jueves, 30 de agosto de 2012

Espejismo


Unos ven una playa, otros una montaña. Los hay que tienen la suerte de los países exóticos con mil anécdotas para la vuelta a casa. Hay quienes no envidian a los de los países exóticos y se dejan mecer en tiempo muerto con las hojas del árbol del rincón de un jardín en una casa de pueblo, a unos ochenta  o cien kilómetros de su residencia habitual. Pueden (podemos) ver una piscina en medio de la ciudad que nos lleve al verano y nos aleje de la rutina de un modo singular, sin necesidad de más belleza ni adorno.

Mi imagen y mi espejismo ha sido este verano muchas cosas. Una playa iluminada y enorme en la que camino sin ataduras ni cargas y con la mente despejada, la sonrisa perpetua. Una ciudad laberíntica que huele a siglo XIX, a libro antiguo y a decorado de película en blanco y negro en la que se mueve mi heroína imaginaria.

Mi espejismo querido reúne a los amigos y me enfrenta a sus rostros con bocas sonrientes. Hay mucho de espejismo cuando estás disfrutando. Al regresar a casa perdura la sensación los primeros días. No como por comer, sino que lo disfruto, me divierto escuchando la música elegida, leo sin prisa, sin detener las horas con las obligaciones. Me rodeo de amigos como si nunca hubiera tenido que trabajar y fuera mi misión condurar la alegría.

Poco a poco, sin embargo, una semana a lo sumo, la realidad me llega, me cae desde lo alto como una piedra enorme que aplastara ilusiones –y a mí, a la ilusa, a un tiempo–. El pasado reciente se convierte en recuerdo, entonces, en un claro espejismo. Y es lindo, es envidiable, te preguntas a quién corresponde la imagen afortunada. Es imposible, absurdo, pensar que fuera de uno, tan hecho al nuevo espacio ruidoso y desabrido.

Hay que hacer, sin dudarlo, un ejercicio que requiere de esfuerzo aunque merece la pena: imaginar que estamos al comienzo de algo que va a durar muy poco, que casi es como un sueño a ratos pesadilla, que lo real será enseguida playa, montaña, ciudad húmeda y laberíntica, país exótico… el querido espejismo.

También puedes jugar a darle la vuelta a septiembre, a finales de agosto, e imaginar –creerlo firmemente– que empiezas la aventura de vivir justo ahora, estos días tontuelos y estresantes a un tiempo previos a las hojas caídas y al frío y a la lluvia, a los días más cortos marcados de rutina.

Todo es cuestión de esfuerzo y alegría.


martes, 28 de agosto de 2012

Las manos


Me gusta Paul Auster porque acaba contándonos lo que queríamos con ese toque imposible, algo surrealista, que hace los hechos de sus historias aún más posibles. La vida que narra en Diario de invierno, su último libro, es la de él mismo sin serlo, porque en el fondo podría ser la de cualquiera. Me explico.

Escribe sobre la cantidad de cosas que unas manos hacen durante una vida, acciones como subir cremalleras, dar palmadas en el hombro a alguien, tamborilear con los dedos en una mesa, pero también introducirse en el cuerpo de otro, acariciar otras pieles que no son la suya… Es decir, las acciones que la mano de cualquiera podría llegar a hacer. 

La mía no empuñaría nunca una pistola, no sabría hacerlo, aunque haya muchas otras que estén acostumbradas y lo hagan sin que les tiemble el pulso. Hay manos listas y manos tontas. Manos educadas y maleducadas, sabias e ignorantes. Mi mano sabe escribir, sí, pero no leer leer braille, ni operar. Las manos de los niños son pegonas y torpes. Cuando nos hacemos adultos ya no pegamos, no al menos una parte de la sociedad con un tipo de educación. Las manos de los viejos se llenan de manchas, tiemblan pero son hermosísimas. A mí me encanta mirar esa manos en las que se adivinan las venas y empuñan todo lo firmemente que pueden un bastón. 

Las manos dicen mucho de lo que han hecho. A mí me gustan las manos curtidas, de jabón Lagarto, de campesino, no las suavecitas de dedos largos de pianista, al menos no en un hombre. Las manos que realmente tienen contacto con las cosas saben tocar a las personas. El que acaricia un piano o las páginas de un libro únicamente, es un poco de mentira, o al menos está en contacto con una realidad que no me interesa especialmente. Me gustan las manos sabias, las que han hecho y tocado todo, las verdaderas. 

Por cierto, que recomiendo leer lo que han hecho las de Auster. En general, es un libro que habla sobre todos nosotros.

domingo, 26 de agosto de 2012

Mi mamá me lee


Mamá corre a la tienda de libros y prensa de su amiga en cuanto amanece, las legañas aún pegadas a los ojos, para leer lo que escribo.

No tiene ordenador ni ningún dispositivo con conexión a internet, así que lleva anotado en un papelito el enlace al blog y lee en la pantalla del ordenador de su amiga lo último que he escrito, y a veces hasta se lo imprime.

Mamá  no solo lee lo que escribo, también lo analiza minuciosamente y me advierte de las erratas en los textos, que las hay. Es meticulosa y sé que está sorprendida por lo que escribo. Ahora tiene tiempo para leerme una y otra vez. Ya no se trata de textos de la infancia, ni siquiera de cuentos que sí ha leído en otras ocasiones, sino de reflexiones y opiniones de su propia hija, con la que comparte cierta visión del mundo.

Sé que probablemente se pierda en alguna metáfora o alusión pero en general es mi más ferviente admiradora y siempre que puede me recomienda y le habla a los demás de mí. Me la imagino con el papelito del enlace al blog en la mano, paciente, esperando a que el otro copie la dirección que le muestra. Nadie la defrauda, y todos acuden solícitos a la página recomendada.

Es extraño, en general, que a una edad ya madura tu familia empiece a conocerte de otro modo, a verte con otros ojos por lo que escribes, cuentas y opinas en un espacio tan íntimo. Al principio sentía un pudor incapaz de superar pero una vez lanzada, prefiero no pensar en quién me lee y ser honesta con lo que escribo y en cómo lo hago. Intento que esté bien redactado, que tenga un tono uniforme, y aunque a veces varía, y paso de temas reales a otros más imaginarios, creo que en general empiezo a tener un estilo.

El próximo día mamá leerá de nuevo lo que escriba, lo que he escrito, esto mismo. Ya no puedo evitar imaginar sus reacciones y su rostro sereno y hermoso leyendo mis palabras. Me fascina esta nueva relación entre las dos y la noto feliz. Dice que en cuanto regrese de vacaciones se compra un ordenador, ella que apenas ha tocado dos teclas de alguno en su vida. Pero el poder del amor es muy fuerte y te hace osado y valiente.

Mi mamá me mima, y también me lee.

viernes, 24 de agosto de 2012

Mujeres con vistas


Veo reflejadas mi propia fuerza y mi debilidad en unas mujeres que duermen solas cada noche, cuando se apagan las luces del museo y, o están colgadas en la pared, encumbradas por la fama gracias al que las pintó, o escondidas entre la madera de una caja que las protege del daño ajeno.


Son un grupo de mujeres mudas y libres que dicen muchas cosas, entre las más importantes que están solas voluntariamente, porque así lo han decidido. Seguramente algunas han huido con lo puesto de un matrimonio acabado de antemano, sin amor, que no han podido soportar. Otras han escapado de las manos de un marido violento. Alguna, quizá, solo quiera pensar sobre el futuro que le aguarda sin distorsiones ni ideas que la dispersen. A lo mejor es una mujer que ha de operarse y necesita recapacitar, hacer un examen de conciencia por si las cosas no salen bien, se trata de una operación arriesgada, ya se lo han avisado. Todas parecen tener algo en mente, no es banal su paso por el mundo.

A veces están sentadas en una cama. Pueden acabar de llegar al cuarto de un hotel y que no les haya dado tiempo ni a deshacer  las maletas, aún en ropa interior, sin haberse refrescado tras el largo viaje, y se sientan al borde de la cama para releer de nuevo el papel donde están anotadas las indicaciones que le han dado y un dibujito del plano de la ciudad. Puede que una de ellas quiere ser escritora y aún sea demasiado joven para saber si lo conseguirá.

Las hay que miran de pie el día, con una toalla en la mano. Otras se muestran distraídas mientras el público de la sala de cine sumida en la oscuridad ve la película. Como acomodadoras que son pueden permitírselo. Jóvenes, maduras, blancas, negras, suelen asomarse a una ventana o a una puerta. A veces las vemos desde la calle a través de un cristal, y están tomando algo o trabajando. No siempre están solas en estas ocasiones, pero el resto de personas que las acompañan parece ser un motivo para destacar su gesto o su belleza, para mostrarnos su interior. En muchos otros casos vemos, curiosos, como voyeuristas, el interior de sus cuartos y de sus vidas, y adivinamos el exterior que observan, confuso a nuestros ojos porque solo tenemos tiempo para ellas, sus perfiles, la mayoría de las veces con los rostros semiocultos. Las observamos sin ser vistos en momentos de intimidad que nadie debería haber violado.


Hopper narra una historia de América, el paso a la civilización a través de las nuevas carreteras, las primeras gasolineras solitarias o cuidadas por matrimonios hastiados y pobres, el tren como paso a la modernidad. Y son estos, al mismo tiempo, elementos que indican transición, el cambio de un estado a otro, de una vida a otra. Los cuadros de escaleras de subida y de bajada que pintó terminaban en pasillos y puertas que nos llevaban a una lugar desconocido, nunca claro en el cuadro, como si lo estuviéramos soñando.

Pero Hopper no solo refleja una historia de América, también la de las mujeres que hicieron esa historia y que comienzan a poder estar solas, a viajar sin compañía masculina en un tren, a elegir quién quiere que las acompañe. Son mujeres observadoras que leen y piensan, en absoluto estúpidas, más bien listísimas, y son las precursoras de este mundo nuestro compuesto por solo unas pocas mujeres libres. Todavía.

jueves, 23 de agosto de 2012

Ábrete de piernas


Dice un congresista norteamericano del partido republicano que si una mujer quiere, puede “bloquearse” ante una violación y de este modo no quedarse embarazada. Así pues, entiendo que las mujeres violadas que se han quedado embarazadas “se han relajado” durante el acto y por ello han de tener el bebé. Se trata de lo que el congresista llama “violaciones legítimas”, las que no suelen acabar en embarazo. Vamos, que en general es difícil que ocurra. Y si ocurre, por supuesto, no se debe abortar.

La mente enfermiza unida a una profunda ignorancia y un pensamiento pacato, conservador y religioso dan como resultado este tipo de declaraciones. El castigo a la mujer preñada es haber sido “lujuriosa” y haber relajado los músculos vaginales en vez de “cerrarse” con todas sus fuerzas. Curiosamente, en contradicción con las palabras del congresista, el principal consejo ante una violación es relajarse para hacerse menos daño a una misma, ya que si te resistes el dolor y la agresión es mucho mayor, ¡pero ojo, no te quedas embarazada! Vaya, qué bien.

La verdad es que de ser cierto se trataría de un eficaz método anticonceptivo aunque no podríamos disfrutar del sexo, pero eso qué más da, somos mujeres. Me pregunto cómo es posible que las santas esposas que se casan con estos señores republicanos, para los que disfrutar del sexo aun dentro del matrimonio es reprochable, se queden embarazadas. ¡Ah… entonces es que han disfrutado! ¡Serán guarras!

Pobre ignorancia conservadora, qué necesaria la reeducación. No hay que irse tan lejos para escuchar declaraciones como la que acabo de describir. Baste recordar las últimas y aberrantes sobre el aborto del más “progre” de los peperos, el Ministro de Justicia Gallardón, que considera que los proabortistas somos unos insolidarios con los minusválidos al defender la interrupción del embarazo para no hacer sufrir a un futuro bebé que va a sufrir dolor mental y físico infinito o que ni siquiera va a enterarse de estar vivo. En cualquier caso, me pregunto, ¿no somos nosotras, las afectadas, las que hemos de tomar esa terrible decisión?

Nunca me engañó, siempre supe que detrás de esas declaraciones de sus lecturas y de sus aficiones culturales había un reprimido mental en toda regla. Deberían crearse centros especializados para los tarados emocionales en proceso de curación. Se les enseñaría historia, ciencia, medicina, ética, etc. Desaprenderían trabas, errores y dogmas de sus respectivas religiones, como por ejemplo, que el que un obispo sea gay no es malo, pero sí que viole a menores y mujeres adultas. Y una vez “educados” podrían volver a la sociedad.

No deben estar sueltos. No se trata de tener “opiniones” diferentes ni de coartar la libertad de expresión. Las decisiones que estas personas tienen en su mano acarrean consecuencias serias, muy graves, para una sociedad avanzada, la del siglo XXI, en la que las mujeres ya no cerramos las piernas cuando nos lo ordenan ni las abrimos por obligación, ni apretamos con fuerza los músculos si no es para denunciar el abuso machista de una parte de la sociedad.

martes, 21 de agosto de 2012

Algo va mal... creo


Hay escritores que escriben la gran obra de su vida a la primera, y después, como los grandes creadores que son, descansan los días convenidos mientras la obra habla por sí misma y se mueve y es admirada por el resto de los mortales. Las grandes obras se ven a la legua porque respiran vida desde las primeras líneas y es en estas donde se empieza a concentrar nuestra atención sin remedio, absortos por la magia de las palabras bien combinadas.

Algunos escritores tienen el don de escribir varias obras maestras a lo largo de su vida, obras reveladoras que siempre aciertan en modo y contenido, en narrar una historia convincente. Dicen que toda la obra de Tony Judt es excepcional, y destacan Postguerra (yo escribiría posguerra, por cierto), aunque yo solo he leído una de esas grandes obras, Algo va mal. Un título sugerente que lo dice casi todo.

Se trata de un texto revelador que cuenta el comienzo de la crisis económica y social  actual, su presente y sus posibles consecuencias, basándose en el conocimiento de la historia pasada. 

La novedad del libro es que no se trata de una pura reflexión filosófica, de un análisis puramente económico plagado de estadísticas incomprensibles o frías para los que no controlamos la materia. Es el resultado de la reflexión de un hombre inteligente que ha sabido asimilar sus lecturas y mirar a su alrededor para sacar una serie de conclusiones y de posibles soluciones a un momento histórico-social concreto, la primera crisis seria del siglo XXI.

No hay derrotismo en los argumentos, pero sí mucha crítica. Crítica constructiva, directa, sin tapujos, en la que nos vemos identificados. En algunos momentos del libro sentimos que hemos pensado exactamente eso que estamos leyendo pero que no sabíamos cómo expresarlo o en qué datos históricos y políticos apoyarnos.

Defensor de la socialdemocracia a ultranza, Judt plantea una reelaboración del lenguaje, una nueva forma de nombrar las cosas para empezar a cambiarlas. Si no sabemos hablar de algo que nos preocupa, si no lo expresamos con palabras, si no encontramos las palabras que nos permitan expresar lo que sentimos y cómo lo sentimos, difícilmente podremos solucionar el problema. Judt nos quiere espantar el miedo a hablar de la política, de la economía, de lo que va mal a nuestro alrededor, y que nos enfrentemos a los que creen que no todos podemos entender las causas complicadas de una crisis económica y mucho menos hablar de ella, por lo que nos recomiendan que mejor callemos y dejemos hablar a los que saben. La discusión sobre las posibles soluciones a un sistema caduco y  a una crisis está en manos de unos pocos políticos y economistas conscientemente manipuladores y obtusos en sus discursos y publicaciones.

Empecemos a hablar, como dice Judt. Al principio lo haremos bastante mal, pero poco a poco las palabras clave cobrarán el sentido que queramos que tengan porque nosotros somos los creadores, y nuestra obra maestra, la mejor, es poder expresarnos y comunicarnos para llegar a entendernos. El lenguaje nos puede hacer poderosos. Que no nos quiten eso, nadie.