domingo, 10 de julio de 2011

La realidad de estar vivo

Siempre he pensado que detrás de los objetos hay una realidad que no vemos, escondida para la mayoría, para todos más bien, y que unos pocos descubren porque le dedican tiempo, paciencia y algo dentro de ellos les hace ser los elegidos para descubrir lo que está oculto al resto.

Antonio López es una de esas personas elegidas que además se curra el oficio, como se suele decir, y lo disfruta. Porque lo que se percibe en su obra es un conjunto de realidades que de repente nos gustan cuando en otras circunstancias habríamos dicho qué feo, qué sucio, qué asquerosamente humanos somos. Pero él hace que lo quieras, al sudor, a los viejos, a los espacios vacíos que solo ilumina una bombilla, al Madrid de extrarradio en pleno 1 de agosto con grúas adornando el paisaje urbano observado, las casas-dormitorio, las viviendas-colmena, de repente enternecedoras por lo que contienen, por la vida que hay dentro. Y es que querer es importante, y para el arte más aún. La compasión inevitable. Si no quieres no puedes pintar o esculpir, si no amas la vida por encima de todo es difícil crear, cualquier tipo de creación. Hasta los escritores y pintores atormentados sintieron en algún momento gran fascinación por la vida cuando quisieron quitársela con tanta insistencia y desaparecer de ella. En el odio y el desprecio hay apego, algo que puede obsesionarnos y provocar el deseo de narrarlo, de pintarlo, pero también en la visión honesta y calma, obsesiva, sí, pero no por detallista o perfeccionista.

Antonio López le dedica horas, le dedica años, y el paisaje va cambiando, su visión, la visión, él mismo, todo cambia a medida que va haciendo los retoques, el tiempo al que se enfrenta de nuevo, un año después, de nuevo la estación que le llevó a comenzar un cuadro concreto. Y a medida que lo va modificando, que va saliendo, él mismo asimila su creación, la magia que sale de sus dedos, porque a veces el artista está asombrado de su propia creación, de ser consciente de repente de que de él está saliendo todo eso. Creo que entiendo cuando el propio artista anota que es necesaria la soledad del estudio para crear y sacar lo más profundo de sí mismo, pero que a veces sale al exterior a pintar porque necesita rodearse de gente aunque le despiste y en muchos momentos le dificulte la tarea de pintar. Ver gente, rodearse de ella mientras se está creando. No sé cómo me sentiría si alguien de repente me observara mientras escribo, aunque el simple hecho de escribir en un lugar público es motivo de atención para los que te rodean. Necesario lo humano, la compañía pero también la soledad.

Los cuadros de Antonio López muestran, por supuesto, una forma realista de ver la vida pero va más allá cuando resulta que la belleza de las pequeñas cosas hace que nos desborde la emoción y percibamos la luz como el pasado, el tiempo que llega para detenernos o hacernos avanzar y que nuestra vida transcurra con los sobresaltos necesarios, los que nos hacen estar vivos.

Y te inunda la nostalgia al adivinar a través de una ventana en Chamartín el erial de cemento y árboles que se confunden con una nueva autovía, el sol acechante, el calor pegado ya a la piel y sobre todo el silencio, porque si algo impregna esos cuadros es el absoluto silencio, la falta de movimiento humano, de tráfico, que al mismo tiempo los humaniza. La compasión, la mirada amable que hay detrás del conejo desollado en un plato sobre una mesa de madera en la que todavía hay sangre. Los bracitos de María, los puños apretados, pidiendo que la cojan en brazos, ahora en escultura.

Cuadros, escayolas, madera, estatuas en bronce, torsos serenos. Captar el bienestar de estar vivo, el asombro de ser humano y no arrepentirse de ello, así son las figuras de Antonio López, que parecen decirnos, sí, estoy vivo, aquí estoy, esta es mi vida, soy un privilegiado. No hay sufrimiento, no hay dolor, hay asunción de la vida, fluye en el rostro, en la ciudad agostera, en la Gran Vía madrileña, en el membrillo acalorado.

Intentaré ser feliz todo el tiempo que pueda

“¿Qué necesitas para ser feliz?”. Jaume responde desde la mirada vidriosa del que ha visto el abismo, el fondo del pozo, una mirada algo ida pero inteligente: “Poder hacerme las cosas yo mismo todo el tiempo que pueda”. Y de ahí parte la que es una de las claves para la recuperación de la dignidad de las personas que no tienen techo y viven en la calle sin protección.

El Museo Nacional de Artes Decorativas presenta una exposición hasta el 24 de abril, Diseño contra la pobreza: una historia de superación, en la que se muestran una serie de objetos esenciales para las personas que viven en la calle e interesantes propuestas de viviendas realizadas por diseñadores.

La primera parte, Tesoros de la calle, muestra los objetos más importantes para algunos de los que viven en la calle. Sobre pilas de periódicos se apoyan los objetos o se sostienen en el aire por un grueso alambre. Sobre los objetos unas mini cámaras de vídeo en las que los sin techo narran en primera persona sus vidas, sus experiencias sobre los objetos más valiosos de los que no podrían o no querrían desprenderse.

Uno de los que más me llama la atención es una radio anticuada, un transistor en realidad, no tanto por el objeto en sí sino por lo que implica: escuchar la radio, estar al tanto de las noticias, estar de algún modo en el mundo paralelo de los con casa y de cómo viven al margen de ellos, que habitan en la calle. Me llama la atención el texto que acompaña al objeto en el que se indica que estadísticamente más de un 45% de los indigentes son personas con estudios superiores que se han visto, tras un largo proceso vital demoledor, en la calle. Así pues, muchos leen el periódico, otros escuchan la radio y todos ellos están por tanto enterados de la realidad social y de su marginación y la falta de recursos que les tortura.

No son locos alcohólicos, como caracterización que extendemos a la mayoría por el prejuicio hacia unos pocos que sí lo son. La mayoría están pasando la vida en silencio intentando recuperar lo que fueron, o mejor, alcanzar a ser lo que les gustaría. Y eso me estremece, porque precisamente al no estar locos y estar al tanto y ser conscientes de lo que les pasa, el sufrimiento ha de ser demoledor a ratos, con la consiguiente pérdida de la autoestima y en la mayoría de los casos depresión sin ellos mismos saberlo pero sabiendo que la sociedad no los alivia.

Comenta el hombre del transistor que él oye los programas nocturnos y de madrugada con avidez y que nunca ha comprendido por qué los locutores, al dirigirse a los que pueden estar escuchándolos a esas horas no los mencionan a ellos y hablan solo de camioneros, enfermeras, guardias jurado… como si ellos no existieran ya para nadie en el mundo real de los vivos, condenados a ser anónimos y a no ser personas.

Es extraordinario el dominio verbal de este hombre, cómo se expresa, muy superior al de personas con las que he trabajado y que poseían un gran sueldo, aunque apenas sabían hablar con corrección.

Es Jaume, el que responde a lo que él cree necesario para alcanzar la felicidad en la quinta parte de la exposición, el que posee un tesoro que lo mantiene cuerdo y en el mundo, el crucigrama. Le parece muy útil a su edad intentar encontrar la palabra exacta para una definición, le mantiene alerta, en el mundo, hace que la memoria se mantenga ágil, le da la vida. No es lo mismo que con las novelas, añade, y me deja temblando por la razón que tiene en lo que anota, y es que cuando tienes que dejar de leer una novela que te gusta es de pronto “como si te arrancaran de un lugar”, en un crucigrama puedes entrar y salir cuando quieras.

La segunda y tercera parte de la exposición, Casas de acogida, se centran en la muestra de una casa de acogida construida con los mejores diseños presentados a la convocatoria de ideas contra la exclusión social, organizada por el Ministerio de Cultura en marzo de 2010, y que ha servido como punto de partida para la exposición.

Una de las ideas es la Colección Easy para el salón, un espacio donde se reúnen todos los miembros de la casa al final del día, en torno al televisor, fundamental, por cierto, para darles temas sobra los que conversar entre ellos. Hay que pensar que la mayoría de estas personas sin hogar ha pasado mucho tiempo sola y no sabe cómo hay que relacionarse con los demás, por lo que cuando llega a una casa de acogida, “un puente entre tu antigua vida y el lugar donde quieres estar” (Precious, 2010), no sabe cómo actuar y comportarse.

Al que llega nuevo se le dan tres piezas de algodón armado, partes de lo que podrá llegar a ser un sofá más amplio. Las tres piezas son, de entrada, como una butaca individual, y van amarradas con una cuerda fuerte y elástica. A medida que te vayas relacionando con los demás se te van a poder ir a añadiendo las piezas de los otros compañeros (de ahí la cuerda elástica) hasta formar un sofá largo para todo el grupo familiar recién creado, el hogar en el que habrá que seguir unas normas e intentar realizar un oficio.

Hay también muestras de carpintería, de taburetes de madera en concreto, que ha hecho un grupo en una de las casas de acogida y que en la mayoría de los casos demuestran un entusiasmo y un oficio admirables.

Es esta una exposición sobre la recuperación de la dignidad, de quererse a uno mismo, son estas personas las que en un corcho dejan anotadas sus promesas. Uno de los papelitos del corcho dice: “Quererme a mí mismo”, esa es la promesa para el día siguiente, y el siguiente, y para no olvidar nunca.

La cuarta y quinta parte se titula Diseños para la inclusión, y ofrece los mejores trabajos de distintos creativos publicitarios que han querido aportar ayuda, con sus ideas y sus campañas, a esas personas sin hogar que a lo largo de la exposición hemos escuchado, cuyos testimonios hemos podido leer, cuyas caras hemos visto, a los que hemos puesto un nombre, a los que hemos hecho personas.

Es en esta última parte donde se vuelcan testimonios de las ONG que han ayudado a muchos de estos indigentes y han conseguido que recuperaran su vida pero en algunos casos no pudieron evitar una muerte prematura. Es esa la historia de un hombre que gracias a una ONG recupera a sus hermanas tras años sin saber de ellas. Lo llevan a vivir consigo pero pronto contrae una enfermedad que lo aniquila. Son ellas las que avisan a la organización que le ayudó a salir de a calle de que ha muerto. Historias emocionantes, nunca fáciles, de vidas de hombres y mujeres cuyos principales objetivos desde que llegan al hogar de acogida es tener tareas asignadas, recuperar hábitos y rutinas como cocinar, hacer la cama, ducharse cada día. Para ellos el baño es un templo y la limpieza de este espacio común, una tarea fundamental. Con la higiene y la salud se va recuperando la dignidad y la autoestima y con ella la capacidad del compromiso y de ponerse metas y objetivos que alcanzar. Porque son estos, lo sabemos, los que dan sentido a nuestra vida.

En un último apartado de la exposición, una pequeña sala, cuya entrada preceden unas cortinas oscuras, hay una pantalla y en un lateral un mini ordenador sobre cuya pantalla puedes pinchar en una imagen, la que quieras, hay varias donde elegir, y son ya familiares cuando llegas a este punto porque son las personas a las que has estado viendo a lo largo de la exposición. Dependiendo de la imagen que elijas tendrás una respuesta diferente a la pregunta “¿Qué necesitas para ser feliz?”, que se sitúa bajo la gran pantalla conectada con el ordenador que estás manejando. Empieza a hablar Jaume, al que elijo porque lo reconozco de la primera sala hablando de los crucigramas y las no novelas, y con él me despido, me quedo con su poder seguir haciéndose él mismo las cosas, con poder seguir escribiendo sobre exposiciones y temas como estos y sobre las personas, y poder llegar a vivir de ello, ese es mi deseo y mi felicidad.