jueves, 27 de diciembre de 2012

Si pudiera


Hoy tengo el corazón de canción francesa y el alma de tango. En el estómago un fado se debate por salir o quedarse ahí metido –quitándome el apetito– para siempre. De cantautor y llanto se me llenan los ojos cargados de edificios que desfilan deprisa. Es el tren, que los mueve. Por las manos me bailan agujas diminutas, puñalitos clavados al ritmo de un bolero que dice que si yo digo que vengas, lo dejas todo y vienes. Y es mentira. Lo pido muy bajito y no sucede. Hoy tengo en la garganta un arrebato de notas y sonidos de todos los momentos compartidos, repaso de unos años, no solo del que acaba. Y no trago ni grito. Si pudiera.

martes, 25 de diciembre de 2012

Mi navidad

Pasadas las fiestas oficiales y dichas las palabras mágicas, este año más whatsappeadas que nunca, el vacío vuelve a instalarse durante unas horas, las que ocupa la tarde de Navidad. Mañana, de nuevo habrá algo que hacer: comprar la ropa para fin de año y pensar en la celebración del día 31. Los hay que aprovecharán para hacer la lista de Reyes o para encontrar esos regalillos del día 6. Hay objetivos consumistas y eso alivia.

Pero el vacío, el verdadero vacío para el ser eminentemente navideño, llega en enero, cuando los regalos se han dado y recibido, se ha bebido y comido en exceso y en consecuencia hablado más de lo debido y poco más hay que añadir. El derroche de días atrás, la excitación, las fiestas de empresa, los apretujones en el metro o el despliegue de lucecitas quedan muy lejos y pareciera que hubiera sido un sueño. Ahora hay que enfrentarse a la realidad, y a los muy navideños les jode.

Los que odiamos la navidad tenemos la ventaja de disfrutar de los momentos sin compromisos sociales y aprovechar los días festivos en soledad o realizando actividades que nada tienen que ver con excederse en ningún sentido y sí con ver a la familia sosegadamente. La búsqueda de la paz no está, en mi caso, en los centros comerciales, que alivian mi aturdimiento interior en momentos de crisis pero no me tranquilizan. Mi paz interior, tan deseada y protegida con esmero, viene del silencio, de la lectura, de una buena charla con alguien especial, de esas que te llevan horas de un lugar a otro y de ese al siguiente, y hacen que lo que empezó con un café y algo de picoteo termine en una copa en un nuevo bar con música estupenda. En fin, esos son mis más preciados momentos. La carrera mañanera en el Retiro, mis casi ya veinticinco kilómetros a la semana que hacen salir de mí todo lo malo y me obligan a sonreír a pesar del esfuerzo y del corazón desbocado. Nadar sin pensar en nada más que en respirar y soñar.

Mi navidad resulta este año amable a pesar de los dolores y sinsabores de la vida últimamente. Intento acabar de leer la novela de bolsillo que comencé hace días, de estimularme con un ensayo sobre la traducción que me tiene absorbida y de analizar más en profundidad las ideas de otro volumen sobre los buenos y los malos lectores. Mi inglés avanza despacio, pero avanza. La esperanza de encontrar este año esa felicidad que no da el dinero, crece. El sueño de ver por fin publicada la novela que costó tanto escribir y ahí sigue parada, esperando a ser leída por todos, no acaba de desvanecerse.

Y esa es mi navidad sin mayúsculas, sencilla y tranquila. Me esperan aún estos días muy buenos amigos y mejores momentos. Y muchas más hermosas palabras.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Sueño con androides


Las pasiones, como los deseos, forman parte de ese universo único que nos hace humanos. La proyección de los  mismos puede llegar a modificar el curso de la historia y de las vidas, las propias y las ajenas. A través del amor y del odio, del anhelo por conseguir, somos capaces de las mejores obras pero también de la mayor de las destrucciones.

Terminada la lectura de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? tengo emociones encontradas, como las que estos días me acechan sin querer. Philip K. Dick logra despertar mi imaginación y me hace visualizar más allá. Permite que vea ese futuro en el que la humanidad ha conseguido llegar a construir androides, esos seres tan parecidos a los humanos que son difíciles de distinguir de estos. Las manos que los hicieron, sin embargo, quieren ahora aniquilarlos. Se recurre así al clásico tema del horror del hombre ante su propia creación, aunque en este caso el “monstruo” no es el androide, o no solo. El nuevo ser no es el clásico espanto devuelto a la vida o creado a partir de trozos de cuerpos humanos. El androide de la novela de K. Dick es hermoso. El peligro reside en la apariencia verdadera y atractiva y en la imitación de la inteligencia humana. Son seres que se mueven con agilidad, sin la torpeza y la terquedad de un no vivo.


El protagonista de la novela, un caza-recompensas que cobra por cada androide capturado, empieza a tener dilemas morales con los seres artificiales. Ni siquiera el test ideado para distinguirlos le convence al cien por cien, y ya no es suficiente con poseer animales eléctricos, necesita introducir en su vida a uno de verdad. Así, la oveja eléctrica que el protagonista posee como mascota  empieza a parecerle vacía, necesita sentir la vida en otro ser que pueda sorprenderlo con una acción inesperada, que sea débil y vulnerable como él mismo.

Con el dinero recibido por eliminar a tres androides decide comprar una cabra de verdad, pero el animal es, poco tiempo después, arrojado desde la azotea por un androide vengativo con el que el protagonista ha tenido relaciones sexuales a pesar de estar totalmente prohibido.

La novela termina con la deshumanización del humano y la humanización de la imitación, de la máquina, el androide desesperado capaz de vengarse como el humano más cargado de odio. Heredero de lo bueno también lo es de lo malo de la especie humana que lo creó. La metáfora de Dick queda clara.

El amor y el odio son en esta novela una condena, lo que somete a lo que realmente somos. En ello estriba el éxito y la genialidad de la obra, su atemporalidad aún hoy y a pesar de Blade Runner, un film acertado pero no mejor que el texto, en la línea de ese Fahrenheit 451 en el que también un destructor de la inteligencia, el bombero quema-libros, es el protagonista cargado de dudas existenciales que acaba rebelándose contra el sistema.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Equilibrio

Hoy es un día triste y descolorido en los que a duras penas se adivina el sol. La niebla llega casi a poder masticarse. Mira, sí, acabo de probarlo y lo parece. Abrí la ventana y la sentí sólida intentando entrar en casa. Es, además, un día malo para mí en el que la traición me acompaña como una losa que aún no sabré cómo quitarme de encima si es que lo consigo algún día, supongo que sí. Pero curiosamente, y como no todo es espantoso, se me ha concedido una segunda oportunidad para volver a compartir la vida con la mejor amiga que nunca tuve y que hoy me trae olores del verano, de las risas, de las canciones, también de las tristezas. Esas amigas incondicionales en cuya casa puedes refugiarte cuando las cosas van mal, muy, muy mal y a las que abrazas cuando son ellas las que sufren.

Esta tarde volveré a tener frente a mí a mi tan añorada amiga y no habrá quien nos pare, tenemos que ponernos al día tras una pausa de dos años... Es mucho tiempo, demasiado. He tenido una de las peores pérdidas y dolores esta semana pero he ganado otra, la mejor, la que creía perdida. El mundo sin duda se equilibra en estos casos. Desgraciadamente para muchos otros todo son pérdidas. Unos no las merecen, otros sí. Y están solos, y son patéticos, y como los muebles viejos, quedarán arrinconados en la memoria de nadie.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Y despertó el verbo

Cuando las tareas se acumulan tienes que escapar como sea. Se escapa parando y meditando antes de continuar. Acción, pero también descanso. Cuando no hay tareas que hacer es mejor buscarlas. La falta de ellas puede llevar al deterioro mental, a la pasividad, a la anulación de la inteligencia y de la capacidad de resolución y de reacción.

No actuar implica falta de interés, lo que a su vez se traduce en egoísmo, al no desear más que lo que nos atañe de inmediato, a nuestro lado y por nuestra subsistencia, sin pensar en nadie ni en nada más. Estar en activo física e intelectualmente incluye a otros y hace que tangamos que esforzarnos en escuchar y comprender, lo que nos convierte en más humanos y menos egoístas.

Escuchar, como tantas otras cosas en la vida de un ser humano es muy difícil. No oír, eso lo hacemos. Las bocinas de los coches, las palabras, el murmullo que siempre nos rodea en una gran ciudad. Pero escuchar con atención a alguien o algo resulta más difícil en estos tiempos. Al igual que el acceso a la información ha cambiado nuestra forma de leer las noticias (someramente, por encima, poco más de un repaso rápido a los titulares), el exceso de ruido nos ha hecho más difícil escuchar. Hay demasiadas interferencias y suciedad -no se me ocurre otra palabra para definirlo- para escuchar lo importante, captarlo, asimilarlo y poder dar el correspondiente consejo, si se nos pide, o almacenar la importancia de lo expresado por otros, que al mismo tiempo alimenta nuestro interior y nos hará modificar o no la idea que teníamos sobre el tema antes de escuchar a esa otra persona que piensa diferente o parecido a nosotros pero con matices.

Al igual que hemos perdido la falta de atención y la capacidad de concentración para leer detenidamente y no por encima, hemos perdido la capacidad de escuchar, que es tan grata. Probadlo. Poneos a escuchar de verdad a alguien que esté contando su historia y pida ser escuchado. El éxito de los monólogos cómicos o del teatro que implica al público tiene éxito porque nos sitúa en un momento frente a una historia bien contada que nos hace analizarnos a nosotros mismos, compararnos, sonreír, llorar, meditar... Sin las palabras de otros, sin las vidas de los demás, somos solo nosotros en un vacío inmenso que es la vida. La necesidad de escuchar y de ser escuchados es brutal hasta el punto de que expresa la demencia y el dramático sufrimiento de muchísimos ancianos que viven solos en las grandes ciudades, por ejemplo. La necesidad de escuchar nos lleva a encender la radio y el televisor nada más llegar a casa, casi sin darnos tiempo a quitarnos los zapatos. La de ser escuchados, desgraciadamente, puede llevarnos a hablar solos. A quién no le ha sucedido tener un problema y hasta que no lo verbaliza no ve la solución. Los psicólogos están en buena parte para escuchar, son la descarga del alma de miles de personas, de ahí su éxito.

Desde aquí animo a escuchar y a hablar, a contar, porque creo que todos seríamos más felices, incluido el gobierno. Un gobierno que no escucha ni dice, ni expresa, hace a un país infeliz pero más verbal que nunca, más solidario, menos egoísta, porque el pueblo tiene que hablar y cada uno tiene una historia que contar. Un día los profesores, otro los médicos, otro los discapacitados, otro los jubilados o los jóvenes. Sé ahora mismo más de esta sociedad que nunca antes, gracias al silencio de este gobierno. La gente ha empezado a hablar y a comunicarse, a necesitar ser escuchada. En ese sentido, les digo a los que gobiernan: Gracias, muchos han despertado debido a vuestro desprecio.


jueves, 22 de noviembre de 2012

La máscara


La encontré arrugada y tirada en un rincón, casi irreconocible. La cogí e intenté ponérmela pero no encajaba ni era posible moldearla para que lo hiciera. Empecé a desesperarme porque llegaba tarde y no era plan después de tantos días sin aparecer por allí. Así pues, me la metí en el bolsillo y decidí ponérmela al llegar o durante el camino.

La primera persona a la que reconocí en el andén fue a un compañero de otra sección. No tuve que saludarlo pero me puso alerta, me fue preparando para lo que me esperaba. En la estación del parque se subió un ejecutivo con el que tuve que intercambiar un par de frases a mi pesar. Metí la mano en el bolsillo y sentí la piel más suave, daba la sensación de que se iba alisando e iban desapareciendo las arrugas.

Al salir del túnel a la luz ya fueron varios los rostros conocidos. Me senté en un banco y la saqué con cuidado del bolsillo. Esta vez sí encajó perfectamente en mi rostro y me dio el aspecto de persona cuerda y responsable que necesitaba para mi primer día en la empresa tras unos días de vacaciones en los que fui otra. Y me gustaba.


martes, 20 de noviembre de 2012

La imperfecta Orbajosa

Hay deseos y emociones universales que no cambian con el paso de los años. El amor y el odio siguen siendo los mismos que hace siglos. Depuradas, sí, las venganzas y las técnicas amorosas, la base emocional y la forma de expresarlas es idéntica. Los sentimientos son simples cuando suceden, aunque hay grados. La intolerancia, que suele ir acompañada de ignorancia y odio hacia el que no piensa lo que uno, es la que era hace unos cuantos siglos.

El domingo asistí a la representación de Doña Perfecta en el Teatro María Guerrero. Es un clásico galdosiano aunque no de mis favoritos. Se trata de una novela menor en muchos sentidos, engolada y algo obvia. Eso sí, trata la intolerancia y el odio de un modo tan perfecto como lo quiere ser su protagonista femenina. No hay duda, después de leer a Galdós, de que las dos Españas se fraguaron mucho antes del estallido de la Guerra Civil Española, de la barbarie de la derecha sobre el legítimo gobierno de la República.

Galdós en esta novela se muestra como era, profundamente anticlerical. El mal que la religión infligió al pueblo español está representado en esta obra por Orbajosa, la provinzucha intolerante de mente estrecha, cotilla, despótica con aquel que se aleje mínimamente de sus estrechos pensamientos morales y que solo cree en la religión supersticiosa y desprecia la ciencia, a los liberales y a Madrid. El pueblo es un gran personaje al que no le haría falta siquiera estar acompañado por un ser físico como doña Perfecta.



Pepe Rey, el joven liberal llegado a Orbajosa para casarse con su prima Rosario, es el espejo en el que esa España clerical se mira y no se ve reflejada. El sarcasmo y cierta burla inocente por parte de Rey hacia esta pequeña sociedad provinciana de toscas costumbres no sientan bien a su tía, una inamovible momia que solo acepta lo que la iglesia pregona y su conciencia extrema retoca. Es una mujer violenta, sanguinaria, capaz de morir antes que permitir que un liberal se case con su hija. Tras descubrir que Pepe Rey no es el sobrino que esperaba hace lo imposible para apartarlo de su hija hasta el terrible y dramático final.

Galdós creía en la libertad y en la ciencia, en la tolerancia, en el pueblo luchador e inteligente. No lo despreciaba, lo retrataba. Así, el que quiera hacer de él un costumbrista decimonónico (la derecha adocenada) se equivocará, porque excepto haber nacido en el XIX, no tenía ese poso rancio que sí poseía un Valera o una Pardo Bazán.

Galdós era un observador que vivía libre y creía en la libertad. Obras como Doña Perfecta, Fortunata y Jacinta, sin contar, por supuesto, los Episodios Nacionales o El caballero encantado hubieran sido imposibles si así no fuera. Pero siempre habrá lecturas e interpretaciones y el conservador recalcitrante va a leer lo que quiera leer, como doña Perfecta en Orbajosa. Y no puede evitarse. Afortunadamente aún hay directores capaces de extraer la esencia del pensamiento galdosiano, como lo ha hecho Ernesto Caballero de modo excepcional en el montaje y la interpretación de sus personajes, tan actual en contenido el lenguaje y los textos que estremecen, tan emotivos que pareciera que Orbajosa no quedara tan lejos. Y no queda. Solo dos calles más allá del María Guerrero, tirando hacia la plaza de Alonso Martínez, está el centro tenebroso que nos oprime y no nos deja expresarnos.

jueves, 15 de noviembre de 2012

El roce frente al oprobio


Ayer, una vez más, asistí a una orgía de la democracia que no sé bien si me anima o me deja tan conmocionada que no me recupero. Y de nuevo, una vez más, confirmé lo que llevo observando en los últimos años, y es que el descontento ciudadano es enorme por mucho que el mafioso gobierno y sus acólitos no quieran verlo y nos hagan callar a golpe de porra y prohibición.

Es evidente que este descontento se manifiesta (nunca mejor dicho) en la calle y ya no en la huelga de los trabajadores porque la precariedad laboral, el pánico a perder el empleo, la desprotección de los sindicatos o su inexistencia en determinados sectores
–el mío, por ejemplo– hacen que la huelga no sea una opción de protesta, o al menos no  sea representativa para medir el rechazo a la reforma laboral y al auge de la privatización y de la desclasificación social. Por ello, donde ayer realmente me emocioné fue arropada por los míos, los ciudadanos de mi país –esto sí es patriotismo, sin necesidad de banderitas ni chulerías nacionales varias–, de los que me siento muy orgullosa en momentos como este.

Gente de todas las edades y estratos sociales, la mayoría humilde y de la mermada clase media nos encontramos juntos, bien pegados, mirándonos, rozándonos, sonriéndonos, cantando, llorando, gritando, emocionándonos por sentirnos unidos. La desprotección que ya nos dio el anterior gobierno del Partido Popular de Aznar, ese frío y esa sensación gélida atroz de abandono y menosprecio se vuelve a sentir en este nuevo gobierno de Rajoy, que es el mismo, el del oprobio y la desvergüenza, el del cínico señorito, el del que echa las culpas al gobierno anterior –como hiciera Aznar, por cierto–.

Por otro lado, creo que los sindicatos y algunos partidos de izquierda tienen que empezar a dejar de usar una terminología del pasado. Es importante saber llamar por su nombre a lo que nos sucede y a lo que somos y sentimos, porque nos identifica y nos acerca a los demás y a lo que queremos reivindicar. Uno de los motivos del éxito del movimiento de 15M fue precisamente la palabra indignado para definir al ciudadano descontento. Sigamos por ahí, nombremos correctamente –actualmente– a las cosas, no nos dejemos llevar por palabras, nos guste o no, del pasado. Queremos que cambien la mentalidad caduca que solo incluye al funcionario o a sectores que protegen a sus trabajadores y se acuerden un poco de los demás, del oficinista medio de la empresa privada, atado de pies y manos, de los que no podemos hacer huelga porque no es coherente con nuestra actual situación laboral. Ayer también estuvimos en la calle. Al salir de trabajar.

martes, 13 de noviembre de 2012

¡Ob... ama!

Hace unos días twiteaba mi alegría, entre tanta desdicha alrededor, por el éxito de Obama en las recientes elecciones americanas. Sí, sé que parece un actor y que todo lo que allí sucede es como de mentira, pero resulta que a pesar de lo que nos hemos reído de los norteamericanos y de sus tópicos  hacen un uso ejemplar de la democracia. Qué queréis que os diga, es increíble poder cambiar a un ser como Bush por un adorable Obama lleno de ideales y buenas intenciones. No ha habido en España diferencias tan abismales entre un presidente y otro. Bueno, sí, Aznar y Felipe González. Pero para cuando el primero se hizo más odioso ya no competía con González, los rivales eran otros más anodinos.

El caso americano me llena de alegría, como cuando en una de esas películas yanquis de catástrofes todo acaba bien y el país es salvado del mal, del malo malo, venga de donde venga, terrestre o extraterrestre. Con un poco de suerte, soñaba una de estas pasadas noches a punto de quedarme dormida, Obama, de algún modo misterioso se colará entre nuestros políticos de mentira y empezará a repartir a diestro y siniestro. Ay, qué pena que fuera un sueño. Pero eso tenemos, los sueños. En los sueños nadie puede meterse. Los burgueses no sueñan, ni los de Clarín ni los de Galdós lo hicieron nunca en las novelas porque eso los hacía libres. Ambos autores mostraron en sus más grandes obras esa carencia de sueños reales y figurados que caracteriza a estos políticos incautos que nos mangonean actualmente con las miras tan estrechas que no pueden ni soñar. Cuando alguien tiene un sueño hermoso es más fácil que pueda ser aceptado por todo un país. Cuando el sueño es justo y honesto, claro, no vale soñar que soy el que manda y se hace lo que yo quiero. Los sueños fabricados de emoción y de bondad se cumplirán en mayor o menor medida. Pero hay que trabajarlos, luchar, no se regalan los sueños, ya les gustaría a algunos.

Que un afroamericano haya llegado a ser presidente de Estados Unidos no es una casualidad. Pocos años lo separan de la esclavitud, de los separatismos, del racismo y la discriminación más terrible. Y sin embargo.  (Este punto aquí es a propósito, se lo he robado a mi lectura más reciente, La historia del amor). Llegó, vio, se lo curró y venció. Un luchador, un peleón, un hombre que lo tuvo difícil pero que no se rindió. Confío más en quien tardó en llegar que en el que entró suavemente o por tradición en la política. Para las buenas personas, para los políticos de profesión es una ardua tarea dirigir un país, hacer felices a los demás, ser lo más justo posible.

En este país en el que vivo hay buenos políticos, pero no abundan, y pocos son comparables a los de otras naciones. El actual enfrentamiento entre el presidente de la Comunidad de Madrid y la alcaldesa deja al descubierto mentiras, afán de poder, conspiraciones, estrategias sucias y rastreras y en un segundo plano el bien de los ciudadanos. No es realmente importante que hayan muerto cuatro jóvenes en una sala de conciertos que no cumplía con las normas de seguridad, es más importante pasar la patata caliente. No se asumen errores, se evitan, se ocultan.

Entre muchas cosas malas, muchísimas, los políticos norteamericanos y anglosajones, sin embargo, acaban reconociendo errores y dimitiendo, y si no son ellos es el pueblo el que los aparta y los echa a un lado para dejar paso al siguiente. Aquí no, una y otra legislatura los de arriba apoyan al cretino, al cínico que los mantenga en su estatus mientras los de abajo no votan porque nadie les convence. Hacen bien (o quizá no). Y así podemos estar eternamente, con la malicia latina tapando al ladrón. Así somos y así nos va.

jueves, 8 de noviembre de 2012

El boom, la literatura, la vida

A principios de los setenta se fundó el llamado boom de la literatura latinoamericana (yo prefiero llamarla hispanoamericana) que a mí me pilló recién nacida. Fue muchos años después, atraída por los títulos que veía en casa, que me atreví a probar suerte con García Márquez. La hojarasca o Crónica de una muerte anunciada fueron las primeras novelas del boom que leí. Llegarían después muchas otras, los cuentos de amor, locura y muerte de Quiroga y, por supuesto, los de Cortázar, que me volvían loca y llenaban las estanterías de la habitación que compartía con mi hermana mayor. Recuerdo cuando el escritor murió cómo lo lloró ella. Yo todavía no entendía el dolor de la muerte de un escritor admirado, aunque siempre imaginé con nostalgia la vida de Galdós, al que me parecía ver a veces como un fantasma atravesando las calles aledañas a la Plaza Mayor de Madrid, como si acabara de visitar a Fortunata o a la de Bringas, en aquella época en la que soñaba con sus novelas y sus personajes.

Una vez comencé a estudiar en la universidad, empezaron a revelárseme los secretos de las lecturas, de los autores. Pensamos que no es necesario que nos cuenten nada sobre los escritores que queremos y de los que disfrutamos, que basta con leer su obra. ¿Pero... y cuando lo hacen, cuando alguien se ha tomado la molestia de leer, profundizar y compartir lo descubierto o meditado?

En cuarto de carrera tuve al maestro de los maestros, el que me uniría ya para siempre a la literatura hispanoamericana y con el que llegué a plantearme escribir una tesis sobre Onetti, el autor complejo y maldito, el misógino que leía novelas del oeste sin levantarse de la cama. Quizá por todo ello me atrajo. Acostumbrada a la aparentemente sencilla prosa de García Márquez al que todos los que escribimos hemos intentado imitar alguna vez sin ser conscientes de ello, Onetti era un reto y costaba, había que hacer esfuerzos en asimilar personajes, escenas, diálogos. Era un autor rebelde y para hombres o especialistas, los menos cercanos a la masa lectora que devoraba las novelas de Vargas Llosa o los poemas de Neruda.

Decidí, así pues, ponerme las cosas un poco difíciles, leérmelo todo, incluidos sus cuentos publicados en un único volumen por Alfaguara. Ha sido de las mejores lecturas de mi vida porque es en el cuento donde Onetti es más Onetti y más vivo está, levantado de la cama, activo e incluso tierno.

Finalmente, la realidad se impuso y la tesis pasó a un segundo plano. Comencé a trabajar, a escribir, a enseñar. Mis alumnos de Español me absorbieron las tardes. Durante las mañanas trabajaba, gracias a una beca concedida por la Universidad Autónoma, en la Biblioteca Nacional, catalogando manuscritos del poeta Jorge Guillén de la mano de su hijo Claudio, que me animó a hacer una tesis sobre su padre y aquella correspondencia apasionante que apenas podía sostener de la emoción entre las manos en la Sala de Raros de la biblioteca en la que me concentraba sobre un pupitre inclinado, con las luces bajas, muy bajas, rodeada de los inmensos techos y de hermosas pinturas, con olor a papel y a pergamino en el ambiente y un intenso silencio.

Del boom a la Generación del 27. Del nuevo mundo al viejo. Tampoco en esta segunda ocasión, sin embargo, me sentí con fuerzas para acometer la tarea de escribir una tesis y pasarme años viviendo por y para  un único autor y una única época. Así pues, el boom estuvo en mi vida desde que empecé a leer, junto con el resto de la literatura. No podría elegir entre unas épocas y otras, entre unos y otros autores, entre prosa y poesía porque cada uno está en el momento que debe estar y cuando lo necesito. Me especialicé en Literatura Española e Hispanoamericana en mis cursos de doctorado -estos sí los hice gustosa- y ocuparon los mejores años de mi vida por muchas razones, no solo literarias.

Miro hacia atrás y veo rostros y letras, novelas, cuentos. Perú, Chile, Bryce, Parra, Argentina, México, Fuentes. De todos me queda un poso a pesar de no haber estado físicamente en ninguno de los países mencionados gracias a haber leído a sus autores. La Plaza Mayor no se entiende sin Galdós, o no del mismo modo. Hispanoamérica sin palabras no es nada.