Intento imaginar cómo tiene que ser. Que años después, y tras búsquedas infructuosas, una generación más de por medio, te llamen para decirte que algo saben de los restos de tus abuelos. Los buscaron tus padres toda su vida intentando así darles un descanso digno, la paz que no tuvieron en vida, pero durante la contienda murieron, en esa guerra que muchos quieren olvidar, no sé por qué, con lo hermosa que es la historia aunque los hechos sean dramáticos -cuáles no lo son- siempre para algunos, otros salen mejor librados, sus muertos sí en cementerios, en hermosas tumbas, llenos de flores.
Muchos muertos fueron incinerados, pero también después enterrados para ser visitados, tan importante el lugar donde charlar con los muertos, el espacio donde recogerse y en el que conversar con los tuyos sin que nadie te observe, sin que puedan juzgarte, cada tumba sin embargo con un tipo de piedra o de flor, más cara o barata, marcando también las clases sociales. No son lo mismo los muertos pobres que los muertos ricos, estos mantienen su estatus incluso bajo tierra.
Pero hay muertos inencontrados e inencontrables que dejaron a sus familiares sumidos en la duda de cómo murieron, de si existieron realmente, de si pasaron por el mundo. Los recientes descubrimientos de fusilados del franquismo atados con alambre en Ciudad Real me hacen pensar en cómo ha de ser reencontrarse con el duelo tantos años después, celebrar unos funerales tan a destiempo, muertos ya los que debieron haberlo hecho, los que tuvieron que haberlos llorado pero que sin embargo están ya también muertos, esos herederos dolidos y aturdidos pero no tan desesperados como para sentir del mismo modo la pérdida del que fuera su abuelo, su tío segundo, a lo mejor.
La restauración de la dignidad, de la memoria, de la historia, es lo que las familias de esos fallecidos tendrán, este día, 1 de noviembre, como un regalo que nunca olvidarán. No habían podido olvidar esa historia familiar coja, incompleta, que sus padres les contaran, pero ahora pueden terminar el puzle, poner la última ficha, cerrar el ciclo, y las próximas generaciones tendrán un episodio más que añadir, cómo sus bisabuelos o tatarabuelos aparecieron un día con las manos atadas a la espalda, en una fosa, donde murieron fusilados por la ira de otros. Desconocidos y ocultos hasta ahora, salen a la luz como restos de la barbarie humana, como rastro de nuestra historia, de una guerra que no puede olvidarse, ni debe.