lunes, 28 de noviembre de 2011

Te traigo

De vuelta de los viajes me gusta volver a estar en el mundo. No he querido saber demasiado de la política nacional ni de sucesos sobrenaturales, la realidad aparcada provisionalmente.

Cierro los ojos durante el viaje de vuelta en el tren e intento imaginar lo que habrá sucedido en mi ausencia y si las cosas no habrán cambiado demasiado. Tengo la impresión de haber detenido el tiempo, de haber pulsado un botón y haberme sumergido en la paz de la ciudad de provincias, esa que te anula ante cualquier esfuerzo excesivo por un problema o una preocupación y que no me importaría experimentar algún día. Los hechos, en estas ciudades más pequeñas en las que no hay las absurdas prisas que no llevan a nada positivo, son relativos. Suceden y no suceden. Ocurren pero no estás seguro de que sean reales. Es como participar en la vida a través de un sueño armonioso.

Repaso mentalmente las tareas que me esperan a la vuelta, las lavadoras que habré de poner, la compra de lo esencial en el súper -tan mundano y necesario-, la limpieza del piso, el trabajo que ha quedado olvidado donde habita, afortunadamente no me lo llevé conmigo.

Intento imaginar qué me espera de bueno en los próximos días y veo árboles y carreras bajo ellos, la música acompañándome en mi iPod. La piscina de noche, también la veo, caras que me sonríen y me saludan pero nadie esperándome para recogerme, tantos días ausente. No me lo esperaba pero trago saliva y vuelvo a casa cansada. No hay cambios aparentes en mí y sin embargo ha cambiado todo, la energía cargada, la visión del mundo ampliada, los problemillas vitales solucionados, ahora todo claro o casi, casi. Y ahí está, la miro escondida, la pequeña arruga nueva que se cuela en el cuello y habla de nuevas experiencias y reflexiones de costas coruñesas, de otoños de cuentos de hadas celtas, de vida fresca.

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