sábado, 5 de noviembre de 2011

Lo mismo pero distinto

Guardados los ventiladores, recogido el edredón nórdico de la tintorería y hecho el cambio de ropa en el armario -lo más aburrido de todo- estamos preparados ya para lo que se nos avecina, que siempre es variado por lo diferente. Una época en la que parecen concentrarse todas las cosas importantes, que aúnan sus fuerzas para ocurrir al mismo tiempo.

Hay planes: fiestas privadas, inauguraciones de casas o restaurantes, novedades editoriales que hay que adquirir como sea, ver la exposición que ha montado un gran amigo y a la que aún no has podido ir -Un viaje al cine español: 25 años de los Premios Goya en el centro de arte del teatro Fernán Gómez, ahí va el dato-. Y entre las responsabilidades, el ocio y lo que sabe Dios llegará añadidas unas elecciones generales al cotarro, se presenta un otoño de cambios: de gobierno, de actitud vital, de recortes. Y con los cambios llegan los buenos propósitos, quizá no tan sentimentales como los de Año Nuevo.

A partir de septiembre los planes suelen ir más encaminados a iniciar o reanudar actividades, a cambiar de imagen, a replantearse el ocio y el descanso. En el año nuevo hay más fuerza en lo deseado -como si algo mágico pudiera ayudarte a impulsar el deseo-, repasamos el año emocional que hemos vivido, hablamos con nuestra pareja si la tenemos y si no, la buscamos, no hay lugar, digamos, para la resignación sino para la acción.

Septiembre y los tres meses siguientes -noviembre ya, cómo pasa el tiempo- es un periodo de cambio obligado tras el desajuste del verano, en el que nos hemos saltado la rutina. Volver a la rutina lleva exactamente ese tiempo, tres meses, y la vuelta con algunos cambios aquí y allá es mucho más entretenida. Además forma parte del animal de ciudad introducir detalles en el día a día, no siempre trascendentales, también estéticos, o quizá más radicales para que un año tras otro no parezca el mismo y la novedad nos dé cierto consuelo. Y sintamos ser otros aunque seamos los mismos.

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