Unos ven una playa, otros una montaña. Los hay que tienen la
suerte de los países exóticos con mil anécdotas para la vuelta a casa. Hay
quienes no envidian a los de los países exóticos y se dejan mecer en tiempo
muerto con las hojas del árbol del rincón de un jardín en una casa de pueblo, a
unos ochenta o cien kilómetros de su
residencia habitual. Pueden (podemos) ver una piscina en medio de la ciudad que
nos lleve al verano y nos aleje de la rutina de un modo singular, sin necesidad
de más belleza ni adorno.
Mi imagen y mi espejismo ha sido este verano muchas cosas.
Una playa iluminada y enorme en la que camino sin ataduras ni cargas y con la
mente despejada, la sonrisa perpetua. Una ciudad laberíntica que huele a siglo
XIX, a libro antiguo y a decorado de película en blanco y negro en la que se
mueve mi heroína imaginaria.
Mi espejismo querido reúne a los amigos y me enfrenta a sus
rostros con bocas sonrientes. Hay mucho de espejismo cuando estás disfrutando.
Al regresar a casa perdura la sensación los primeros días. No como por comer,
sino que lo disfruto, me divierto escuchando la música elegida, leo sin prisa,
sin detener las horas con las obligaciones. Me rodeo de amigos como si nunca
hubiera tenido que trabajar y fuera mi misión condurar la alegría.
Poco a poco, sin embargo, una semana a lo sumo, la realidad
me llega, me cae desde lo alto como una piedra enorme que aplastara ilusiones
–y a mí, a la ilusa, a un tiempo–. El pasado reciente se convierte en recuerdo,
entonces, en un claro espejismo. Y es lindo, es envidiable, te preguntas a quién
corresponde la imagen afortunada. Es imposible, absurdo, pensar que fuera de
uno, tan hecho al nuevo espacio ruidoso y desabrido.
Hay que hacer, sin dudarlo, un ejercicio que requiere de
esfuerzo aunque merece la pena: imaginar que estamos al comienzo de algo que va
a durar muy poco, que casi es como un sueño a ratos pesadilla, que lo real será
enseguida playa, montaña, ciudad húmeda y laberíntica, país exótico… el querido
espejismo.
También puedes jugar a darle la vuelta a septiembre, a finales de agosto, e imaginar –creerlo
firmemente– que empiezas la aventura de vivir justo ahora, estos días tontuelos
y estresantes a un tiempo previos a las hojas caídas y al frío y a la lluvia, a
los días más cortos marcados de rutina.
Todo es cuestión de esfuerzo y alegría.