viernes, 11 de noviembre de 2011

Lo sé, pero…

La sensación de que el mundo se tambalea no es nueva. Supongo que no para nadie con un mínimo de contacto con la realidad cotidiana, que lee las noticias y está pendiente de lo que sucede a su alrededor. Ha habido más crisis, pero me pillaron en momentos en los que estaba a otras cosas y no prestaba atención a la economía porque de mí no dependía la supervivencia, la cama, el techo, sino de mis padres. Pero ahora sí, ahora soy, para bien o para mal, la dueña de mi vida y eso es a veces bueno y a veces malo.


En este momento, el del agua al cuello, no siento que las cosas se hayan desmadrado porque me falte un lugar donde vivir o no llegue a final de mes, sino porque cada vez me veo más agobiada entre unas paredes que van cerrándose poco a poco, por algún maquiavélico sistema mecánico, y que espero no lleguen a juntarse. Te levantas una mañana con el ánimo de que todo va a mejorar y te encuentras una nueva desgracia a cuestas que no es solo tuya pues se extiende a otros países en los que nunca pensaste que pudiera suceder. El tambaleo de la vieja Europa me espeluzna porque nunca lo sentí tanto.


Puedes dejar de hacer esto, lo otro, recortar aquí y allá, no para otros, como los políticos, sino para ti mismo, y aún así tienes la sensación de que podrías privarte de más. Finalmente te da miedo hasta sacar una moneda del bolsillo y cualquier gasto te parece excesivo y hace que te remuerda la conciencia. Estoy en ese punto, en el del temor a gastar de más y que de repente alguien me castigue por ello. La sensación de que no volveré a viajar a otros países y conocer otras culturas me persigue. No puedo soportar la idea de no volver a estar quince días en una playa soleada sin demasiados lujos, pero en una playa, con buena lectura, buena compañía y todo el tiempo del mundo.


Lo bueno, sí, lo sé, es que no tengo hijos, no estoy hipotecada ni debo dinero a nadie y debería sentirme aliviada. Soy una privilegiada, que conste que lo sé, pero esta especie de fin del mundo que no acaba de terminar me va minando y no sé cómo quitármelo de encima para poder disfrutar de lo poco que gasto. ¿Pánico colectivo y contagioso? Puede. Qué mal rollo.

1 comentario:

  1. Creo que has dado con la clave al final de tu relato -disfrutar de lo poco que gasto-. Gastar en esencia no debería dar placer sino el por el fruto que se adquiere por ello, así, comerse una langosta es un manjar tanto como un buen plato de mejillones cocinados de mil maneras. Sin embargo cocinar una langosta no tiene gracia pero sí la tienen las mil maneras de cocinar mejillones. Una buena sopa se degusta mejor con una cuchara de madera que con una de plata u oro. Hay quién podrá decir que es consuelo de tontos, pero los hay que han aprendido hace ya mucho tiempo que trabajar 14 horas diarias por más dinero no hace feliz a la gente.
    He visto mucha más gente feliz disfrutando del aire del mar o de la montaña, con una chaqueta de lana y una bufanda al cuello o desnudos que en los bares las ciudades, en los supermecados Carrefour o en una tienda de Armani.
    Besos desde la otra orilla.
    Javi

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