martes, 19 de noviembre de 2013

Volver a habitar y que no apeste

La basura siempre ha sido cosa de pobres. Olvidad las metáforas. La basura de verdad, el desperdicio auténtico, la mierda, vamos, es de los pobres. La otra basura está en todos lados y huele fatal. España apesta nada más llegar a ella. Y once días de huelga de barrenderos da que pensar.

Mi barrio aún no está limpio y las hojas mojadas, mezcladas con cacas de perro, siguen siendo una pista de patinaje, escenario  para el peor de los accidentes. Pienso en la gente mayor sobre todo, en el peligro que corren al salir a la calle y dar su paseo diario. Los viejillos de mi barrio, y supongo que no son los únicos, aún tienen que tener cuidado por dónde pisan. Y es que el Ayuntamiento ha comenzado a limpiar Madrid, tras la huelga, por el centro y las calles bonitas y visibles, faltaría más, qué van a pensar sus votantes y los turistas que se dejan la pasta en la ciudad infecta.

Los barrios como el mío, sin embargo, aún hoy rebosan basura, como el Ayuntamiento delante del que paso a diario y que durante la huelga de estos últimos días ha estado acordonado, protegido por vallas azules, como la sede del PP y el Congreso. A esta derecha le da miedo el pueblo, y no me extraña, tanta basura cansa.

La basura acorralada, sin embargo, sigue oliendo. Creo que va a ser difícil eliminar esta peste del todo. Y de hecho, probablemente Madrid tenga ya un olor nauseabundo para siempre. Cuando un espacio se contamina tanto, es difícil dejarlo limpio de nuevo, como quitarse uno de dentro tanta decepción acumulada, tanto asco. Pero hay que intentarlo y volver a hacer esta ciudad habitable y respirable en muchos sentidos –ahora sí, metaforicemos-.

 Aún se puede. Quizá no hoy ni mañana, ni siquiera el próximo año, pero quiero pensar que en unos años más esto será distinto gracias a los que lo habitamos y nos esforzamos en cambiarlo cada día.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Correr en Berlín

Hoy he corrido en Berlín. Los parques por aquí son sencillamente maravillosos. Este, en concreto, al suroeste de la ciudad, es uno de los más visitados de la zona, pero hay tantos que no te encuentras con aglomeraciones, como en Madrid. 

Es esta una ciudad plana pero una vez dentro del parque me encuentro con un par de cuestas nada desdeñables. Sigo corriendo a un buen ritmo. Hay una área en la que se encuentran gallinas, cerditos, que son la alegría de un grupo de niños chiquititos con sus padres. La campaña de la iglesia suena muy cerca. Parece que esté en un pueblo. La tierra está húmeda de la lluvia de anoche y hay zonas embarradas que tengo que evitar con cuidado. De repente llego a una extensión de césped enorme. Unos bancos rojos hacen que el contraste de colores otoñales en el paisaje sea más bonito aún. El sol me da en la cara pero no molesta. Calienta mi cara en este día especialmente frío debido al viento.

Regreso feliz. Estiro frente al cementerio. La iglesia hace sonar las campañas de nuevo. Me espera una ducha calentita y un café. Después, a recorrer la ciudad. Vamos a Potsdam.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Y Berlín me esperaba

Volví. Pisé Berlín de nuevo hace dos días y es como si llevara un mes. 

Compras por el barrio, cocina en casa, fiesta, mucha fiesta... Berlín sigue siendo un disparate maravilloso. Todo es enorme, libre, loco. Aquí todo es posible o al menos es la sensación. Anoche conocimos gente de cinco nacionalidades diferentes en un pequeño club de moda. Mañana, de nuevo fiesta en una de las discotecas más famosas de la ciudad.

Reveo Mitte y me sobrecojo ante la puerta de Brandenburgo. La ciudad está muy bien iluminada al caer la noche, se pone acogedora. De cada casita, de cada rincón, parece salir un fueguecillo que invita a la charla. 

Sigue llamándome muchísimo la atención la tranquilidad de las aceras enormes, el casi nulo tráfico en el centro de la ciudad, los padres en sus bicicletas con dos criaturas enganchadas, las bolsas de la compra ¡y lloviendo! Se percibe esa ausencia de contaminación y el verde de cada esquina. Todas las placitas tienen un grupo de árboles frondosos y hierba muy crecida. Invariablemente, unos acogedores bancos de madera se distribuyen aquí y allá. Es una ciudad sin mucho ruido o griterío. Si entras en un club la cosa cambia. Amabilidad, buen rollo, buena música... Eso siempre.

Volver a Berlín era importante para mí. El calor de la amistad, las risas, la complicidad con los de aquí, la posibilidad de hablar con todo el mundo en inglés sin problemas hace que me resulte imaginable vivir entre esta gente especial. 


Mañana toca seguir perdiéndome entre las calles después de salir a correr por el parque junto al cementerio que tengo enfrente de casa. Ahora mismo hay un silencio delicioso. Oigo algún coche en la distancia. Escribo poco antes de caer rendida, ha sido un día agotador. 
(Ah, la foto es tomando el primer café de la mañana en la camita. Me cuidan bien por aquí).

jueves, 17 de octubre de 2013

De gripes y otras debilidades

Con la llegada del otoño y los virus que tumban durante días me da por recordar a aquellos a los que amé y ya no están aquí. No están muertos, aunque a veces lo pareciera por lo poco o nada que sé de ellos. Pero un día entraron en mi vida y la ocuparon durante un tiempo. 

Miro muchos atrás, sí, lo sé. Pero a menudo el presente se construye y se enriquece con los recuerdos.

Hoy no hay swing ni amigos, apenas contacto. El contacto físico, tan común para algunos, se nos hace extraño a otros, sobre todo a los que vivimos solos. Es bueno tocarse, saberse, echarse de menos, desear ver a alguien. Sin las personas no somos, sobrevivimos pero no existimos. Hasta los animales tienen más contacto aunque sea para pelear y olisquearse.

Hoy es uno de esos días de otoño con temperaturas suaves en los que merece la pena mirar hacia afuera y recordarse querida, como nos gustaría que fuera siempre aunque haya días solitarios. Qué puñetera puede llegar a ser la soledad y qué maravillosa, también, aun enfermo.

sábado, 5 de octubre de 2013

Chica swing

Siempre me ha parecido que el jazz había que escucharlo en directo, que hay tipos de música, como la clásica, que no son lo mismo cuando la sientes grabada o vivida por el músico frente a ti. Y hay música que no puedes escuchar sin moverte. Me vuelve loca bailar y hacía tiempo que no practicaba, no sé por qué, quizá porque ya no salgo de noche, porque las clases son caras...

El jueves empecé a bailar swing. Sí, esa música deliciosa que de pronto puede volverse alocada y hacerte sacar lo mejor de ti. Hago mucho deporte durante la semana por eso de las endorfinas,mesos chutes de felicidad que genera el propio cuerpo y que me dan la vida. Y mira por dónde el swing me provoca lo mismo y me lleva un paso más allá porque la música, además, tiene ese poder terapéutico que te remueve y te hace ver la vida mejor. Vamos, que terminé sudada y con nuevos amigos y un buen rollo que no me entraba en el cuerpo. Me desperté moviendo los pies y con la música en la cabeza.



Empezamos suavecito, "botando", como dice Cris, la profesora, una mujer pequeñita y adorable que parece sacada de los años 30. Después un par de pasos sencillos que pillo a ratos, pero después pierdo. Dos horas bailando. Un chico de los que van habitualmente me saca a bailar y me dice que no se nota que sea mi primer día. Sudamos. La gente para. Yo no puedo. Estoy en muy buena forma, no necesito descansar. De diez a doce de la noche. Empapada en sudor me despido de mis nuevos compañeros de baile, ellos siguen, otros se van también. Cojo un búho en Atocha que me lleva a casa en cinco minutos. Me meto en la ducha, me seco el pelo. Es la una y media de la mañana. El viernes me despierto rota pero con el swing loco en el pecho y en las piernas, lo siento, lo tarareo, practico los pasos aprendidos anoche mientras me arreglo para ir a trabajar. ¡Me siento chica swing! 

martes, 24 de septiembre de 2013

Humano ocio

Cuando no había crisis y la mayoría de la gente tenía empleo una de las actividades propias del urbanita era pasearse por tiendecillas y hacer alguna compra de capricho. Comprábamos (me incluyo) cosas bonitas porque de vez en cuando es bueno hacerse con algo que no se necesita pero que nos alegra la vista, y en consecuencia el alma.

Uno de los efectos de la crisis en los consumidores ha sido la bajada en picado de este tipo de "ocio" sano y alegre, al que nos ha acostumbrado la sociedad del bienestar y el capitalismo. La realidad es que ahora gastamos lo justo y gracias.

Han proliferado, sin embargo, como una llamada al consumo, los mercadillos de cositas monas en los que se juntan artesanos de distintos sectores para vender su mercancía. Aparte de la Nave de Motores - que ha pasado al Museo del Ferrocarril este último mes- por el centro de la capital y en las callejuelas malasañeras y del Barrio de las Letras que tanto me gustan, aparecen objetos bonitos, no necesarios pero especiales, aglutinados en distintos mercados. Detalles que querríamos tener y que casi no nos atrevemos ni a mirar porque no los necesitamos. Hay variedad de precios para todos los bolsillos.

Agotados los gritos de hartazgo contra el sistema, contra un gobierno chulo y abusón, los ánimos parecen haberse calmado y el inevitable carácter fiestero que nos caracteriza vuelve a aflorar. Salimos, tomamos cañas a un euro, compramos una chapita en un mercadillo. El caso es salir, verse, tocarse, reírse, una actitud muy terapéutica y española con la que la se desahoga la mayoría. ¿Es una negación de la realidad dolorosa? ¿La consecuencia de no ser capaces de enfrentarnos a los problemas y solucionarlos?

Tengo mis dudas. Hay parte de esto pero parte también de impotencia, de dolor, de asco de la tristeza, de náusea ante los titulares desoladores de la prensa, de rabia ante las medidas que va tomando este gobierno sin tenernos en cuenta.

Como durante una guerra, a pesar de estar de luto y en tensión, pendiente de las bajas por si le toca a un familiar o amigo cercano, intentamos olvidarnos a ratos de lo que está pasando y nos damos el gusto de esa caña, de esa chapita absurda, del último libro de nuestro autor favorito. Que no os remuerda la conciencia. Hacerse, de vez en cuando, con algo bonito aunque inútil, es humano.

jueves, 19 de septiembre de 2013

De los septiembres casi octubres

A mediados de septiembre, si llevas trabajando quince días inmerso ya en la rutina, intentando alargar el verano física y mentalmente, podría parecer que lo has superado y que este año, definitivamente, no te estresarás y serás muy feliz, incluso un lunes otoñal lluvioso. La realidad, sin embargo, se impone, y a eso del 18 o 19 de septiembre ya eres consciente de que hace falta algo más que buenos propósitos para que eso suceda.

No sé qué es lo que falla, supongo que la paz interior de las vacaciones es incompatible con trabajar en una multinacional dedicada a la publicidad, con horarios y tiempos siempre desagradables para un temperamento ordenado y con la vida en una ciudad como Madrid, que en este mes parece haber despertado al ruido y a la multitud gritona.

Soy optimista, sin embargo. No pretendo llegar a un estado zen porque en esta ciudad es casi imposible. Lo que sí hay que intentar es sustraerse a la histeria colectiva, a los malos modos en el transporte público, a la pérdida de papeles por cualquier cosa, al mal humor con uno mismo porque sí. 

Como he comentado en otras ocasiones, solo hay un modo de evitar el desastre absoluto y de salir medianamente bien parado: alimentarse correctamente, compartir los problemas en voz alta y hacer ejercicio uno o dos días por semana, si es posible que uno sea al aire libre, además de diez o quince minutos de sol o de luz natural diarios. No sé de otros métodos, aunque supongo que cada cual tendrá sus maneras de asumir esta realidad otoñal difícil de asimilar con las horas de luz menguando y los nervios a flor de piel. Ah, por cierto, no funciona evadirse de la realidad con alcohol y otras drogas, esto solo te lleva a adormecerte un tiempo corto y la vuelta a la realidad es aún más dura si cabe cuando pasan los efectos placenteros y adormecedores que provocan.

Buen resto de septiembre a todos.


jueves, 5 de septiembre de 2013

De vueltas revueltas

No hay vuelta no revuelta.
Si llegas tranquilo te aceleran y te perturban los demás para que te pongas de mal humor, como están ellos por haber vuelto a la rutina. Esa es la otra opción, la de no llegar tranquilo sino atacado de los nervios, haciéndolo todo con prisa y mal, pitando con el coche a cada paso, empujando en el metro, gritando al llegar a casa, no colaborando con cabeza en el trabajo sino con mala leche.

Es una vuelta esta muy a la española. La tranquila, que intentamos unos pocos, aún no ha conseguido llegar a la altura de la de los otros, mucho más fuerte, como todo mal que se precie, por mucho que digan que el bien vence al mal. El mal es espeso y difícil de eliminar, es chapapote y mala baba a un tiempo. El bien es ligero como un té verde y del mismo modo se elimina. No mancha y no se nota pero el que lo tiene lo disfruta y es mucho más feliz.

Por favor, no me molestéis, vecinos ruidosos que acabáis de llegar de vacaciones, compañeros de curro que me machacáis, pesaditos, hasta límites insospechados y amigos ansiosos que tantas ganas tenéis de verme como si el verano fueran siglos aunque solo son dos míseros meses.

Qué tiene el verano y las vacaciones que nos vuelve a todos locos. La ruptura de la rutina lleva a separaciones de pareja masivas en septiembre, a suicidios, a depresiones posvacacionales. Pero sinceramente creo que es que nos lo montamos muy mal, y si no frenamos antes de que suceda, este sufrimiento será cada año mayor, y como todo mal que se precie, repito, será espeso y ruidoso, dañino y pesaroso. Relajémonos, cambiemos nuestros hábitos desde ya para que el próximo año la transición sea más suave. Y sobre todo, por favor, no hagáis tanto ruido, algunos estamos intentando ir más tranquis y amables por la vida.

martes, 27 de agosto de 2013

Gueto

Quizá no fuera el mejor plan para mi última semana de jornada intensiva. Es muy probable que no. Llevaba, sin embargo, con ganas desde hace tiempo. El documental que guardas para una ocasión idónea. Pero cuál es el mejor momento para ver un documental sobre la tortura y la aniquilación de los judíos en el gueto de Varsovia. No había respuesta, así que ayer por la tarde decidí hacerlo.

No se pueden comentar este tipo de películas más que desde la subjetividad. Cuesta imaginar mentes tan enfermas como para planificar escenas de lo malos que eran los judíos entre ellos y sus negativos valores morales para así tener una justificación para aniquilarlos. En realidad es absurdo, si lo piensas. ¿Qué necesidad tenían los alemanes de pruebas falsas y manipuladas? ¿Para enseñar a quién? ¿Para creérselo ellos mismos y acallar así sus propias conciencias que no podían más que dudar de que aquello no estaba bien?

El documental titulado Gueto y dirigido por Yael Hersonski, es una excelente recopilación del material fílmico que se encontró una vez acabada la guerra sobre el gueto de Varsovia. Escenas cuidadosamente preparadas por los alemanes en los que obligaban a posar y a actuar a los judíos en distintas situaciones aparentemente reales y cotidianas. En una de las que más me ha impresionado, judíos sanos y bien vestidos se pasean indiferentes delante de los cadáveres que se desperdigan por las calles. Según narran el cámara y el judío al cargo de la organización del gueto, que se suicidó con cianuro en cuanto mandaron a la mayoría a Treblinka, seleccionaban a los judíos que estaban mejor de salud para rodar estas escenas y les hacían repetir la toma una y otra vez hasta que consideraban que era lo suficientemente realista como para ser creíble.

Otra de las tomas muestra a un grupo de judíos no excesivamente desnutridos aún, vestidos elegantemente, que entran en un restaurante donde les obligan a sentarse a la mesa, sonreír y cenar copiosamente. Es de las peores escenas de tortura y miedo que he visto jamás.

Muchos de los que aparecían en el proyecto "artístico" de los alemanes sobre el gueto suponían que al seleccionarlos para el rodaje se salvarían. Al poco de rodar, desaparecían, sin embargo.

Una de las supervivientes, una mujer con el rostro contraído por la vida, por el dolor sufrido, explica en el documental cómo los alemanes se detenían ante personas a punto de morir, que tiradas en la calle y desnutridas no podían moverse, y grababan con la cámara mientras se reían, y el hambriento, asustado y avergonzado, miraba para otro lado. Era fácil detectar al que estaba a punto de morirse de hambre -la inconfundible mirada perdida-.

Es la grabación del horror desde uno de los proyectos más malvados sobre los que he tenido conocimiento. Después, claro, de la cuidadosa preparación de los nazis de la solución final de los judíos de forma masiva.

La película inacabada que se muestra en el documental es de mayo de 1942. Qué pretendían hacer después con esto, no lo sabremos nunca, solo podemos suponerlo. Me quedo con las palabras de esta superviviente del gueto, que mientras ve las imágenes grabadas por los alemanes de los cadáveres que recogían por las calles del gueto y cómo los arrojaban a una fosa común dice: "Hoy no puedo ver estas cosas. Ya no estoy inmunizada. Hoy soy humana. Hoy puedo llorar. ¡Me hace tan feliz poder llorar ahora que vuelvo a ser humana!". Se tapa el rostro y llora orgullosa -si es que esto es posible- porque ya es humana, ha recuperado la posibilidad de dar rienda suelta al dolor y ser por ello persona.


sábado, 10 de agosto de 2013

Los preliminares

Lo primero es hacerme con una buena Playlist en Spoty que me lleve al pop y a la música más tradicional del lugar. Una vez localizada y guardada, abro la guía de viaje y el iPad y me dispongo a leer. Una lectura me lleva a otra, un link a una página de la guía donde marco en fluorescente ese pub o ese restaurante que parece hecho para mí. 

Declarada ciudad literaria por la UNESCO, Dublín me atrae de ese modo en el que lo hacen algunas ciudades y países muy concretos, como si ya los conocieras antes de ir. Sabes que te gustará de antemano y la preparación del viaje es un disfrute cercano al del propio viaje. 

Navego, veo fotos, regreso a un foro, visualizo el recorrido que hizo un 16 de junio de 1904 Leopold Bloom en la imaginación de Joyce. Sueño con llegar y seguir sus pasos. Si cierro los ojos veo a los duendes, las hadas y todos los seres mágicos que visitaron la isla en el pasado, los que aún viven con sus habitantes. 

Yeats me está  acompañando estos días a través de una maravillosa edición de el Acantilado, en la que se recopilan los textos referentes a Irlanda de Yeats, con todas sus leyendas y anécdotas. Traducido por mi Marías, qué más podía pedir, imposible resistirse a llevarlo en el viaje. Me llamó desde la estantería de Bajó el volcán, uno de los más deliciosos rincones de Lavapiés. Siempre hay que darse un paseo por la librería, y si puedes charlar con el dueño, da gusto intercambiar experiencias literarias con él.

Todos estos preliminares me aceleran el corazón y me emocionan porque van guiándome, como en el camino de baldosas amarillas, hasta mi objetivo. Intentaré, con my poor English, descubrir lo que pueda de este país, de la ciudad de Dublín y de sus moradores. Y os lo iré contando siempre que tenga un minuto para sentarme y pensar "¿qué he hecho hoy que necesite ser narrado?". Lo que hago en este espacio en el que me leéis, en definitiva. Contar lo que para mí es importante, y quién sabe si también para alguno de vosotros. 

lunes, 5 de agosto de 2013

East, East, ¡Eastwood!

Si me llegan a decir que me iba a emocionar con una película norteamericana  que habla de la vida después de la muerte, o más bien de qué hay después de la muerte, y que se titula, además, Más allá de la vida, no me lo habría creído.

Quizá hoy era el día, una de esas tardes de domingo tras una buena siesta con los instintos avezados y preparada para lo que se presente artística y vitalmente hablando.

Matt Damon no es de mis actores preferidos. Bueno, no lo era, ya desde hoy sí. Y eso que sigue pareciéndome sobrio y como ausente a veces, lo que le va que ni pintado para el papel que hace en esta película de Clint Eastwood que me había perdido. Gracias a la Filmoteca la veo esta tarde de domingo en pantalla grande y me hace temblar, conmoverme, asombrarme. 

Es lo que me provoca este director casi siempre y creo que aún no he conseguido averiguar cómo lo hace aunque estoy cerca. Aparte de las excelentes tramas habla de lo esencial con la sencillez con la que aparece cada sentimiento en el cerebro humano. Facilidad, sencillez... no quiero decir que los sentimientos sean sencillos pero cómo nos arrastra de repente un amor que aparece y nos turba y nos acelera el corazón o la lástima y el desconsuelo que no nos deja respirar, o un arranque de generosidad o... tantas cosas que se arrancan de pronto de dentro de nosotros mismos para perturbarnos.

Clint Eastwood sabe elegir a los actores porque cree profundamente en los personajes, porque en algún lugar, estoy segura, existen. Quiero al Matt Damon de esta película, creo a Cécile de France interpretando a una mujer que ha vivido una experiencia que la ha marcado para el resto de su vida. Y desde luego adoro al joven intérprete que pierde lo que más amaba. Y los creo porque son reales, verosímiles, tan ciertos como la vida que me rodea y que al salir del cine continúa mientras camino a casa, aún conmocionada por ciertas escenas, por multitud de gestos (no tiene desperdicio la presentación de una pareja en una degustación de sabores con los ojos vendados). En fin, que la película de esta noche me rondará durante días y me llevará a otras pasiones porque si algo tiene el cine de Clint Eastwood es lo positivo, la reverencia a la vida y a su máximo disfrute.

(La banda sonora, hermosa y apaciguadora).

jueves, 1 de agosto de 2013

Tardes con Carver


Las tardes de verano van pasando en la estación más luminosa, en la del tiempo detenido. Los turistas llenan Madrid y cada terraza es una risa, una fiesta, un “clic” de cámara, unas copas a media tarde, una cerveza al caer el sol.

Voy a un lugar abrasado por el sol en mi primer periodo vacacional veraniego. Me cuezo, me derrito y el campo es amarillo. Leo a Yourcenar en un texto que parece hecho para la estación, Fuegos. Bajo del tren. Llego a casa, deshago la mochila (el viaje ha sido corto), pongo una lavadora.

Duermo mal y no es por el calor, más bien al contrario. En mi bonita casa madrileña refresca de noche y te tienes que tapar. Las sábanas antiguas de algodón grueso casi crujen sobre mí. Son de ese algodón de antes que se bordaban después en el embozo. Me despierta ese fresco de madrugada que hace corriente.

Me remuevo en la cama tras la siesta una tarde de verano después de un día laboral de jornada intensiva. No se oye nada, es como si el mundo se hubiera acabado. A través de las persianas se cuelan puntitos de luz, formas pequeñas que produce el dibujo de mi persiana y se reflejan en la pared de mi dormitorio. Cierro los ojos de nuevo a pesar de acabar de despertar de una hora y media de sopor maravilloso, de ese sueño profundo que te lleva a no saber dónde estás ni qué hora es en realidad.


Me estiro y recuerdo que tengo un próximo viaje. Me pongo nerviosa de imaginarlo. El pensamiento, de hecho, me despeja completamente. Voy a la ducha, me quedo un rato bajo el agua. Con el pelo mojado, la piel aún húmeda, me tiro en la cama de nuevo, en esas sábanas gruesas pero frescas que me invitan a quedarme ahí para siempre. Las persianas están algo subidas, aunque no del todo –no quiero que la luz del sol que ciega me deslumbre en esta tarde de julio madrileño-. 

Cojo de la pila de libros junto a la cama un libro de poemas que lleva ahí desde hace más de un año porque lo leo lentamente, a ratos, en determinados momentos que invitan al abandono. Como además es una edición bilingüe, me gusta leer en voz alta, y en distintos tonos, con distintas entonaciones, las dos versiones, la española y la inglesa. Hoy leo: 

Durmiendo

Él  durmió sobre sus manos. 
Sobre una roca.
Sobre sus pies,
sobre los pies de algún desconocido.
Él durmió en micros, en trenes, en aviones.
Se durmió estando de guardia.
Se durmió a un costado de la ruta.
Se durmió apoyado en una bolsa de manzanas.
Él durmió en un baño público.
En un galpón.
En el estadio.

Durmió en un Jaguar descapotable
y en la caja de una camioneta.
Durmió en los teatros.
En la cárcel.
Sobre los barcos.
Él durmió en casillas deshechas y en una ocasión
en un inmenso castillo.
Soportó dormido las frías gotas del agua de lluvia
y los ardientes rayos del sol.
Durmió sobre caballos.

Se durmió sobre sillas.
Él durmió en iglesias, en hoteles de lujo.
Él durmió bajo techos extraños toda su vida.
Ahora él duerme cubierto por la tierra.
Duerme y seguirá durmiendo.
Igual que un rey antiguo.


Retozo de gustito. (Y esto es mío).


viernes, 19 de julio de 2013

El tiempo de julio detenido

Puede que en general consideremos el verano como la estación de la pausa y de la ruptura de las rutinas, tan necesarias el resto del año. 

Medito en mi tiempo libre, escribo y leo lo que no pude en los últimos meses. De eso tratan mis veranos. 

La paz que no alcanzaba en soledad es por fin el momento más querido, siempre con las refrescantes compañías de amigos, de un nuevo amor o de los turistas que llenan el país en el que vivo.

Turisteo por la ciudad, hago fotografías, me balanceo ante las horas en las que otros trabajan con esa sensación de estar haciendo algo prohibido. ¡Estás sentada en una terraza para guiris a las doce de la mañana! Sí, y también viendo una exposición en la que solo hay unos pocos turistas y algún jubilado satisfecho con su tiempo libre.

Los textos se suceden en mi cabeza, pues para cada rincón del Madrid vacacional tengo una reflexión, un apunte. Desde las aceras cada vez más deterioradas que supongo ya nunca arreglarán, recortes de por medio, veo el Congreso como una gran burla al pueblo. Si sigo caminando, las vallas se extienden cada vez por más lugares del centro de la capital. Y nos hemos acostumbrado a ellas. Frente a la sede del PP pareciera que se acerca un ataque o que se estuvieran preparando para una guerra, la explosión ciudadana en mente tendrán: si se protegen, algo habrán hecho. Pero entre tanto calor y desidia la ciudad hierve de ganas de vivir, no de gritar ni de incendiar ánimos, que las altas temperaturas se encargan ya de reblandecernos el cerebro.

Madrid es árida en el mes de julio y en diciembre, quizá en enero y febrero. En un caso por el calor, en los otros por el frío. No es una ciudad de términos medios. No lo es la que no tiene primaveras ni otoños más que de vez en cuando.

Este año la llegada del estío no me altera como en otras ocasiones a pesar del clima social y político.  Pienso, anoto, reflexiono, medito, me lanzo a solucionar aquello que permanecía en pausa desde hace meses. Estos días hago revivir el paseo porque sí, el desenfreno ocioso, la alegría del que está de vacaciones y entusiasta con las buenas y nuevas compañías. 

Y lo mejor es que el verano solo acaba de empezar. Por delante quedan estos días de calor sofocante que adoro y que me recuerdan la existencia de un cuerpo creado para disfrutar y vivir y del que el sufrimiento se aleja con cada nueva exposición visitada, con cada libro leído, con cada nueva persona con quien compartir el tiempo detenido de las vacaciones del verano gozoso que nos hace niños de repente y de nuevo, a pesar de las vallas y el sinsentido.

jueves, 11 de julio de 2013

Los pre-viajeros

A punto de iniciar un viaje, por pequeño que sea, se produce un examen de conciencia y se ordena uno por dentro y por fuera. El simple hecho de guardar la cartera, revisar el horario de salida en el billete, apagar luces y hacer una bolsa o maleta implica una atención al mundo, ya que de él dependemos en las próximas horas para llegar a nuestro destino.

Los placeres del pre-viaje son a veces mayores que el viaje en sí. Estoy tan atenta a la emoción que muchas veces ni leo, ni escucho música, ni veo películas ni escribo. Solo pienso y dormito, dos de mis actividades favoritas en los viajes. Y esos pensamientos vagos, a veces nos llevan a grandes y productivas conclusiones, y sin querer solucionamos un problema, o percibimos la solución, al menos.

Después nos entra hambre.  Cuánta hambre en un viaje. ¿Por aburrimiento, por ansiedad, porque sí? Da igual, pero en un vuelo puedes devorar una bolsa de gominolas. En un viaje en tren más de una tableta de chocolate y en uno en barco... Ummmm, este no me lo sé.

Odio viajar en autobús y el coche no me fascina, no puedo leer y me marea, aunque he de reconocer que cuando cojo ritmo puede ser excitante. Recuerdo un viaje en coche desde Madrid a París en pleno mes de agosto, sin aire acondicionado y con un sol de justicia inolvidable. No lo recuerdo duro, lo recuerdo hermoso y luminoso. Así son los recuerdos de los buenos viajes.

Los previos a una salida veraniega son momentos únicos aunque volvamos pronto. Son la novedad que necesitábamos, ese pequeño cambio de espacio para que el mundo, el nuestro, nuestro micro mundo personal, parezca distinto. Y es que lo es. A la vuelta de un viaje ya no somos los mismos, aunque solo hayamos ido ahí al lado, donde el mundo es otro también.

martes, 25 de junio de 2013

El gánster con ataques de pánico

Lo descubrí cuando ya todos habían visto la serie que protagonizaba y no quedaba mucho que añadir. Es lo que sucede cuando te incorporas tarde a un éxito que ya no lo es. Antes ocurría cuando eras el último que veía una película en el cine, y ahora sucede con la cantidad de series que hay y dejan de ser novedades en cuanto comienza una nueva o termina la última temporada de la de moda.

El caso es que Tony Soprano llegó a mi vida cuando ya era famoso. Y doblado, aunque prefiera las  series en versión original. El doblaje es, además, excelente, y cuando intenté verla en inglés ya las voces en castellano me habían atrapado.

Me cautivaron sus ojos, sus malos modales, su torpeza y brutalidad, su nobleza –a su manera– y esa humanización que se le transmite siempre idílicamente al mafioso de turno como si pudiera amar o sentir o realmente padeciera. Y Tony en concreto es un tipo delicioso, un capullo con ataques de pánico que se desmaya en el peor de los momentos posibles, cuando más hay que hacer y decidir. Y el estrés al que se ve sometido para conseguir hacer feliz a su familia, "trabajando" sin parar, llega a provocar los momentos más cómicos de la serie.

 Los Soprano es un drama, una comedia, una aventura sangrienta. Ríes, lloras y te estremeces en igual medida, sin que sepas muy bien, al principio, dónde te estás metiendo. ¿Un gánster de Nueva Jersey que va a visitar a una psiquiatra? ¿Cómo no se le había ocurrido aún a nadie que ser un matón puede ser un trabajo deprimente y estresante?

Está tan bien reflejado el mal gusto del nuevo rico, del mafioso italoamericano con ropa barata de tejidos imposibles, de cadena y anillo de oro, que se rodea de lo más caro sin saber muy bien cómo ser más feliz, que Tony parece real. En ningún momento vemos al actor ni el truco. Su desaparición en la vida real no es solo la muerte de un actor –no en este caso– porque ha muerto joven, con el aspecto que aún representaba al joven Tony, sin haber adquirido apenas otras caras en interpretaciones posteriores, sin haber envejecido –como una gran estrella de Hollywood a la que hace tiempo que no vemos actuar– ante cuya muerte nos preguntamos sorprendidos: "¿Ah, pero no había muerto ya?".

James Gandolfini, el nombre en la vida real del actor que interpretaba a Tony Soprano nos ha dejado a uno de los mejores gánsters de la historia del cine. Quien no haya visto aún esta obra maestra, tiene que verla. No se puede morir sin conocer a este hombre. Es uno de esos actores a los que hay que ver interpretar antes de morir. A veces los grandes desaparecen demasiado pronto aunque, como en este caso, dejen un legado único para el común de los mortales.

jueves, 13 de junio de 2013

Hay días así


Las casualidades que llenan un día cualquiera y rebasan el cupo se quedan en el corazón. Puedes tener una, dos, hasta tres coincidencias, pero cuando aumentan no hay más opción que conmoverse.

Coges un libro de la estantería y de su interior resbala una fotografía del abuelo, que buscabas hace tiempo y en la que pensaste esa misma mañana al levantarte, que dónde demonios estaría. Coges el metro y te adormeces incluso de pie, agarrado a la barra. Recuerdas cómo te sujetaba aquel chico cuando ibais juntos en el vagón y no había sitio para sentarse. Al llegar a la siguiente parada lo ves. Está mucho más viejo y piensas que qué bien no estar ya con él, el gesto tan adusto, no parece feliz.

Por la tarde ya, piensas en las lentejas de mamá y al llegar a casa te encuentras que ha dejado un táper para ti en la portería con una notita que dice ”No dejes de comer”, porque sabe que últimamente andas triste y cansada y se preocupa. Son lentejas, claro, con su cebolla y su zanahoria, como siempre.

Hasta aquí el día ya está cargado de coincidencias, bonitas o extrañas, quizá las dos cosas. A partir de ahí, todo lo que venga será mucho más raro, insólito y deslumbrante de lo habitual.

Estás en la cama y te gustaría que él llamara, que te contara qué día ha tenido después de tantos meses sin saber de su vida. Suena el teléfono (vibra, en realidad, no quieres que el sonido te altere a esas horas). Lo coges casi cuando ha colgado. “Solo quería decirte que…” Y el resto da lo mismo porque el hecho es que te ha llamado y te ha cambiado el día, y las coincidencias rebasaron su cupo y tú eres mucho más feliz y poderosa. 


domingo, 2 de junio de 2013

Ojalá

Esperando el verano empieza junio. Hay asomos de buen tiempo a las horas punta, pero el viento fresco echa al traste la esperanza de que el calor llegue para instalarse. Hablan de un verano polar con tormentas y temperaturas muy bajas. Me gustaría esconder la cabeza en una isla paradisíaca durante unos meses y volver a sacarla cuando llegue el otoño que, dicen, va a ser veraniego.

Me aturden las inestabilidades de todo tipo, las del tiempo ni te cuento. Así que estoy enfurruñada, cabreada, con pocas ganas de escribir, de ahí mis ausencias por aquí.

Esta semana, para desempañar malos humores, voy a ver un documental sobre Silvio Rodríguez, mi tan amado y escuchado hasta el agotamiento Silvio. Es emocionante ver a un montón de gente expectante, entre ellos Aute, mientras las imágenes se suceden, una excelente fotografía te sitúa en la isla y en el mundo Silvio y la voz de este, cantada y hablada (esta última poco escuchada hasta ahora), baña los setenta y dos minutos que dura el documental, que se hace corto.

El Silvio que yo tenía en mente era borde, de pocas palabras, endiosado, y resulta que me había equivocado. El que veo en Ojalá, -título del documental- es amable, soñador, comunicativo, con un gran sentido del humor. Vamos, que eso de que la primera impresión es lo que cuenta es falsa completamente en este caso.

A Silvio lo conozco desde muy niña, pues mis hermanos lo ponían en casa a menudo y sus letras estaban escritas en las paredes de nuestros cuartos a través de pósters, como los poemas de Neruda. Sus letras, que no entendía pero me parecían hermosas, me acompañaron hasta la edad adulta y ahí han seguido. Ahora sí las entiendo. Y entiendo que esos versos-poemas hayan sido aprendidos por todos los cubanos, que gritan en sus conciertos cada palabra como una sola voz. Son palabras ensoñadas que hablan de realidades pero también de escapes, de mundos mejores posibles, de hermosos amores correspondidos u olvidados.


Silvio ha sido y es un escape a la realidad para españoles, cubanos, ricos y pobres. Sus conciertos ocupan las calles de La Habana, los barrios más desfavorecidos, a donde va con la intención de desocupar las mentes de sus habitantes de realidad malsana durante unas horas y llenarlas de sueños y amor a raudales. Ese es el Silvio que se me escapaba, al que no conocía y del que ahora sé en un junio desapacible que me tiene encabronada. Me consuelo con, a mi parecer, el mejor de sus versos: "Los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan allí. Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar".




jueves, 16 de mayo de 2013

Que no

Al borde de un verano que no llega y a punto de tirar la toalla en mi esfuerzo por intentar aprobar el Módulo 6 de Inglés en la Escuela Oficial de Idiomas, llego a un jueves raro después de un San Isidro de descanso y deporte.

Raro porque no hay sol que valga, llueve polen, y yo, que nunca había tenido alergia, empiezo a estornudar sin parar y parece que tuviera astillitas en los ojos. No dejo de beber agua para aclararme la garganta, que se me seca a cada instante. Entre estos esfuerzos por mantenerme sana frente a un aire insalubre las noticias continúan el ritmo de siempre. Malas, chungas, penosas, no hay grados cerrados, cada día añado un nuevo "estado" a lo que sucede, voy modificándolo ya que siguen sorprendiéndome las agresivas técnicas de este gobierno que nos desgobierna y nos inutiliza para hacernos formar parte de esa política retrógrada y obscena de la que me reiría si pudiera.

Pero esto es serio, no es para reírse. Dentro de poco habrá movilizaciones (entre todas las que ya ha habido) para que dejen de meterse en nuestras vidas, las de las mujeres, a través de telediarios y de espacios públicos, desde los púlpitos y las aceras. Habrá que, una vez más, explicarles a estos señores tan defensores de la vida a toda costa que la decisión de interrumpir un embarazo depende única y exclusivamente de la mujer que está embarazada. Les cuesta entenderlo, habrá que escribírselo, recitárselo, grabárselo. Mientras, siguen contraatacando desde los telediarios de la televisión pública con campañas anti-aborto, del sector más conservador del partido que gobierna, y con consejos de "rezos" a los santos para pedir trabajo los parados o recomendando normas para el "decoro" en la vestimenta de nuestras jóvenes, que van provocando -esto salió ayer, lo juro-.

Aleccionar, pretender "enseñar" una doctrina a través de un medio público es más propio de las dictaduras que de las democracias. No me extraña, tal y como se está sucediendo todo en este país que empieza a transformarse en tragedia -ojalá fuera tragicomedia, pero no tengo fuerzas-, pero no deja de alarmarme. ¿Qué será lo siguiente? No quiero imaginarlo.

La marea sube poco a poco y lentamente y muchos de los que empezaron a protestar, eufóricos en su derecho, se han agotado de gritar a una pared, a un muro que no responde. Hemos de seguir gritando, sin embargo. No lo cambiaremos todo -hay cosas que ya jamás serán las mismas-, pero otras sí podrán cambiarse y cambiarán, estoy segura, como la ley de desahucios, por ejemplo. Mucho o poco, hay que hacer que se perciba el malestar y no darnos por vencidos. Si no peleamos, acabaremos ahogados del modo más humillante, sin haber intentado nadar, movernos un poco, gritar, pedir ayuda, protestar, decir que esto no nos gusta.

Decir no es muy difícil y aprender a hacerlo requiere de libertad y de inteligencia. Digamos no y enseñemos a los más jóvenes a hacerlo con un porqué y con un fin.


lunes, 13 de mayo de 2013

BESITOS en mayúscula


BESITOS (con mayúsculas, que son más cariñosos). Así se despide mamá en su último mensaje por correo electrónico, con esas siete letras más grandes. Y me quedo pensando en que, lejos de distanciarnos, nos ha unido este tipo de tecnología a algunas personas con las que antes no podíamos hablar con la fluidez y la frecuencia con la que deseábamos hacerlo.

Los mensajes enviados y recibidos van creando esa relación que para muchos es un esfuerzo. La mayoría de las redes sociales más populares se ocupan, precisamente por este motivo, de que tengamos que hacer muy poco más que pulsar un “Me gusta” y añadir una carita sonriente de vez en cuando a breves comentarios para hacerlos más cercanos.

Mamá aún no sabe añadir iconitos (macaquitos, los llama ella) a sus mensajes, ni falta que le hace. Estos ya están lo suficientemente trabajados y humanizados y tienen la esencia de ella misma, esa que la hace cercana, divertida e irónica.  

Queda tan poco ya de esas conversaciones apasionantes que manteníamos por teléfono con los que estaban lejos, o de esas cartas de varios folios que pesaban antes de abrirlas y cargaban con mensajes maravillosos, con historias cotidianas.

Pienso en 84, Charing Cross Road, la deliciosa obrita de Helene Hanff, basada en la relación epistolar entre una lectora norteamericana y un librero inglés después de la Segunda Guerra Mundial, en plena posguerra. El intercambio durará veinte años, suficiente para conocerse, respetarse y quererse de un modo cauteloso y distante pero hermoso. El amor a la lectura, a los libros, al oficio de librero que tan olvidado puede parecer ahora, protagonizan la historia.

De esta deliciosa obra que ejemplifica las relaciones humanas del pasado y la comunicación epistolar parece que hubiera habido un salto que intensifica las relaciones, pero no ha sido así. Se ha ampliado la velocidad de comunicación y el número de personas que puedes conocer, y a las que tener acceso de ese modo campechano y poco profundo que caracteriza las amistades en la red. Pero conocimiento verdadero del otro, intimidad, sinceridad, palabras de consuelo, de eso ya queda poco.

La comunicación ha disminuido abriendo camino a la información banal, somera, que poco nos dice del otro. Por eso agradezco tanto las relaciones intensas que el correo electrónico me ha proporcionado. Con un par de amigos sigo escribiéndome como cuando nos mandábamos cartas, incluso en la frecuencia (no muy a menudo). No son mensajes largos pero son intensos y contienen los hechos de un amplio periodo de tiempo.

Pero la correspondencia más importante es la de mamá.  Podemos ser sinceras y contárnoslo todo, desde las pequeñeces cotidianas más tontas hasta los pensamientos más profundos, esos que solo surgen cuando escribes y no, a lo mejor, mientras hablas frente a frente y te miras a los ojos. La escritura provoca reflexiones distintas, es una manera de verbalizar en silencio, de confesar  lo más oculto de uno mismo.

Esos BESITOS gigantes y mayúsculos son hoy el motor de mi día luminoso porque lo dicen todo. Ahora sé que cuando aparezcan después de un mensaje de mamá significará más cariño, cada vez más grande, como el mío.