente, y hacen que lo que empezó con un café y algo de picoteo termine en una copa en un nuevo bar con música estupenda. En fin, esos son mis más preciados momentos. La carrera mañanera en el Retiro, mis casi ya veinticinco kilómetros a la semana que hacen salir de mí todo lo malo y me obligan a sonreír a pesar del esfuerzo y del corazón desbocado. Nadar sin pensar en nada más que en respirar y soñar.

Mi navidad resulta este año amable a pesar de los dolores y sinsabores de la vida últimamente. Intento acabar de leer la novela de bolsillo que comencé hace días, de estimularme con un ensayo sobre la traducción que me tiene absorbida y de analizar más en profundidad las ideas de otro volumen sobre los buenos y los malos lectores. Mi inglés avanza despacio, pero avanza. La esperanza de encontrar este año esa felicidad que no da el dinero, crece. El sueño de ver por fin publicada la novela que costó tanto escribir y ahí sigue parada, esperando a ser leída por todos, no acaba de desvanecerse.

Y esa es mi navidad sin mayúsculas, sencilla y tranquila. Me esperan aún estos días muy buenos amigos y mejores momentos. Y muchas más hermosas palabras.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Sueño con androides


Las pasiones, como los deseos, forman parte de ese universo único que nos hace humanos. La proyección de los  mismos puede llegar a modificar el curso de la historia y de las vidas, las propias y las ajenas. A través del amor y del odio, del anhelo por conseguir, somos capaces de las mejores obras pero también de la mayor de las destrucciones.

Terminada la lectura de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? tengo emociones encontradas, como las que estos días me acechan sin querer. Philip K. Dick logra despertar mi imaginación y me hace visualizar más allá. Permite que vea ese futuro en el que la humanidad ha conseguido llegar a construir androides, esos seres tan parecidos a los humanos que son difíciles de distinguir de estos. Las manos que los hicieron, sin embargo, quieren ahora aniquilarlos. Se recurre así al clásico tema del horror del hombre ante su propia creación, aunque en este caso el “monstruo” no es el androide, o no solo. El nuevo ser no es el clásico espanto devuelto a la vida o creado a partir de trozos de cuerpos humanos. El androide de la novela de K. Dick es hermoso. El peligro reside en la apariencia verdadera y atractiva y en la imitación de la inteligencia humana. Son seres que se mueven con agilidad, sin la torpeza y la terquedad de un no vivo.


El protagonista de la novela, un caza-recompensas que cobra por cada androide capturado, empieza a tener dilemas morales con los seres artificiales. Ni siquiera el test ideado para distinguirlos le convence al cien por cien, y ya no es suficiente con poseer animales eléctricos, necesita introducir en su vida a uno de verdad. Así, la oveja eléctrica que el protagonista posee como mascota  empieza a parecerle vacía, necesita sentir la vida en otro ser que pueda sorprenderlo con una acción inesperada, que sea débil y vulnerable como él mismo.

Con el dinero recibido por eliminar a tres androides decide comprar una cabra de verdad, pero el animal es, poco tiempo después, arrojado desde la azotea por un androide vengativo con el que el protagonista ha tenido relaciones sexuales a pesar de estar totalmente prohibido.

La novela termina con la deshumanización del humano y la humanización de la imitación, de la máquina, el androide desesperado capaz de vengarse como el humano más cargado de odio. Heredero de lo bueno también lo es de lo malo de la especie humana que lo creó. La metáfora de Dick queda clara.

El amor y el odio son en esta novela una condena, lo que somete a lo que realmente somos. En ello estriba el éxito y la genialidad de la obra, su atemporalidad aún hoy y a pesar de Blade Runner, un film acertado pero no mejor que el texto, en la línea de ese Fahrenheit 451 en el que también un destructor de la inteligencia, el bombero quema-libros, es el protagonista cargado de dudas existenciales que acaba rebelándose contra el sistema.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Equilibrio

Hoy es un día triste y descolorido en los que a duras penas se adivina el sol. La niebla llega casi a poder masticarse. Mira, sí, acabo de probarlo y lo parece. Abrí la ventana y la sentí sólida intentando entrar en casa. Es, además, un día malo para mí en el que la traición me acompaña como una losa que aún no sabré cómo quitarme de encima si es que lo consigo algún día, supongo que sí. Pero curiosamente, y como no todo es espantoso, se me ha concedido una segunda oportunidad para volver a compartir la vida con la mejor amiga que nunca tuve y que hoy me trae olores del verano, de las risas, de las canciones, también de las tristezas. Esas amigas incondicionales en cuya casa puedes refugiarte cuando las cosas van mal, muy, muy mal y a las que abrazas cuando son ellas las que sufren.

Esta tarde volveré a tener frente a mí a mi tan añorada amiga y no habrá quien nos pare, tenemos que ponernos al día tras una pausa de dos años... Es mucho tiempo, demasiado. He tenido una de las peores pérdidas y dolores esta semana pero he ganado otra, la mejor, la que creía perdida. El mundo sin duda se equilibra en estos casos. Desgraciadamente para muchos otros todo son pérdidas. Unos no las merecen, otros sí. Y están solos, y son patéticos, y como los muebles viejos, quedarán arrinconados en la memoria de nadie.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Y despertó el verbo

Cuando las tareas se acumulan tienes que escapar como sea. Se escapa parando y meditando antes de continuar. Acción, pero también descanso. Cuando no hay tareas que hacer es mejor buscarlas. La falta de ellas puede llevar al deterioro mental, a la pasividad, a la anulación de la inteligencia y de la capacidad de resolución y de reacción.

No actuar implica falta de interés, lo que a su vez se traduce en egoísmo, al no desear más que lo que nos atañe de inmediato, a nuestro lado y por nuestra subsistencia, sin pensar en nadie ni en nada más. Estar en activo física e intelectualmente incluye a otros y hace que tangamos que esforzarnos en escuchar y comprender, lo que nos convierte en más humanos y menos egoístas.

Escuchar, como tantas otras cosas en la vida de un ser humano es muy difícil. No oír, eso lo hacemos. Las bocinas de los coches, las palabras, el murmullo que siempre nos rodea en una gran ciudad. Pero escuchar con atención a alguien o algo resulta más difícil en estos tiempos. Al igual que el acceso a la información ha cambiado nuestra forma de leer las noticias (someramente, por encima, poco más de un repaso rápido a los titulares), el exceso de ruido nos ha hecho más difícil escuchar. Hay demasiadas interferencias y suciedad -no se me ocurre otra palabra para definirlo- para escuchar lo importante, captarlo, asimilarlo y poder dar el correspondiente consejo, si se nos pide, o almacenar la importancia de lo expresado por otros, que al mismo tiempo alimenta nuestro interior y nos hará modificar o no la idea que teníamos sobre el tema antes de escuchar a esa otra persona que piensa diferente o parecido a nosotros pero con matices.

Al igual que hemos perdido la falta de atención y la capacidad de concentración para leer detenidamente y no por encima, hemos perdido la capacidad de escuchar, que es tan grata. Probadlo. Poneos a escuchar de verdad a alguien que esté contando su historia y pida ser escuchado. El éxito de los monólogos cómicos o del teatro que implica al público tiene éxito porque nos sitúa en un momento frente a una historia bien contada que nos hace analizarnos a nosotros mismos, compararnos, sonreír, llorar, meditar... Sin las palabras de otros, sin las vidas de los demás, somos solo nosotros en un vacío inmenso que es la vida. La necesidad de escuchar y de ser escuchados es brutal hasta el punto de que expresa la demencia y el dramático sufrimiento de muchísimos ancianos que viven solos en las grandes ciudades, por ejemplo. La necesidad de escuchar nos lleva a encender la radio y el televisor nada más llegar a casa, casi sin darnos tiempo a quitarnos los zapatos. La de ser escuchados, desgraciadamente, puede llevarnos a hablar solos. A quién no le ha sucedido tener un problema y hasta que no lo verbaliza no ve la solución. Los psicólogos están en buena parte para escuchar, son la descarga del alma de miles de personas, de ahí su éxito.

Desde aquí animo a escuchar y a hablar, a contar, porque creo que todos seríamos más felices, incluido el gobierno. Un gobierno que no escucha ni dice, ni expresa, hace a un país infeliz pero más verbal que nunca, más solidario, menos egoísta, porque el pueblo tiene que hablar y cada uno tiene una historia que contar. Un día los profesores, otro los médicos, otro los discapacitados, otro los jubilados o los jóvenes. Sé ahora mismo más de esta sociedad que nunca antes, gracias al silencio de este gobierno. La gente ha empezado a hablar y a comunicarse, a necesitar ser escuchada. En ese sentido, les digo a los que gobiernan: Gracias, muchos han despertado debido a vuestro desprecio.