sábado, 28 de enero de 2012

De buena voluntad

No sé en qué día vivo, me he despertado tarde y después de un sueño profundo plagado de pesadillas. No me acuerdo de todas pero hay una que me ha dejado conmocionada, en la que la alcaldesa de mi ciudad pedía “voluntarios” para llenar los espacios públicos vacíos como bibliotecas, polideportivos y escuelas. Incluso hospitales, creo recordar. En la siguiente escena de mi sueño-pesadilla me encontraba en la cama de un hospital y un grupo de jóvenes se afanaban en hincar el diente a mi cuerpo, inseguros, con un bisturí en una mano, la anestesia en la otra, y sin saber muy bien por dónde empezar. Me he despertado gritando, como en las más espantosas pesadillas, porque esta se llevaba la palma.

No me importaría que un voluntario me diera un libro erróneo que no tuviera nada que ver con el título que había pedido, pero sí que mi profesor de natación me permitiera hacer un movimiento continuo que acabara lesionándome y llevándome al hospital donde quizá me atendiera otro voluntario con las mejores intenciones y me diera un medicamento erróneo.

Si el PP no sabe cómo llenar tanto edificio inútil -si vacío- que gente de su propio partido construyó sin tener en cuenta que había que llenarlo con empleados públicos, allá ellos. Pero que no nos insulten. Hemos llegado a un punto en el que no solo los particulares y las empresas privadas pretenden contratar a personas que trabajen casi gratis con la vergüenza de sueldos que pagan a auténticos profesionales del oficio que sea, da igual, está pasando en todos. Pero que nuestros propios representantes en las urnas “soliciten” amablemente la limosna del trabajo voluntario o gratuito cuando hay gente preparada esperando una plaza para trabajar por un sueldo digno es tan insultante, chabacano, agorero y franquista que falta que después el querido empleado se pase por el tinte a recogerle a la señora la ropa y se la lleve a casa de camino a la suya.

Es esta la actitud típica del señorito, de las señoras bien que recaudan dinero para las misiones en África con sus abrigos de piel sobre los hombros y se les llena la boca de las desgracias y del hambre en el mundo cuando los que la rodean soportan su tiranía y su insolencia a diario.

Me encantan mis clases de natación, que recibo en un gimnasio municipal de la Comunidad de Madrid. No son caras, pero quizá si me hago voluntaria podría impartirlas yo misma y ese dinerillo que me ahorro, nado gratis y enseño a duras penas a sostenerse a los pobres alumnos. Todo se andará.

viernes, 27 de enero de 2012

Mi pequeña

Por lo que sé de padres con hijos que se hacen mayores, es muy parecida la sensación de vértigo al saber que has de lanzar a la nueva criatura al mundo cuando terminas una novela y no queda nada más que enseñar, quizá un punto aquí o una coma allá, al menos por parte del autor-padre.

Los hijos crecen y hay un primer día en que viajarán solos en el metro y volverán a casa habiendo visto con sus propios ojos no siempre lo que nos gustaría.

A mi niña, de casi doscientas páginas, la tengo que dejar ir para que se relacione con los demás y quizá otros la quieran y crezca con ellos -no en número de páginas sino de autoestima y madurez-. Ojalá guste mucho y allá donde vaya triunfe, le deseo lo mejor, como madre que soy suya, no podía ser menos. Pero he de dejarla ya y pensar en mi próximo proyecto, pues este me ha tenido absorbida más de dos años.

Cuando la registre sí ya estará lista para ser presentada al mundo, con su mejor traje y, espero, pocos errores, aunque alguno habrá, si no, no sería mi pequeña. Con sus errores y sus defectos pero también con bastantes aciertos se la mostraré a los que quieran leerla, aún no sé muy bien cómo.

Se lee bien, no será difícil que el lector se quede atrapado, aunque quizá caiga pesada a los lectores de acción, puramente consumidores de sucesos y tramas policiacos. Cuando la creé no pensé en eso, si así fuera nada de lo que escribo me gustaría. No escribo para los demás, quizá sí para algunos “demás” a los que les guste dar vueltas y vueltas al pensamiento, a lo que nos ronda a todos de un mismo modo o muy parecido, al fin y al cabo, los problemas no son tan diferentes. Me detengo en las emociones más nimias del personaje cuando escribo, en sus observaciones.

Mi narrador dará buena cuenta de la historia en la que los vivos y los muertos se dan la mano sin querer y las mujeres son maltratadas con astucia y engaño, pero también salen a flote. Los hombres no salen muy bien parados. Es una historia de hombres malos, muy malos, y mujeres algo complicadas, cobardes y valientes, víctimas en la mayoría de los casos, lisiadas, embarazadas, feas, madres, putas, grandes como seres mitológicos, dulces y buenas como lo sería un hada. Son mis mujeres y mis hombres, es mi historia y ahora he de dejarla libre a mi pesar. Espero que sepa cuidarse.

jueves, 26 de enero de 2012

El miedo

El miedo se ahuyenta en parte con la luz. Los niños piden a sus padres lámparas encendidas de noche, aunque sean tenues sus luces, quizá solo la irradie un pequeño muñeco de cuya cabeza o cuerpo salga la suficiente claridad como para espantar el miedo.

En las películas de terror en las que hay una bestia acechante que acobarda a los protagonistas, también se la aleja con una luz, la de una linterna, la de una cámara de vídeo con la que además aprovechan para grabar a la bestia y lo que la rodea y así tener pruebas de su existencia para los incrédulos.

Mis miedos no pueden probarse y sin embargo son cotidianos, tan cercanos como una bestia desconocida parada junto a mí y dispuesta a devorarme. Mi bestia no tiene una forma definida, va mutando en tamaño e importancia. En las épocas buenas es apenas una sombra que de vez en cuando me ensombrece el ánimo pero que acaba siendo vencida por mi optimismo y un entusiasmo vital que afortunadamente aún poseo a menudo. En las malas épocas la bestia es oscura y grande y lo llena todo y no me deja dormir ni vivir, ni sonreír. Me amenaza desde su prepotencia con hacerme la vida imposible, con la oscuridad y la violencia. Sabe que esta es lo que más temo y con ello juega para atormentarme. Llenan muertes violentas entonces mis pesadillas y ella triunfa a la mañana, cuando me levanto con ojeras hasta el ombligo y la ansiedad en el pecho.

A mis miedos los echo amando, pero en los peores momentos siempre tengo la sensación de que no hay nada que hacer contra ellos, es peor si los ignoras, atacan más firmemente, me acabarán sorprendiendo con una muerte injusta de alguien a quien amo y no quiero perder, y el mal, como en mis peores sueños, acabará venciendo al bien que parece prevalecer pero que a veces no está. cuando más se lo necesita.

Hoy tengo un día optimista, de los que el miedo suele huir y no me manda a la bestia. Nunca se sabe, sin embargo. Ahora el sol luce -lucía, se está nublando-, estoy de vacaciones, nada malo parece poder pasarme pero siento que a medida que la luz se oculte y vaya muriendo el día, puede aparecer de nuevo el mal con una mala noticia, la llamada inesperada que dé al traste con la poca felicidad.

lunes, 23 de enero de 2012

Gracias

Me senté en la última mesa del restaurante, una pequeña que se encontraba junto a la ventana. Unas flores silvestres descansaban en un jarroncito de cristal sobre el mantel de tela beige algo gastado. Era un sitio que me gustaba porque cuidaban mucho la materia prima y cocinaban como lo haría una madre querida que quiere alimentar correctamente a sus hijos.

Me trajeron muy pronto la comida aquel día y apenas percibí al camarero pero en el segundo plato le di las gracias, como es mi costumbre, como debería ser la de todos. Se quedó sorprendido mirándome y me preguntó si necesitaba algo más, me sonrió y me retiró el plato de ensalada con auténtico cuidado, nada que ver con los movimientos bruscos que, me había fijado, aquella mañana estaba utilizando quizá porque tenía un mal día o un problema personal.

Subí al metro al terminar de comer, y al ir a salir en mi estación pedí, por favor, que me dejaran un hueco para pasar a los que se agolpaban en la puerta y di las gracias cuando alguien me miró y me hizo caso. El resto no se movió a pesar de haberme oído y les extrañaron mis palabras amables y mi sonrisa.

La gratitud, la educación, el saber apreciar cada gesto cotidiano, el propio y el ajeno, es algo en peligro de extinción. Si eres amable y educada te miran como si estuvieras loca y piensan que quizá busques algo a cambio. Hay algunas personas que sí saben apreciar esas palabras, esos gestos, esas sonrisas al pedir algo, esa mirada de cordialidad, de reconocimiento del otro, de humanización al fin y al cabo.

Me he dado cuenta de que en los peores días de uno puedes pasarte sin mirar a los ojos a nadie durante horas. No quieres que nadie vea tu tristeza y miras al suelo si caminas. Si vas en el metro, sentado delante de otras personas, cierras los ojos, o lees o piensas con la mirada perdida, y si pides salir del vagón, das un ligero empujón y ni miras a quien tocas. Así puede pasarse toda una vida, sin pedir ni agradecer cuando se nos ayuda, cuando se nos da lo inesperado o lo que consideramos normal, como que un camarero te ponga el plato en la mesa. “Es su trabajo”, dicen algunos. Bueno, puede ser, también lo es el de la gente que trabaja conmigo enviarme textos y no por ello dejo de agradecer. ¿Costumbre? Quizá, pero no mala ni de más, nunca está de más ser amable y agradecido. Hace poco agradecía a un superior algo que me correspondía pero que consideré oportuno agradecer y me apartó de su lado con cajas destempladas, desconfiado, mezquino, creyendo, quizá, que iba a pedirle más de lo ya dado y me amenazó con arrebatarme lo entregado.

Me enseñaron a agradecer y me lo sé bien, me hace más humana y me permite apreciar la humanidad y el agradecimiento de los otros y ser en consecuencia más feliz. No dejaré de hacerlo.

sábado, 21 de enero de 2012

Alegrías y asperezas

Desde tiempos inmemoriales… Así comienzan muchas de las historias para que el lector o el espectador de una película o documental puedan situarse en épocas no vividas, pasadas, misteriosas por ello y atractivas en consecuencia.

Desde tiempos inmemoriales el hombre ha buscado la felicidad. Este es mi comienzo. Hay un ensayo de Punset sobre la felicidad y unos cuantos de Marina que me interesan más, sin duda, y en todos hay el mismo ejercicio a realizar, auto-preguntarse, hacerse una lista física -con lápiz y papel- o mental dividiendo en dos la vida, las alegrías y las asperezas.

Siempre, si se tiene un espíritu positivo, por supuesto, salen más alegrías que asperezas. Así, por ejemplo, podría ser una aspereza: “Llego justita a final de mes para pagar el alquiler y las facturas”. Pero podría ser una alegría: “Tengo un apartamento para mí sola con todas las comodidades, acogedor y luminoso”. ¿Que esta alegría nos hace llegar justitos a finales de mes? Bueno, es una consecuencia, no una aspereza.

He aprendido en los últimos ocho años bastantes cosas, y aunque provengan del sufrimiento en su mayor parte y de grandes asperezas, las consecuencias, los resultados, los posos que han quedado del dolor son positivos. A escala mayor, la vida de cada uno es así constantemente, pero no somos capaces de visualizarla en conjunto o no queremos, y es un ejercicio sano y extraordinario.

Por épocas centramos nuestra energía en un proyecto positivo y sin darnos cuenta vamos dirigiéndonos a su consecución. Resulta extraño, por ejemplo, pensar ahora en los años de facultad y en la cantidad de horas de estudio dedicadas a acabar una licenciatura. Este fue uno de los objetivos más grandes de nuestra vida. Después, inconscientemente, enamorarnos, buscarnos afecto -simultaneamos el estudio y el amor-. Después quisimos poner en práctica el conocimiento adquirido y trabajar, más tarde viajar -trabajar y viajar y seguir enamorados-. Y así, las tareas se iban complementando y solapando pero en ocasiones las motivaciones se venían abajo y uno tenía que buscar razones para estar vivo y darle sentido a su vida.

Vivimos bajo motivaciones y alegrías pero son inevitables las asperezas, aunque si saben integrarse pueden traer efectos beneficiosos para uno a la larga, incluso la madurez emocional. ¿Difícil? Sí, pero ponla en tu lista de objetivos, “Búsqueda de la madurez emocional” y junto a “Ser feliz” y ya verás lo que sale, probablemente una alegría.

miércoles, 18 de enero de 2012

La cucaracha

La envidia española se extiende con muchísima facilidad. Es un mal que aqueja a un noventa y cinco por ciento de la población de España porque se contagia con mucha facilidad.

La envidia española no se da solo en el terreno personal y en la vida privada de las víctimas, y perjudica, lógicamente, a los que rodean al envidioso. La envidia en el entorno laboral es muy frecuente, y si se hiciera un estudio empresarial serio se descubriría que es esa envidia la culpable de una baja productividad en el trabajo. Los trabajadores españoles invierten mucha de su energía en desear y ambicionar lo de los demás, lo que les impide concentrarse en su trabajo, y si no lo consiguen –porque no todos podemos tenerlo todo como el de al lado– se dedican a meter cizaña y a intentar tirar por tierra el prestigio y la honestidad de los que envidian.

La envidia tiene efectos secundarios, y las empresas deberían tener cuidado de a quién contratan, no porque el empleado vaya a perder el tiempo en Internet o haciendo algo que no debe o tomando café, sino porque puede hacerlo molestando a los demás y retrasando, en consecuencia, la entrega de los proyectos o ralentizando el ritmo de trabajo para alcanzar los objetivos planteados.

En esto no se libran los jefes o responsables de equipo, que ante el bienestar de un empleado se sienten atacados como si les estuviesen robando, y envidian su buena suerte de empleado de segunda que es feliz haciendo su trabajo y viviendo su vida al salir de la oficina.

Y es que una de las cosas que más se envidia por estas tierras es la felicidad de los demás. Cuando alguien es tan mezquino que es incapaz de ganarse el afecto de sus semejantes o descubrir el amor, su mecanismo de defensa es destruir, acabar con la felicidad y la tranquilidad que da la felicidad a los demás.

Así, el primer baremo para saber si una empresa es sana es ver el tipo de jefe que sostiene y la plantilla que la compone para saber a qué atenerse, que hay mucho inepto y desequilibrado contratado por enchufe o error que es zafio, ignorante y cuya inteligencia emocional es la de una cucaracha, y por lo tanto potencialmente muy peligroso, ya que transmite enfermedades y se mueve entre la mierda.

martes, 17 de enero de 2012

Mayores pero no revueltos

Cuando te haces mayor te vas haciendo un poco padre. Protestas, riñes, corriges y la moral recta aumenta. Como se suele decir, la edad nos hace más conservadores pero no por ello menos comprensivos e intolerantes. A algunos sí, sin duda, y de esos hay que huir como de la peste.

Lo bueno de crecer y madurar, e incluso de envejecer, es que si se ha aprovechado la vida uno sabe más y puede reconocer a su especie en todo tipo de situaciones y saber quién miente, quién es bondadoso, de quién conviene alejarse, con quién merece la pena quedarse.

El tiempo pasa para algunos mejor que para otros pero en general me gusta encontrarme con la gente que evoluciona y cambia, que da un paso, a la que cuando veo después de un tiempo noto distinta, mejor. No dejamos de cambiar como no dejamos de envejecer. Hay algo digno y admirable en saber cómo pasa el tiempo por uno, en ser consciente del cambio y en el intento de no abandonarse.

Hace poco oí de boca de un compañero que poco nos quedaba ya para disfrutar de la vida, que ya estábamos cerca de los cuarenta, y yo pensé: “Pero si acaba de empezar, si ahora viene lo mejor, si ahora es cuando estoy serena y puedo realmente disfrutar y saborear, porque por fin sé y ya no tengo miedo, o no el miedo continuo de antes, cuando era más joven”.

Pocos reflexionan, la mayoría vive y muere y desaprovecha, no vive dignamente. Unos tanto, otros muy poco. No quiero llegar a la vejez y pensar que no lo merezco, me gusta cumplir años y ver que hago lo posible por ser más persona, más humana, por amar más y mejor. El tiempo pasa –como decía Pablo– y nos vamos haciendo viejos. La razón se impone. Bienvenida sea.

domingo, 15 de enero de 2012

Lo normal

Los observé desde que entraron en el parque hasta que salieron. Yo iba detrás de ellos, trotando, ya que era mi hora de ejercicio. El padre agarraba la mano del niño y este no estaba ni medio preocupado por la responsabilidad de guiar al padre, de hecho intercalaba las instrucciones de lo que el padre había de ir haciendo con comentarios entusiastas sobre un videojuego reciente que lo tenía fascinado. Su padre era ciego. “Cuidado ahora, papá, vienen tres escalones. Uno…, dooos…, vale, ya. Pues eso, ¿y tú cuál elegirías de los personajes, el que tiene barba o el de pelo largo? Yo el de barba, es más fuerte”. Así, cualquier mínima elevación o giro era advertido por el niño, de no más de ocho años, que decía “ahora a la izquierda” o “vienen las escaleras”. Era un parque conocido para los dos, que debían de recorrer el camino a diario. El destino del padre, en cierto modo, en manos del hijo, con la mayor naturalidad guiado, cuando lo lógico es que fuera el padre el que cogiera la mano al niño para que no cruzara el semáforo sin mirar, de forma imprudente.

Hay muchas formas de amor, pero la que provoca el cuidar a alguien que nos necesita es una de las que más fuerza tiene. Puede cansar a veces por la responsabilidad y la carga que supone. Nunca he tenido que hacerlo excepto por espacios brevísimos de la enfermedad de alguien pero sí lo han hecho por mí, y a pesar de apreciar la carga que suponía cuidarme, aprecié también el cariño inmenso que se iba creando. Es habitual y lógico cuidar a un cachorro o a un humano bebé y a los ancianos cuando no pueden valerse por sí mismos, pero no que un niño guíe a su padre, ni que una anciana dé de comer a un hijo de treinta, como si fuera un bebé. No debería ser, quizá, puede no ser lo normal, pero una vez que ha de hacerse se establece un vínculo, una especie de amor que dura para siempre. Uno, por agradecido, hacia el anciano o el niño que lo guió y alimentó, y el otro por sentir que ha sacado adelante a una persona a la que ya amaba y que ahora siente más inmersa en su vida.

Hay tantas formas de amar como de vivir. Hay padres que sobreviven a los hijos cuando lo normal es al revés, justamente, ley de vida. Pero la vida es muy azarosa y esas leyes supuestamente cerradas se saltan a menudo porque el mundo es así de sorprendente y por eso maravilloso. Nunca sabrás a quién vas a deberle la vida ni por qué vas a estar agradecido ni a quién amarás el día de mañana, tanto, que te dolerá el pecho solo de pensar en esa persona. El agradecimiento es una forma de amor muy poderosa, mucho. Y sentirlo te hace también mejor.

viernes, 13 de enero de 2012

No temas, sueña

El que teme a un día como hoy, viernes 13, padece paraskavedekatriafobia o friggatriscaidecafobia (esta última palabra alude a la diosa vikinga Frigga, de donde procede Friday en inglés). Viernes y oscuro, viernes negro. Aparte de la curiosidad de las palabras referidas a los que estremece especialmente este día, hay mucho más detrás para reflexionar. En las culturas anglosajonas es el viernes, en las latinas el martes. En Italia, el día maldito es el viernes 17, vete tú a saber por qué.


Lo que me fascina del asunto es el deseo de que exista un día al que poder acusar de la mala suerte, de lo azaroso de nuestra vida, del destino incierto que hace que nos pase de pronto lo que nunca imaginamos que pasaría. El hecho de “tener” un día al que agarrarnos, contra el que estar prevenidos, asegura cierta tranquilidad para el resto de fechas, al menos, en las que si el azar se porta mal será porque tenemos el colmo de la mala suerte. No parecemos querer creer que desgraciadamente en muchas ocasiones lo habitual sea que las cosas no vayan bien y que el que la vida nos golpee con cierta frecuencia sea lo lógico. Nos cuesta ser realistas a pesar de vivir en la realidad.


El sueño que vivimos en países como el nuestro en el que la hambruna y las enfermedades no matan cada día a millones de personas, es solo eso, un sueño, frágil y fugaz, nunca duradero, al menos no hay un siempre implicado que pueda tranquilizarnos y nos quedamos con el casi y aguantamos con los ojos cerrados y cruzando los dedos, a la espera de seguir dormidos al despertar de nuestro sueño occidental.

jueves, 12 de enero de 2012

Visualiza el ánimo

Pensar en cosas alegres y positivas al final del día cuando este no ha sido bueno es una tarea que me han recomendado y que funciona. Visualizar la felicidad te cambia el ánimo y te relaja antes de dormir. Se trata de imaginar o rememorar escenas bonitas o buenos momentos en los que uno esté presente a ser posible. Puedes imaginarte en la típica playa paradisíaca, pero tampoco hay que irse tan lejos. En ocasiones basta únicamente con acordarse de una conversación entretenida, de una cena íntima o de una ciudad amable.


En muchas ocasiones tenemos en nuestras manos más herramientas de las que imaginamos para superar esos malos días o rachas. Se trata de esforzarse, respirar hondo, caminar para espantar a los fantasmas de la realidad o visualizar y soñar un rato despiertos antes de volver a lo que nos ocupa en el presente, dormir si es de noche y tarde o seguir adelante en el día. Esas pequeñas rupturas en mitad o al final de la jornada son las que permiten que afrontemos la semana con optimismo y sin angustias innecesarias. Bien es cierto que no siempre te dejan hacerlo y que hay personas que parecen nacidas para amargarnos, pero cuando te lo permiten funciona muy bien y hay que anotárselo.


Mañana es viernes, ahí está ya, en la puerta, esperando para entrar, pero a partir del lunes podemos volver a tirar de truquillos y herramientas que nos salven de la maldad laboral y el estrés, solo hay que seguir unos sencillos pasos.

martes, 10 de enero de 2012

La luna callejera

La calle por la que subía a diario le mostró, una mañana, la luna llena que quería ocupar el cielo más allá de la noche. La imagen desapareció al volver la esquina y subir por la cuesta de la iglesia, donde sin embargo siguió pensando en lo que había visto y en otras escenas diurno-nocturnas que a lo largo de su vida había disfrutado.


Así, pensó en un amanecer vacacional en Cádiz en el que el silencio la despertó y la obligó a dar un paseo por la playa. Un caballo blanco trotaba por la orilla como si no fuera bello e insólito, como si lo normal fuera mostrarse así ante el mundo y no excepcional, como si lo inevitable y lógico aquel día fuera haberse cruzado con ella. Siguió caminando con el corazón bombeando con fuerza en su interior una vez el caballo se perdió a su espalda. El momento había pasado y no había cámara de fotos ni vídeo que hubiera almacenado aquello. Solo estaría en su memoria. No era poco.


Le asalta el recuerdo de una mañana en la que la nieve había cubierto la ciudad durante la noche. Vio cómo sucedía, cómo a medida que avanzaba hollaba con sus pasos la blancura y lo impoluto del paisaje y el ligero sonido de la nieve bajo sus pies, aplastada sin quererlo. Lo recuerda porque había un silencio extraño. “Como los comienzos de la historia, del mundo”, recuerda que pensó en ese momento. Y recordar lo que uno recordó es como recordar de nuevo y todo se muestra ante nosotros como la primera vez.


¿Hay algo mejor que visitar la memoria?, se pregunta tras llegar a su destino con la imagen aún reciente de la luna fugaz. Recuerda una cita de Chesterton que decía: “Los parajes imperecederos que nos será dable volver a ver mientras vivamos, con solo cerrar los ojos, no son aquellos que contemplamos siguiendo las instrucciones de una guía, sino los que no nos detuvimos a mirar; aquellos por donde atravesábamos cuando íbamos pensando en otra cosa”.

Ha llegado a su destino, y en mitad de la reunión que le ocupará un par de horas y en la que anota sin cesar en un cuaderno no puede dejar de ver esa luna callejera que le ha cambiado el día sin quererlo.

lunes, 9 de enero de 2012

Ordenarse en el caos

En el mes más perezoso del año empiezo a trabajar después de una semana de vacaciones. Comenzar el día 9 tienen sus ventajas, pues ya queda menos para que llegue febrero y se ha apagado el entusiasmo de felicitar el año que parece enloquecer a todo el mundo y me irrita. Sí, algo más asociado a las vacaciones navideñas que me molesta, me resulta falso y absurdo. Aun así han sido unos cuantos los que por costumbre o sinceramente me han felicitado el año. ¿Encierra la felicitación el sentimiento de enhorabuena por haber superado un año más, el pasado, o te desean un año nuevo feliz? Supongo que lo segundo, pero nunca se sabe, yo pregunto.


Como soy optimista pero miedosa no me acaban de convencer esas buenas intenciones cuando lo que veo a mi alrededor es el mismo desorden y la misma vulgaridad que hace unos días, que el año pasado, vamos. La falta de organización y planificación parece extenderse como un plaga. Afortunadamente yo sí intento ordenar y planificar los próximos meses con nuevos proyectos y planes a corto y largo plazo. ¿Qué hay mejor ante el caos que me rodea desde los que dirigen el país en el que vivo hasta el último jefecillo que mangonea en mi oficina que ordenarme yo para no perecer entre tanta improvisación absurda?


Da la impresión de que querer que las cosas vayan mejor con el esfuerzo y la planificación está mal visto. Si ya de por sí los españoles se dejaban llevar por lo que les deparara el destino como si de ellos no dependiera lo que sucediera, con la crisis los que tienen que organizar o modificar las cosas para que algo cambie prefieren no hacerlo, no vaya a ser que su situación de acomodo cambie. Nadie quiere mover un dedo por si el resultado es peor. Miedo o inseguridad, yo creo que todo a la vez porque estamos en un país desorganizado, chapucero y truhán y cuando hay que hacer en serio un esfuerzo todos esconden la cabeza y esperan a que la tormenta pase de largo.

domingo, 8 de enero de 2012

Planes

Son muchas las cosas conseguidas en este pasado 2011 -sí, lo sé, tópico al que no pensaba aludir pero que empezaba a ser inevitable que apareciera aquí-. Algunas mantenidas, que no es poco, como el trabajo, en el que continúo no con la ilusión del principio pero sí con la energía de siempre, enfrentándome sin miedo al día a día.

Haber mantenido el trabajo y haber conseguido dejar de fumar -lo que ha acabado con muchos de los daños colaterales que me producía además de los obviamente directos a mi salud- son los dos grandes logros de mi año pasado. Y los beneficios colaterales no se hicieron esperar: adiós dolores de espalda y de rodillas gracias al ejercicio que practico con regularidad sin ahogarme ya porque no fumo, mejor sueño, mejor ánimo, casi cero alcohol. En fin, un cambio de vida paulatino pero certero del que me siento orgullosa.

Hay muchos objetivos para el nuevo año. Muchos y variados y todos tienen que ver con lo mismo, con tener proyectos. Es lo que nos distingue de los animales, es lo que hace que seamos personas y felices. Si no nos planteamos metas sanas y honestas no podemos ser felices a noser que seamos más animales que personas, que también de eso hay.

Me pregunto si el nuevo gobierno tiene planes o está improvisando. Me pregunto si el plan era engañar, mentir, decir que tenían un plan y después clavárnosla recortando a lo loco cuando dijeron que no lo harían en muchos de los casos en los que lo están haciendo. Quizá el gran plan era acusar al gobierno de la anterior legislatura de todo lo malo que ahora no pueden “arreglar”, claro, de un día para otro. Sí, creo que ese era el plan, como siempre han hecho cuando han estado en el poder. Echar la culpa al otro es un recurso ancestral más propio de los niños -creemos- que de los adultos, pero erróneamente pues hay personas que viven echando a culpa a los demás de sus desgracias toda la vida. Si no encuentran trabajo porque no hay, no es que ellos no busquen, si ganan poco porque su jefe no los considera como debería, en vez de pensar que a lo mejor podrían esforzarse aún más o directamente buscar otro trabajo en vez de quejarse. Si no tienen a nadie es que el mundo no los quiere a pesar de lo encantadores y maravillosos que son. Si España está en crisis es por culpa de los años con el gobierno socialista. Y se quedan tan anchos, y los daños colaterales son cosa de otros, del pasado, pobrecitos ellos, bastante mal lo están pasando también.

Una sociedad en crisis necesita reír y ponerse en marcha, marcarse nuevos proyectos, ponerse nuevas metas y no lamentarse, quejarse y ser pesimista, además de subirse los impuestos. Como en la peor de las pesadillas estamos comenzando un año con esa derecha católica ceniza que pensábamos no volvería y siempre vuelve. Bicho malo… ya se sabe.

jueves, 5 de enero de 2012

Que vienen los Reyes...

Hoy podría escribir páginas y páginas contando mis noches de Reyes. Sin embargo, pueden resumirse en unas líneas porque el proceso de nervios y emoción era siempre el mismo.

En casa dormíamos mi hermana y yo en una habitación y mis dos hermanos en otra, pero la noche de Reyes nos intercambiábamos. Yo dormía con mi hermano pequeño porque me contaba cuentos hasta que me dormía y cuando despertaba, íbamos corriendo a despertar a mamá para abrir la puerta del salón y ver los regalos. A través de un cristal rugoso adivinábamos las formas que se escondían detrás. El año increíble fue el del cochecito para llevar los muñecos con un bebé precioso dentro. El del patinete. El de la cocinita Moltó. De mi hermano recuerdo su cara de sorpresa el año de la bici. Cada uno teníamos un trozo de sofá con nuestros nombres escritos en tarjetas por mamá o por nosotros mismos. Y en cada trozo se agolpaban los paquetes siempre impecablemente envueltos por mamá.

Los cuentos que inventaba mi hermano para mí giraban en torno a niños o “seres” que vivían su particular día de Reyes. Había un mejicanito cuya voz imitaba, un niño mimado que quería más juguetes, Ajempumpito, un clásico del que me contaba historias todo el año y en Reyes también recibía lo suyo. Era maravilloso escucharlo contándome los cuentos desde la litera de arriba donde yo dormía esa noche especial.

Todos deberíamos tener de niños a alguien que nos hiciera fantasear, creer en los Reyes Magos y en la magia, un hermano único como el mío, una madre atenta al detalle. Entiendo que para otros sea la Navidad y Papá Noel el momento especial del año, pero en mi casa lo hemos celebrado siempre a la española, el 6 de enero, Día de Reyes, con roscón, churros y chocolate caliente, todos en bata y pijama, felices, mirando sin parar nuestros regalos.

Ya no es lo mismo, pero el recuerdo es imborrable y hace que añore esa parte de la infancia en la que se cree lo increíble, que todo es posible, que cualquier cosa que desees podrá conseguirse. Y en el fondo sigo pensando así, sin Reyes. Si me esfuerzo, puedo.

martes, 3 de enero de 2012

Fantasía de año nuevo

Una mañana de 2012, la primera normal del año después de las duras fiestas navideñas que odiaba se levantó con la ilusión de que de nuevo iría a trabajar. Al bajar los escalones del metro le extrañó verse en pijama y zapatillas y volvió corriendo, avergonzada, a casa. Al llegar, sin embargo, comprobó que la ropa que llevaba era la correcta, se había duchado y olía a colonia y sus zapatos lucían, lustrosos, en sus pies.

Volvió a salir a la calle, aturdida, pero a medida que iba acercándose al metro su indumentaria y su aspecto iban modificándose y se iba haciendo casera, previa al arreglo de la mañana. El pantalón vaquero era pijama y uno de los zapatos brillantes y lustrosos se había convertido en la zapatilla de osito azul que solo conocían los más allegados. Pisó un charco y maldijo pues había metido el pie de la zapatilla en el agua sucia y ahora estaba empapada.

Volvió jadeante y confusa a casa, después de darse prisa por llegar debido a aquella facha, pues según retrocedía no iba volviendo a estar bien vestida, no, era solo al cruzar el umbral de la puerta de casa cuando se operaba la transformación. En cuanto llegaba lucía perfecta, como siempre, con su ropa de trabajo.

Estas idas y venidas se repitieron unas cuantas veces a lo largo de aproximadamente hora y media hasta que creyó que se volvería loca y decidió llamar al trabajo hasta que solucionara este problema absurdo para decir que estaba enferma y ese día no iría a trabajar. Eran más de las nueve cuando llamó y nadie contestó al otro lado. Siguió intentándolo: en el fijo de la empresa, en el móvil de su jefe, pero nadie le contestó. Finalmente se dio por vencida y decidió intentar comunicar con ellos a través del correo electrónico. Cuando fue a introducir su correo no existía. Repitió varias veces su nombre de usuario y su contraseña, pero a cada intento le daba error.

El deterioro que iba instalándose en su ánimo porque las cosas no fueran como siempre la llevó a pensar que quizá no existiera, que el mundo como lo conocía hubiera terminado al fin, tan anunciada la hecatombe en días previos. ¿Habría sucedido lo inevitable? ¿Habría llegado por fin el fin del mundo? Redundancias aparte, le sobrevino un sueño difícil de vencer y se dejó llevar por él, acobardada ante los hechos recién acaecidos.

Soñó que iba a trabajar como todos los días pero que a su alrededor, en el vagón, algunos viajeros llevaban la camiseta con la que habían dormido, arrugada y medio rota, pues era de esas que desechamos para dormir una vez se han gastado y están demasiado viejas para seguir usándolas de calle. Acompañaban la camiseta con unos pantalones impecables y unos zapatos brillantes recién cepillados. Otros llevaban un jersey y una bufanda y sin embargo sus piernas estaban cubiertas por mallas o pantalones de pijama y zapatillas en sus pies. Los había, incluso, con ropas elegantes que ni se habían lavado la cara y sus pelos revueltos eran los de haber acabado de levantarse. Se rió porque no era un sueño angustioso, era divertido ver a todos sus habituales compañeros de trayecto mañanero con aquel aspecto tan gracioso.

No supo qué sucedía después, porque en los sueños las cosas continúan aunque no lo creamos, ya que despertó. Era un nuevo día, así que se levantó, se duchó, se echó su colonia, se vistió y salió a la calle con temor, mirándose los pies a cada rato -casi se cae un par de veces y tropezó con una señora y su perro- para comprobar que no se transformaran en zapatillas. En las escaleras del metro a punto estuvo de matarse, no podía dejar de mirarse a sí misma para que el cambio no le pillara de sorpresa. Pero nada paso. En el vagón, todos los que la acompañaban cada mañana hacían lo de siempre, dormitar, leer, escuchar música, y nadie parecía llevar ropa de casa. Era una mañana aburrida, como tantas, rutinaria, una más.

Llegó a su parada y al ir a salir echó un último vistazo al vagón que abandonada. En un extremo, en uno de los asientos más alejados de la puerta, un señor cruzaba las piernas, abrigado con unos bonitos pantalones de pana, pero por el bajo asomaba una fina tela de pijama con payasos diminutos. Quiso decir algo pero las puertas se cerraron y solo alcanzó a ver que el hombre le sonreía y le guiñaba un ojo.

domingo, 1 de enero de 2012

Querido tirano (saurio)

Nadie crece sin estímulos y solo con prohibiciones. No basta con hacer lo que se debe sin pasarse un pelo. Hace falta motivación y alegría en una sociedad no solo en crisis económica, sino también triste. No estamos hablando solo de cifras, también de emociones, de percepciones positivas. Y eso, ya sabía yo que el PP no iba a saber hacerlo, transmitir optimismo, no solo eficacia.

No estamos hechos únicamente de dinero, estamos compuestos por sentimientos que nos tocan más cerca y la ausencia de alegría te arroja al pensamiento negativo y a la infelicidad. ¿Por qué hacer que sea todo más difícil? ¿Por qué no hablar también de recompensas, de enhorabuenas? Igual sucede en las empresas, a las que les da miedo felicitar, no vaya a ser que el empleado lo interprete como que va a haber una subida. Los jefes anticuados y crueles se han vuelto más tiranos que nunca creyendo que así frenan el ímpetu de “pedir” lo merecido y teniendo ya en los labios la respuesta de la crisis para que no haya dudas: ni de broma las subidas o los premios.

Pero hay términos medios que desconocen porque están cargados de frialdad y su inteligencia emocional jamás se ha desarrollado adecuadamente, e indirectamente la empresarial, porque esto es de manual. Si no motivas a tus empleados, les sonríes, les das un pequeño obsequio, les miras a los ojos para agradecerles lo que hacen cada día, y por el contrario los evitas cuando quieren hablarte o rebatir algo con lo que no están de acuerdo y además te cierras en banda excepto ante las becarias, que te hacen sacar pechito, abrir bien las piernas marcando paquete, mirarlas desde arriba con los ojos entornados, decir alguna sandez, creyéndote muy hombre, entonces olvídate de prosperar, tú y tu empresa. Antes o después, se acabará, y probablemente a ti te dé igual, querido tirano, aún tan joven y ya tan cabrón, pero a los que sí nos importa el resto y tener un trabajo que nos gusta y nos permite vivir, nos acordaremos de ti, y no precisamente en nuestras oraciones. Cuando todo se vaya a pique seremos más felices que tú, sin embargo, aunque no lo creas. Ese es nuestro consuelo.