Te levantas una mañana de sábado. El día es en realidad del mismo estilo al de ayer, huele igual, sabe a lo mismo y la tristeza es la de siempre en los últimos meses. Hubo un empeño por esforzarse cada mañana -desayunar, ducharse, vestirse y salir a la calle a buscar- al principio, cuando las cosas aún podían cambiar. Ahora podrían también, pero cada vez son menos los que así piensan después de casi un año de estrecheces y falsas esperanzas.
Hay al menos tres grupos sociales, de ciudadanos, de individuos para los que es lo mismo un día a otro y no distinguen entre un lunes, un domingo o un viernes (qué distintos para los que trabajamos): los indigentes, los jubilados, y ahora, últimamente, los parados, que aumentan escandalosamente su número y empiezan a ser un grupo más que numeroso. Uno de cada cuatro trabajadores, nada menos, entra en este desolador último grupo.
Desde un punto de vista psicológico el jubilado está descansando merecidamente después de una vida dedicada al trabajo, al menos en general esa es la percepción, por lo que no hay tortura por estar inactivo en ocasiones, por recibir una pensión ajustada, quizá, a lo que debería estar recibiendo. Pero no hay ansiedad porque no hay espera.Ya no se desea algo mejor, no se está esperanzado ante una posibilidad de empleo, por fin, después de más de un año inactivo, por ejemplo. No hay insomnio, no hay trastornos digestivos, ni de ansiedad, ni depresiones, no se tira la toalla, no se abandona.
El parado puede levantarse una mañana de sábado y olerle el mundo como cualquier otro y saber que no va a encontrar, nunca jamás, un trabajo. Es mayor, tiene aproximadamente unos 52 años, la formación tan costosa adquirida con esfuerzo no vale, es viejo, se siente viejo. Abre ese sábado una ventana y se precipita al vacío. Y entonces el mundo calla pero nadie comenta. Aparecen ahora los primeros, algún periodista se atreve a contar en una noticia breve y no demasiado llamativa, en el rincón del diario, en las últimas apariciones de una publicación digital. El suicidio sigue siendo un tema tabú. No entendemos a los suicidas, aunque quizá, y debido a este escandaloso ataque a la dignidad del ciudadano, empecemos a entenderlos mejor.
El suicida tiene un problema mental que no ha podido solucionar porque no ha recibido ayuda. El psiquiatra de la Seguridad Social atiende una vez al mes a un paciente con depresión, no puede haber un seguimiento mayor, por lo que cualquier tratamiento continuado es directamente imposible. Por ello, la mayoría de los que de verdad pueden curarse estarán acudiendo a terapia con un médico privado. Los precios son escandalosos, así que la mayoría acude una vez -si es que lo hace-, recibe unas pastillas y un buen día deja de tomarlas o sencillamente, al no haber terapia acompañando a los medicamentos, decide terminar con el tormento, la angustia, el sufrimiento que provoca una depresión.
El trabajo, como el deporte o el amor es terapéutico. Una persona debe sentirse útil en algo para desear vivir. Sentirse acogido en sociedad pasa por tener un trabajo. Compadecemos a los que no trabajan pero son un poco apestados, los dejamos de lado, no vaya a ser que nos contagien.
Entiendo lo que está pasando, esos suicidios, y todos tenemos que saber que suceden, que algunas personas están desesperadas y optan por quitarse la vida. La desvergüenza de este gobierno dictatorial que no deja decidir a las personas, condena el aborto, la eutanasia, el suicidio. Hay que vivir a toda costa para que puedan chulearnos, humillarnos, ningunearnos, cosificarnos. Pues no, pese a quien le pese, y ojalé les pese a ellos, a los verdaderos culpables que están dejando al país enfermo para siempre, nosotros decidimos sobre nuestro cuerpo, nuestra vida, nuestra decisión de ser o no desdichados, de abandonar y tirar la toalla.
sábado, 27 de octubre de 2012
Crisis IV: Los que abandonan
viernes, 19 de octubre de 2012
Vendo principios
Me gusta visitar los mercados callejeros y husmear entre las
cositas que se me ofrecen. Este verano, en Londres, donde son muy frecuentes,
he disfrutado muchísimo. No se trata únicamente de comprar sino de observar la
vida de multitud de objetos aparentemente sin sentido algunas veces, apelotonados
en un trozo de tela aunque por separado tengan una historia y mucho que decir.
Imagino cada una de esas cosas con vida independiente. Su
llegada a las casas, a los distintos lugares donde las acogieron por primera
vez con ilusión. El momento de la venta, su grito interno, tal vez –un grito de
cosa– al ser separada de otras cosas y del lugar al que llevaba acostumbrada
durante años.
Hay personas más dadas a deshacerse de cachivaches, como las
hay más acostumbradas a hacerlo de las personas y los lugares. Yo no soy de las
que se deshace fácilmente de algo aunque últimamente, al igual que tanta gente,
me ha dado por pensar en vender lo que ya no uso y está en buen estado. En el
norte de Europa y en los países anglosajones es muy frecuente la venta de
objetos a la puerta de las casas. Los domingos, por ejemplo, sacas al jardín lo
que tienes para vender y te acomodas en una sillita esperando al comprador. El
regateo, la posterior ida, el cambio de manos, el objeto en la bolsa… Es algo
normal y no vergonzoso. Aquí no hay costumbre, y aunque empieza a hacerse cada
vez más, sobre todo en las ciudades grandes, no acaba de gustar, no está bien
visto para nuestra mentalidad provinciana de aparentar, para el orgullo hidalgo
español rancio del pasado.
Hay personas capaces de venderlo todo, como se suele decir,
hasta a su propia madre. Y entre ese todo se encuentran también los principios,
esos que marcan pensamiento y conducta y que en épocas de bonanza parecían
inamovibles. En los momentos de crisis hay ataques de egoísmo y renuncia masiva
de principios y de estos sí se deshace uno sin vergüenza y sin ningún pudor,
como si no quedara más remedio. Lo que amablemente se abrazaba y de lo que se
presumía, el derroche de generosidad, la solidaridad, el no engañar ni mentir,
se vuelve en contra y empiezan los trapicheos, los deslices y los cuernos. En
todos los ámbitos, pero sobre todo en el político y social, estábamos de un
lado y ahora estamos de otro. Nos acomodamos como podemos a la nueva situación, y entre una y otra postura, hasta que el cuerpo se encuentra a gusto, hay de
todo y para todos.
Algunos exponen el oro y las joyas familiares. Otros, más
modestos, se conforman con algunas prendas de segunda mano y unos zapatos que siempre
les quedaron pequeños. Pero los hay también que ofertan sus principios para
vendérselos por muy poco al mejor postor, y son estos los que creo que no
merecen vivir en sociedad. Deberían estar confinados en el anonimato y la
participación social de cualquier tipo, quedar relegados al olvido, permanecer señalados y marcados para siempre. Puedes robar en un momento de desesperación,
golpear e incluso matar en un acceso de ira, pero vender en lo que uno cree me
parece imperdonable. Quizá nos esperen mercadillos de principios dentro de
poco, aunque no creo que tuvieran mucho éxito, ya hace tiempo que pasaron de
moda.
martes, 16 de octubre de 2012
Hispanounidísimos
Hay un español de América, que siempre ha sido mayoría
aunque muchos integristas de la Península (yo lo fui, lo reconozco) se empeñen
en denostar por impuro, a pesar de alardear de conquistadores –eso sí les
gusta– del nuevo continente.
Los académicos de la lengua, supongo que hartos de la
presión o porque se aburrían de ser tan lentos se han lanzado de cabeza a
aprobar en la RAE los estadounidismos,
es decir, aquellos vocablos que utilizan los hispanounidenses –juro que no me lo estoy inventando–. Por fin email se admite para “correo
electrónico”, sin guión (sigo poniendo tilde a esta palabra, no puedo evitarlo)
y junto. Pero echo de menos muffin
para “magdalena”, tan de moda últimamente, y sin embargo sí se añade bagel, que no he dicho jamás para
nombrar un panecillo.
De lo más insólito me resulta phishing, que se podía haber adaptado a la fonética española,
porque muchos dirán [pisin], con el desconocimiento del sonido inglés [f] para ph.
Rentar, estanflación y parada para referirse a “desfile” me suenan a lo que vulgarmente se
denomina como sudamericanadas
(neologismo despectivo, no está en la RAE), lo que tanto tiempo hemos tratado
de ocultar, lo que no hemos querido escuchar y despreciamos cada vez que oímos.
Pero es que son muchos más los que hablan español por el mundo que los que lo
hablamos por aquí, y eso se nos olvida. El viejo continente no se preocupa de
hablar español, pero del otro lado del Atlántico, sea por que es su lengua
materna o porque se lleva, se habla español. En países como Estados Unidos no
solo lo habla la inmigración hispana, sino los propios norteamericanos de habla
inglesa, algo casi impensable en Francia o Inglaterra. En América se habla
español y se quiere hablar español. Pero
la lengua está viva y se mueve, crece, se transforma, y hay que adaptarse.
De la RAE siempre celebro unos cambios y tengo mis dudas o
me provocan absoluto rechazo otros, pero en cualquier caso me gusta que sucedan.
Demasiado tiempo entre los últimos y los siguientes, eso sí, lo que provoca que
a veces una palabra admitida esté ya en desuso de la cantidad de tiempo
transcurrido desde que se empleó y se gastó hasta que se admitió. Recuerdo
alguna referida a juventudes pasadas, muy, muy pasadas, como por ejemplo basca refiriéndose a “pandilla”, que
ahora nos hace sonrojar si la oímos. Pero en cualquier caso, me agrada que
estos señores de la RAE vayan desintegrándose (de “integrismo”, ojo), y aunque
sea muy poco a poco incluyan a América, que no solo va a aparecer reflejada
como rareza y en un Diccionario
Panhispánico de Dudas, como si de física cuántica se tratase.
sábado, 13 de octubre de 2012
Héroes deprimidos
Miro los estrenos de cartelera y encuentro un par de películas que me apetece ver, pero cuál es mi sorpresa cuando confirmo que no se encuentran en versión original en ningún cine de Madrid. Descarto, pues, la opción cine como actividad cultural del fin de semana y me decanto por una exposición gratuita en el Centro Cultural Conde Duque, la muestra del trabajo de Tim Burton en su última película, Frankenweenie. Intenté ir hace un par de semanas con mi hermana y mi sobrina y fue imposible. Pero de nuevo, sorpresa, la han trasladado a ¡¡¡El Corte Inglés!!!
De repente me entra un mareo, pierdo un poco el equilibrio porque he visto el futuro sin versión original, sin museos ni espacios puramente culturales, con exposiciones en centros comerciales y las becas Erasmus agotadas, por lo que nuestros jóvenes se unirán a esa corriente españolista que le gustaba tanto al dictador y ha continuado en el presente.
Veo los actos del desfile del 12 de octubre y alguna bandera de España con toro incluido en el balcón de los vecinos de enfrente. Parece que hubiéramos llegado al futuro desolador que imaginé hace un momento en el que miramos mal al que no habla español, al que no le gustan los toros ni la fiesta nacional y que no comparte un verano a pleno sol en el Levante. Viajaremos menos porque aquí lo tenemos todo y el intercambio cultural, tan rico y positivo para un joven que se está formando, desaparecerá porque un gobierno indecente, ignorante a más no poder, decide recortar, de nuevo, en los presupuestos para educación.
Este curso, para empezar, en las aulas españolas, muchos alumnos tendrán que renunciar a los libros y supongo que tirarán de fotocopias o de ayudas de familiares y amigos para poder estudiar. Al final los que lo pagan son los benditos profesores que cada vez son más héroes que trabajadores. Cada día ven menguar los recursos, distorsionarse el sistema educativo y ya no tienen fuerzas. Sé que las bajas por depresión son muy frecuentes entre profesores de la escuela pública, y no me extrañaría que aumentaran, aunque quizá lo que provoque la escandalosa actitud de este gobierno ante la educación sea un refuerzo de recursos por parte de los profesores, de imaginación y creatividad para sacar adelante el curso escolar y ayudar a los miles de afectados por la política de austeridad cultural de este gobierno.
Leo en los periódicos esta mañana que no hubo abucheos al presidente del gobierno ayer en el desfile del 12 de octubre, a diferencia de otros años con presidentes socialistas. Me río por no llorar. Quién va a abuchear, si los que allí estaban son los conservadores de antaño que celebran un día de conquistas y masacre en la violación de América hace siglos por héroes de pacotilla. Son los que Rajoy denominó la mayoría silenciosa desde nueva York, los que aún creen en el Imperio que fue un día España y que solo aparece mencionado en los libros de historia y algunos se atreven a celebrar, los que odian a Cataluña y al País Vasco por hablar otras lenguas. No son silenciosos, son agresivos e ignorantes, estúpidos porque no ven que los están engañando como a los que sí se hacen oír frente al Congreso y en las calles de todo el país. Ellos tampoco se salvan y no saben que cuanto más tonto es un pueblo más fácil es de manipular. Es de libro, de manual.
De repente me entra un mareo, pierdo un poco el equilibrio porque he visto el futuro sin versión original, sin museos ni espacios puramente culturales, con exposiciones en centros comerciales y las becas Erasmus agotadas, por lo que nuestros jóvenes se unirán a esa corriente españolista que le gustaba tanto al dictador y ha continuado en el presente.
Veo los actos del desfile del 12 de octubre y alguna bandera de España con toro incluido en el balcón de los vecinos de enfrente. Parece que hubiéramos llegado al futuro desolador que imaginé hace un momento en el que miramos mal al que no habla español, al que no le gustan los toros ni la fiesta nacional y que no comparte un verano a pleno sol en el Levante. Viajaremos menos porque aquí lo tenemos todo y el intercambio cultural, tan rico y positivo para un joven que se está formando, desaparecerá porque un gobierno indecente, ignorante a más no poder, decide recortar, de nuevo, en los presupuestos para educación.
Este curso, para empezar, en las aulas españolas, muchos alumnos tendrán que renunciar a los libros y supongo que tirarán de fotocopias o de ayudas de familiares y amigos para poder estudiar. Al final los que lo pagan son los benditos profesores que cada vez son más héroes que trabajadores. Cada día ven menguar los recursos, distorsionarse el sistema educativo y ya no tienen fuerzas. Sé que las bajas por depresión son muy frecuentes entre profesores de la escuela pública, y no me extrañaría que aumentaran, aunque quizá lo que provoque la escandalosa actitud de este gobierno ante la educación sea un refuerzo de recursos por parte de los profesores, de imaginación y creatividad para sacar adelante el curso escolar y ayudar a los miles de afectados por la política de austeridad cultural de este gobierno.
Leo en los periódicos esta mañana que no hubo abucheos al presidente del gobierno ayer en el desfile del 12 de octubre, a diferencia de otros años con presidentes socialistas. Me río por no llorar. Quién va a abuchear, si los que allí estaban son los conservadores de antaño que celebran un día de conquistas y masacre en la violación de América hace siglos por héroes de pacotilla. Son los que Rajoy denominó la mayoría silenciosa desde nueva York, los que aún creen en el Imperio que fue un día España y que solo aparece mencionado en los libros de historia y algunos se atreven a celebrar, los que odian a Cataluña y al País Vasco por hablar otras lenguas. No son silenciosos, son agresivos e ignorantes, estúpidos porque no ven que los están engañando como a los que sí se hacen oír frente al Congreso y en las calles de todo el país. Ellos tampoco se salvan y no saben que cuanto más tonto es un pueblo más fácil es de manipular. Es de libro, de manual.
jueves, 11 de octubre de 2012
De orgullos
Estoy orgullosa de muchas de las cosas que me he currado en
esta vida, por las que he luchado y que he conseguido.
Me llenan de orgullo mi trabajo y mis pequeños y grandes
logros. También los de mis amigos. Estoy muy orgullosa de ellos, cómo no iba a
estarlo. Me enorgullece tener unos sobrinos guapos y sanos y que sean, además,
buenas personas.
Es un orgullo pertenecer al grupo de los premiados por la
suerte, como cuando recibí aquel premio por mi modesto relato. Parece que
hubiera pasado un siglo. Es un orgullo tener a tanta gente maravillosa a mi
alrededor que me quiere.
Soy poco orgullosa y no me importa reconocer mis errores. Me siento muy orgullosa de ellos
porque me hacen ser quien soy.
Soy muchas cosas. Mujer y blanca, occidental, correctora,
redactora, escritora, tía, sobrina, hija, pareja a veces, amiga, compañera de
trabajo, amante, exigente, trabajadora, melancólica, alegre, única (esto me lo
dijo alguien que me amó).
Soy, entre otras múltiples y variadas cosas, española, pero
curiosamente esto no me hace sentir orgullosa. ¿Cómo puedo estar orgullosa de
haber nacido en un país concreto por casualidad? Mañana es el llamado Día de la
Hispanidad o de la Raza, no sé cuál suena peor. Dice el señor Wert, el Ministro
de Cultura (aunque no lo parezca), que quiere españolizar a los estudiantes catalanes. Una vez le han llovido las
críticas y se han oído gritos a favor de su dimisión (a los que uno el mío), ha
rectificado y la ha liado aún más, explicando que lo que quería decir era que
quiere hacer que esos estudiantes no solo se sientan orgullosos de ser
catalanes sino también españoles.
¿Y qué pasa, me pregunto, si dichos estudiantes tampoco se sienten
orgullosos de ser catalanes o ni siquiera saben lo que es el orgullo aún?
Sentirse orgulloso es un acto de aprendizaje y de madurez. Si uno inculca en un
niño el orgullo por pertenecer a un grupo exclusivo y excluyente está
mediatizando la libertad de pensamiento, de elección, alimentando un
sentimiento que si se produce ha de venir dado por una educación en libertad
sin falsos patriotismos, que inculque verdaderos valores humanos, solidarios,
éticos que todos compartimos, que la humanidad comparte. Manipular para hacer
sectario al otro es una labor sucia y fea de la que el señor Wert no debería
sentirse orgulloso.
lunes, 8 de octubre de 2012
My british friend
Para Antonio, que me inspira y me entiende
Adoro tu conversación, tu sentido del humor, tus colgantes, tus pañuelos, tus calcetines a juego con el color del jersey, tu estilo, mirarte durante horas, escucharte. Adoro cuando te enfurruñas, cuando ríes, cuando escribes jiji en los whatsapps. Después de un día largo y difícil y cuando estoy más sola, entras en el salón, te sientas en mi sofá rojo y me hablas. De cocina, desde tu blog, de la vida, las lecturas, el amor, las madres que nos animan a escribir y nos leen desde donde estés, allá en Londres, tan cerca pero tan lejos.
El otro día recordé nuestro primer encuentro en Madrid y cómo estuve esperándote tres horas (qué idiota) en el metro a que llegaras. Tenía 16 años, vaya. El barcito en el que escuchamos She loves you y a los Stone Roses, tú con tu impermeable amarillo y el pelo cayéndote sobre los ojos y yo con un mini vestido sesentero y un moño.
Acordarme de ti me da la vida y me refresca memoria y sentimientos. Las charlas en el último viaje, interminables, nos asentaron aún más si cabe, en ese terreno de amor y amistad tan profundo que es difícil de explicar. Contigo todo es fácil aunque sé que no siempre lo es para ti. Sé de tus ires y venires, de los cansancios, y aunque lo imagine seguro que ni me aproximo un poco a lo que sientes. Para ti escribo hoy y desde aquí te contemplo, pasmada de mi buena suerte, de haberte conocido, de esos 16 años que tenía cuando nos hicimos amigos. Gracias por todo, my british friend.
sábado, 6 de octubre de 2012
Dejemos hablar al viento
A poco que escarbemos en la historia encontraremos la "no historia", la que no ocurrió pero nos gustaría que hubiera sucedido. Así, imaginamos un pasado de igualdad eterno los que no hemos vivido una dictadura y hemos crecido y madurado en democracia. Damos por hecho unas acciones y una libertad de movimientos que no siempre se dieron. Y como en nuestra propia historia vital y familiar, mezclamos lo que ocurrió con cómo recordamos que ocurrió. ¿Cuál es el hecho objetivo en realidad? Siempre va a haber un narrador que medie e interprete aunque no quiera y por objetivo que desee ser. Es imposible mostrarse imparcial porque lo que tratemos como verdadero no dejará de ser una visión, nuestra visión.
Visiones tuvieron los del 98 de esa España rota que arrastraba un pesimismo heredado sin que pudiera esquivarlo, pues era su destino. Este determinismo histórico, unido a las recientes derrotas militares, hicieron que se concluyera que el mal de España no tenía cura y que había que asumirlo como una enfermedad. Intentaríamos curarla en la unidad castellana, obsesiva, centralista y rancia, populista, que aún estamos padeciendo.
Aquella España trabada y uniforme que heredó gustoso el franquismo es la que algunos se atreven a mencionar ahora, de nuevo como solución a una crisis ya no económica sino moral que nos ha hecho replantearnos nuestros cimientos democráticos que creíamos tan sólidos, y la actual distribución territorial y de poder.
Por otro lado, ahora que las cosas se ponen crudas, y ante la posibilidad de desvincularse de un gobierno centralista, conservador, con discursos del pasado sobre una unidad de España, las autonomías emergen con más fuerza para separarse de este grupo dirigido por seres deprimentes, sordos al pueblo, que promueven el desánimo desde su púlpito.
No creo que sea el momento de separaciones ni nacionalismos pero tampoco creo que lo sea el de atacar al que es diferente cultural y lingüísticamente. Dejemos de acusar a vascos, catalanes y gallegos de ser raros por querer conservar su lengua materna, su herencia histórica, y por lo tanto su identidad. Ya está bien de persecuciones y discursos castellanistas excluyentes. Dejemos hablar al viento, tituló Onetti a una de sus novelas.
Dejemos que las palabras fluyan en cualquier idioma, vengan de donde vengan. Y parémonos a escuchar lo que tenemos que decirnos, que aunque hablemos lenguas diferentes, hay un punto de encuentro para comunicarnos si queremos hacerlo.
Visiones tuvieron los del 98 de esa España rota que arrastraba un pesimismo heredado sin que pudiera esquivarlo, pues era su destino. Este determinismo histórico, unido a las recientes derrotas militares, hicieron que se concluyera que el mal de España no tenía cura y que había que asumirlo como una enfermedad. Intentaríamos curarla en la unidad castellana, obsesiva, centralista y rancia, populista, que aún estamos padeciendo.
Aquella España trabada y uniforme que heredó gustoso el franquismo es la que algunos se atreven a mencionar ahora, de nuevo como solución a una crisis ya no económica sino moral que nos ha hecho replantearnos nuestros cimientos democráticos que creíamos tan sólidos, y la actual distribución territorial y de poder.
Por otro lado, ahora que las cosas se ponen crudas, y ante la posibilidad de desvincularse de un gobierno centralista, conservador, con discursos del pasado sobre una unidad de España, las autonomías emergen con más fuerza para separarse de este grupo dirigido por seres deprimentes, sordos al pueblo, que promueven el desánimo desde su púlpito.
No creo que sea el momento de separaciones ni nacionalismos pero tampoco creo que lo sea el de atacar al que es diferente cultural y lingüísticamente. Dejemos de acusar a vascos, catalanes y gallegos de ser raros por querer conservar su lengua materna, su herencia histórica, y por lo tanto su identidad. Ya está bien de persecuciones y discursos castellanistas excluyentes. Dejemos hablar al viento, tituló Onetti a una de sus novelas.
Dejemos que las palabras fluyan en cualquier idioma, vengan de donde vengan. Y parémonos a escuchar lo que tenemos que decirnos, que aunque hablemos lenguas diferentes, hay un punto de encuentro para comunicarnos si queremos hacerlo.
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