“¿Qué necesitas para ser feliz?”. Jaume responde desde la mirada vidriosa del que ha visto el abismo, el fondo del pozo, una mirada algo ida pero inteligente: “Poder hacerme las cosas yo mismo todo el tiempo que pueda”. Y de ahí parte la que es una de las claves para la recuperación de la dignidad de las personas que no tienen techo y viven en la calle sin protección.
El Museo Nacional de Artes Decorativas presenta una exposición hasta el 24 de abril, Diseño contra la pobreza: una historia de superación, en la que se muestran una serie de objetos esenciales para las personas que viven en la calle e interesantes propuestas de viviendas realizadas por diseñadores.
La primera parte, Tesoros de la calle, muestra los objetos más importantes para algunos de los que viven en la calle. Sobre pilas de periódicos se apoyan los objetos o se sostienen en el aire por un grueso alambre. Sobre los objetos unas mini cámaras de vídeo en las que los sin techo narran en primera persona sus vidas, sus experiencias sobre los objetos más valiosos de los que no podrían o no querrían desprenderse.
Uno de los que más me llama la atención es una radio anticuada, un transistor en realidad, no tanto por el objeto en sí sino por lo que implica: escuchar la radio, estar al tanto de las noticias, estar de algún modo en el mundo paralelo de los con casa y de cómo viven al margen de ellos, que habitan en la calle. Me llama la atención el texto que acompaña al objeto en el que se indica que estadísticamente más de un 45% de los indigentes son personas con estudios superiores que se han visto, tras un largo proceso vital demoledor, en la calle. Así pues, muchos leen el periódico, otros escuchan la radio y todos ellos están por tanto enterados de la realidad social y de su marginación y la falta de recursos que les tortura.
No son locos alcohólicos, como caracterización que extendemos a la mayoría por el prejuicio hacia unos pocos que sí lo son. La mayoría están pasando la vida en silencio intentando recuperar lo que fueron, o mejor, alcanzar a ser lo que les gustaría. Y eso me estremece, porque precisamente al no estar locos y estar al tanto y ser conscientes de lo que les pasa, el sufrimiento ha de ser demoledor a ratos, con la consiguiente pérdida de la autoestima y en la mayoría de los casos depresión sin ellos mismos saberlo pero sabiendo que la sociedad no los alivia.
Comenta el hombre del transistor que él oye los programas nocturnos y de madrugada con avidez y que nunca ha comprendido por qué los locutores, al dirigirse a los que pueden estar escuchándolos a esas horas no los mencionan a ellos y hablan solo de camioneros, enfermeras, guardias jurado… como si ellos no existieran ya para nadie en el mundo real de los vivos, condenados a ser anónimos y a no ser personas.
Es extraordinario el dominio verbal de este hombre, cómo se expresa, muy superior al de personas con las que he trabajado y que poseían un gran sueldo, aunque apenas sabían hablar con corrección.
Es Jaume, el que responde a lo que él cree necesario para alcanzar la felicidad en la quinta parte de la exposición, el que posee un tesoro que lo mantiene cuerdo y en el mundo, el crucigrama. Le parece muy útil a su edad intentar encontrar la palabra exacta para una definición, le mantiene alerta, en el mundo, hace que la memoria se mantenga ágil, le da la vida. No es lo mismo que con las novelas, añade, y me deja temblando por la razón que tiene en lo que anota, y es que cuando tienes que dejar de leer una novela que te gusta es de pronto “como si te arrancaran de un lugar”, en un crucigrama puedes entrar y salir cuando quieras.
La segunda y tercera parte de la exposición, Casas de acogida, se centran en la muestra de una casa de acogida construida con los mejores diseños presentados a la convocatoria de ideas contra la exclusión social, organizada por el Ministerio de Cultura en marzo de 2010, y que ha servido como punto de partida para la exposición.
Una de las ideas es la Colección Easy para el salón, un espacio donde se reúnen todos los miembros de la casa al final del día, en torno al televisor, fundamental, por cierto, para darles temas sobra los que conversar entre ellos. Hay que pensar que la mayoría de estas personas sin hogar ha pasado mucho tiempo sola y no sabe cómo hay que relacionarse con los demás, por lo que cuando llega a una casa de acogida, “un puente entre tu antigua vida y el lugar donde quieres estar” (Precious, 2010), no sabe cómo actuar y comportarse.
Al que llega nuevo se le dan tres piezas de algodón armado, partes de lo que podrá llegar a ser un sofá más amplio. Las tres piezas son, de entrada, como una butaca individual, y van amarradas con una cuerda fuerte y elástica. A medida que te vayas relacionando con los demás se te van a poder ir a añadiendo las piezas de los otros compañeros (de ahí la cuerda elástica) hasta formar un sofá largo para todo el grupo familiar recién creado, el hogar en el que habrá que seguir unas normas e intentar realizar un oficio.
Hay también muestras de carpintería, de taburetes de madera en concreto, que ha hecho un grupo en una de las casas de acogida y que en la mayoría de los casos demuestran un entusiasmo y un oficio admirables.
Es esta una exposición sobre la recuperación de la dignidad, de quererse a uno mismo, son estas personas las que en un corcho dejan anotadas sus promesas. Uno de los papelitos del corcho dice: “Quererme a mí mismo”, esa es la promesa para el día siguiente, y el siguiente, y para no olvidar nunca.
La cuarta y quinta parte se titula Diseños para la inclusión, y ofrece los mejores trabajos de distintos creativos publicitarios que han querido aportar ayuda, con sus ideas y sus campañas, a esas personas sin hogar que a lo largo de la exposición hemos escuchado, cuyos testimonios hemos podido leer, cuyas caras hemos visto, a los que hemos puesto un nombre, a los que hemos hecho personas.
Es en esta última parte donde se vuelcan testimonios de las ONG que han ayudado a muchos de estos indigentes y han conseguido que recuperaran su vida pero en algunos casos no pudieron evitar una muerte prematura. Es esa la historia de un hombre que gracias a una ONG recupera a sus hermanas tras años sin saber de ellas. Lo llevan a vivir consigo pero pronto contrae una enfermedad que lo aniquila. Son ellas las que avisan a la organización que le ayudó a salir de a calle de que ha muerto. Historias emocionantes, nunca fáciles, de vidas de hombres y mujeres cuyos principales objetivos desde que llegan al hogar de acogida es tener tareas asignadas, recuperar hábitos y rutinas como cocinar, hacer la cama, ducharse cada día. Para ellos el baño es un templo y la limpieza de este espacio común, una tarea fundamental. Con la higiene y la salud se va recuperando la dignidad y la autoestima y con ella la capacidad del compromiso y de ponerse metas y objetivos que alcanzar. Porque son estos, lo sabemos, los que dan sentido a nuestra vida.
En un último apartado de la exposición, una pequeña sala, cuya entrada preceden unas cortinas oscuras, hay una pantalla y en un lateral un mini ordenador sobre cuya pantalla puedes pinchar en una imagen, la que quieras, hay varias donde elegir, y son ya familiares cuando llegas a este punto porque son las personas a las que has estado viendo a lo largo de la exposición. Dependiendo de la imagen que elijas tendrás una respuesta diferente a la pregunta “¿Qué necesitas para ser feliz?”, que se sitúa bajo la gran pantalla conectada con el ordenador que estás manejando. Empieza a hablar Jaume, al que elijo porque lo reconozco de la primera sala hablando de los crucigramas y las no novelas, y con él me despido, me quedo con su poder seguir haciéndose él mismo las cosas, con poder seguir escribiendo sobre exposiciones y temas como estos y sobre las personas, y poder llegar a vivir de ello, ese es mi deseo y mi felicidad.