viernes, 25 de noviembre de 2011

No solo

No solo las mujeres afganas ven pisoteados sus derechos y son agredidas de un modo salvaje, castigadas por ser violadas ya que la sociedad no soporta la vergüenza de tener que convivir con mujeres que han pasado por esa situación. También en los países europeos supuestamente civilizados, y en concreto los nórdicos, donde la igualdad entre hombres y mujeres es más elevada, hay violaciones e injusticias solo por pertenecer a uno u otro sexo. Una de cada diez mujeres noruegas a partir de 15 años ha sido violada. Y pensemos que es Noruega, el país más avanzado en este sentido y el que menos desigualdades sociales presenta. Pero cuando se trata de sexo y de relaciones de pareja, comienzan los abusos y se pierde el respeto.

No solo la violencia física es el problema ni hay que irse a Afganistán o al norte de Europa para percibir el maltrato que, por decirlo de algún modo, se respira en el ambiente. Los llamados piropos, la exclusión por la belleza o por falta de ella, el juicio físico por encima del intelectual se da en nuestro país a diario, en el ambiente laboral y doméstico.

Desgraciadamente, no son solo los hombres los que participan en la exclusión y el maltrato. También nosotras, las mujeres, somos cómplices por permitir que esto suceda a nuestro alrededor y que un hombre hable a su mujer con ira y desprecio sin que protestemos por miedo a inmiscuirnos demasiado y no saber si estamos sobrepasando la fina línea que divide lo íntimo de lo público. ¿Hasta qué punto puedo opinar o meterme, qué hacer si escucho gritos o golpes en el piso de al lado?

Del maltrato psicológico se habla pero bien bajo porque nadie sabe definirlo internamente dado que no estamos realmente educados para percibirlo. Empieza a intuirse en nuestra sociedad actualmente, quizá, pero es muy incipiente. De momento, nadie nos lo ha explicado porque nadie practica la convivencia con tolerancia como una necesidad primaria. El maltrato lingüístico, gestual, es muy acentuado en determinadas culturas, pero no hay que engañarse, porque en las más discretas y comedidas el horror puede comenzar una vez cruzado el umbral de la intimidad sin que podamos observarlo ni ser testigos.

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