No sé en qué día vivo, me he despertado tarde y después de un sueño profundo plagado de pesadillas. No me acuerdo de todas pero hay una que me ha dejado conmocionada, en la que la alcaldesa de mi ciudad pedía “voluntarios” para llenar los espacios públicos vacíos como bibliotecas, polideportivos y escuelas. Incluso hospitales, creo recordar. En la siguiente escena de mi sueño-pesadilla me encontraba en la cama de un hospital y un grupo de jóvenes se afanaban en hincar el diente a mi cuerpo, inseguros, con un bisturí en una mano, la anestesia en la otra, y sin saber muy bien por dónde empezar. Me he despertado gritando, como en las más espantosas pesadillas, porque esta se llevaba la palma.
No me importaría que un voluntario me diera un libro erróneo que no tuviera nada que ver con el título que había pedido, pero sí que mi profesor de natación me permitiera hacer un movimiento continuo que acabara lesionándome y llevándome al hospital donde quizá me atendiera otro voluntario con las mejores intenciones y me diera un medicamento erróneo.
Si el PP no sabe cómo llenar tanto edificio inútil -si vacío- que gente de su propio partido construyó sin tener en cuenta que había que llenarlo con empleados públicos, allá ellos. Pero que no nos insulten. Hemos llegado a un punto en el que no solo los particulares y las empresas privadas pretenden contratar a personas que trabajen casi gratis con la vergüenza de sueldos que pagan a auténticos profesionales del oficio que sea, da igual, está pasando en todos. Pero que nuestros propios representantes en las urnas “soliciten” amablemente la limosna del trabajo voluntario o gratuito cuando hay gente preparada esperando una plaza para trabajar por un sueldo digno es tan insultante, chabacano, agorero y franquista que falta que después el querido empleado se pase por el tinte a recogerle a la señora la ropa y se la lleve a casa de camino a la suya.
Es esta la actitud típica del señorito, de las señoras bien que recaudan dinero para las misiones en África con sus abrigos de piel sobre los hombros y se les llena la boca de las desgracias y del hambre en el mundo cuando los que la rodean soportan su tiranía y su insolencia a diario.
Me encantan mis clases de natación, que recibo en un gimnasio municipal de la Comunidad de Madrid. No son caras, pero quizá si me hago voluntaria podría impartirlas yo misma y ese dinerillo que me ahorro, nado gratis y enseño a duras penas a sostenerse a los pobres alumnos. Todo se andará.