jueves, 17 de noviembre de 2011

Con ellos llegó el escándalo

A Benetton se lo perdono todo. No soy una asidua de su ropa ni de su diseño pero sí de sus campañas porque creo que detrás de la provocación hay una gran idea, un germen que va más allá del puro escándalo y que se moja con problemas sociales importantes, algo que la moda no ha de apoyar, quizá, ¿pero qué hay de malo cuando lo hacen y pueden de este modo influir en el pensamiento general de la población o en hacer que esta piense de repente en asuntos que normalmente no pasaría por su cabeza y menos entre los que compran ropa cara y pija?


Desde las famosas imágenes de personas de distintas razas vistiendo ropa de colores me he sentido afín a su espíritu innovador, luminoso y tan ochentero. Representa mi adolescencia –sí, fui pijilla– y mi forma de ver el mundo a los quince años, con esa rebeldía que buscas con ansia y tanto te cuesta encontrar fuera de grupos de rock y algún que otro actor de moda. El hecho de que una marca de ropa se salte los tópicos y tenga la capacidad de, a pesar de ser tan sencilla y clásica, remover las conciencias y escandalizar, hace que simpatice inmediatamente, y más cuando se trata de provocar al Vaticano, como en la última de sus campañas, en la que muestran las fotos lógicamente trucadas del Papa Benedicto XVI besándose con el imán de El cairo.


Siempre ha habido escándalos en la trayectoria publicitaria de Benetton, y esta vez ha vuelto fuerte, hacía tiempo que no nos sorprendía así. La pregunta es: ¿Sorprende ya realmente? ¿No se ve quizá también la provocación que suelen manejar ya un poco trasnochada? Hace diez, veinte años, no estábamos acostumbrados a este tipo de montajes fotográficos o de imágenes “impactantes” que gracias a Internet son tan frecuentes ahora. Ya no nos escandaliza casi nada visualmente. Y es que si lo piensas, los únicos que se han ofendido con esta última campaña de Benetton son los conservadores natos, los de siempre, los que hasta en el escándalo y la denuncia de conductas están pasados de moda, ochenteros hasta la médula. Y ya no se lleva.

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