martes, 23 de abril de 2013

Te escribo, me escribes, leemos


Mamá nació el 23 de abril de 1936, así que hoy celebra su cumpleaños. Este año es distinto, pues puedo felicitarla por correo electrónico muy temprano, para que cuando acuda a su portátil medio dormida, sin haber desayunado aún, se encuentre con palabras cariñosas.

Es, desde Reyes, un nuevo modo maravilloso de comunicarnos. Por teléfono o en persona las palabras se pierden y uno sin querer puede desconectar y no escuchar atentamente, como el otro desea. Aquí, sin embargo, nos hablamos sin tapujos, sin cuidado, sin interferencias. Nos decimos las cosas y vamos sabiendo la una de la otra más y más. Uno no deja de conocer a las personas con el paso de los años. No lo conocemos todo de una vez, y menos de los padres. Vamos sacando datos, escuchando aventuras, historias. Sabiendo de su niñez, de su juventud, ellos que siempre nos parecieron inalterables y de edad inamovible e incierta.

A mamá le ha dado por contar y me narra, me escribe, y lo hace bien. Con las palabras como le salen, casi como si hablara, pero sin errores, con los términos exactos, la prosa sencilla y las frases cortas. Y con esa especial sensibilidad casi infantil que intuía que poseía pero que no había comprobado con certeza hasta ahora. Me recuerda a Celia a veces, es decir, a Elena Fortún, a la creadora del personaje entrañable que he leído y releído gracias, precisamente, a mi madre.

Leer nos hace libres, dicen, y creo que es cierto. El genio cervantino y el shakesperiano se celebran hoy como símbolo de esa libertad en lo escrito (la del que escribe lo que desea) y en el que lo lee (que puede elegir qué quiere o desea leer en cada momento sin censura).

Uno de los pensamientos que más acude a mi madre, y que ha compartido  conmigo en varias ocasiones, es el de una España de posguerra caracterizada por la ignorancia, en la que de un tal Lorca no se sabía, ni de un Machado, y en el que Día del Libro no existía. La generación de mi madre descubrió tarde a algunos autores, pero al menos supieron, pudieron leer y conocer. Muchos otros se quedaron en el camino, privados del placer de ver nacer la Democracia y con ella la libertad. Por ello, el Día del Libro se siente uno agradecido, confortado.


(Mientras escribo, por cierto, mamá ya leyó mi correo de felicitación, y me responde que a estas horas, el 23 de abril de 1936, aún estaba en el limbo, pues nació a  las 18:00 horas. Así es ella.)

miércoles, 17 de abril de 2013

Los lugares inviolables


Hay momentos y lugares que no deberían interrumpirse ni violarse. Una maratón no puede terminar violentamente, una clase en la universidad no ha de verse interrumpida nunca por el estampido del arma de un terrorista.

Cuando estudiaba el doctorado en la Universidad Autónoma, tras terminar la carrera de Filología Hispánica, viví el desolador episodio del asesinato de Tomás y Valiente en su despacho. Alguien entró en nuestra aula y nos avisó de lo que había sucedido, de lo que acababa de ocurrir a unos pocos metros de nosotros. La perplejidad primero, después la indignación.

Lo mismo sentí ayer ante la noticia del atentado de Boston. Y es que hay lugares y actos que parecen inviolables y no me imagino a nadie rompiendo esas normas no escritas. Pero sucede.

domingo, 14 de abril de 2013

Llegada de la primavera sentada en un café

Espero a mamá en esta cafetería una mañana de domingo. Es excelente para trabajar y escribir. Desde la ventana el sol me da a trozos en el rostro. Solo se escucha el sonido de una máquina encendida, un congelador o algo parecido. Desde aquí veo las terrazas de un par de casas que deben costar un riñón en esta zona, seguro.

La mañana ha comenzado con el fin de una novela que no quería terminar de leer pero ha sido genial hacerlo no ya entre las sábanas sino en el pequeño balcón de mi cuarto. El segundo café de la mañana me ha acompañado. Después he mirado el parque, en el que tan temprano solo había un señor con su perro.

Da gusto madrugar en domingo y pensar que el resto del mundo está dormido mientras tú lo tienes para ti solita, todo tuyo para hacer lo que quieras. Se me acumulan los planes, los proyectos. Finalmente salgo rauda a la cafetería donde me encontraré con mi madre y charlaremos. Son estos los domingos de palabras, de confidencias, que hoy en concreto comienza como terminó el día de ayer, con las palabras. Un agradable rato de cañas por el centro de la capital en buena compañía en un Madrid de sábado tarde-noche abarrotado, el reconocimiento de los mismos pesares y los mismos consuelos en el amigo que te escucha. También las mismas alegrías. Planes de viaje juntos, sueños.

El día me ha recibido hoy, al bajar a la calle, con sol y temperatura cálida, tan insólito que me daba la impresión de haber estado dormida toda una estación y haber despertado con la llegada real de la primavera, de esa que los que vivimos en Madrid sentimos tan pocas veces. Es mucho más frecuente el paso del frío al calor más agobiante, no hay términos medios en esta ciudad cargada de ruido y luz.

Hoy, sin embargo, es de esos pocos días de primavera que al mediodía podría parecer veraniego incluso. Hoy es día de pasar el tiempo al aire libre y empezar mañana la semana de un modo diferente, soñando con el próximo domingo, quizá ya no de palabras pero sí de buen tiempo instalado en un pequeño balcón, en el reflejo de una ventana de una cafetería en el Paseo del Prado madrileño.


miércoles, 10 de abril de 2013

Black Mirror


Primero la sonrisa, después el estupor. No podía creer tanta suerte. Todos los componentes viajando en una sola entrega de una hora, ni demasiado corta ni demasiado larga. La ciencia-ficción cotidiana que me atrapa desde que leí El hombre invisible o Fahrenheit 451

Esos mundos posibles cada vez más cercanos a los que me lleva esta serie me conmovieron desde las primeras escenas. Tres capítulos independientes unidos por un tema común: cuáles son los límites de los avances tecnológicos, cómo pueden afectarnos emocionalmente, cómo pueden cambiar nuestras vidas.

Nunca hay un control absoluto, siempre un pero o un fallo en la “criatura” creada para hacernos más cómoda la existencia. Pero cuando el monstruo se vuelve contra el padre que lo trajo al mundo con ese descaro incontrolable de niño malcriado, poco se puede hacer. Y cuando queremos darnos cuenta es demasiado tarde para reconducirlo por el buen camino porque nosotros mismos descontrolamos las emociones creadas por el artilugio, el programa, el software, la nueva forma de vivir que nos ha cambiado para siempre y que heredarán los que nos sucedan.

Black Mirror es mi camino a otra visión, como lo han sido esos clásicos de la ciencia-ficción en literatura o en el cine. Me interesa porque me completa, llena ese vacío de incertidumbre ante lo que podría ser y aún no es, ante lo que se aproxima, que esperamos con impaciencia pero también con cierto nerviosismo.



Ese futuro es nuestra parte mas oscura porque es la que nos hace imaginar lo cruel y extraño que será el mundo en unos años. Pocos pensamos en el futuro como un tiempo prometedor con avances que nos harán más felices. Casi todos adoptamos un temor al cambio, a más vale lo malo conocido, no queremos arriesgarnos.

La serie es deslumbrante. Posee la frialdad y la belleza de un paisaje gris casi blanco un día nublado o el del interior de una nevera nueva. Las interpretaciones de los personajes son igualmente traslúcidas, casi etéreas. Al menos en la primera temporada y el comienzo de la segunda (me quedan dos capítulos por disfrutar).

Moderna, brutal, compasiva a ratos, con diálogos brillantes, nunca obvia. Cuenta lo que no sabemos a ciencia cierta que vaya a suceder pero intuimos que podría ocurrir u ocurriría si nosotros fuéramos alguno de los personajes, que parecen vivir unas vidas que podrían ser las nuestras. Y el Yo que haría se repite en cada capítulo como una llamada al interior de nuestra psique.