martes, 19 de noviembre de 2013

Volver a habitar y que no apeste

La basura siempre ha sido cosa de pobres. Olvidad las metáforas. La basura de verdad, el desperdicio auténtico, la mierda, vamos, es de los pobres. La otra basura está en todos lados y huele fatal. España apesta nada más llegar a ella. Y once días de huelga de barrenderos da que pensar.

Mi barrio aún no está limpio y las hojas mojadas, mezcladas con cacas de perro, siguen siendo una pista de patinaje, escenario  para el peor de los accidentes. Pienso en la gente mayor sobre todo, en el peligro que corren al salir a la calle y dar su paseo diario. Los viejillos de mi barrio, y supongo que no son los únicos, aún tienen que tener cuidado por dónde pisan. Y es que el Ayuntamiento ha comenzado a limpiar Madrid, tras la huelga, por el centro y las calles bonitas y visibles, faltaría más, qué van a pensar sus votantes y los turistas que se dejan la pasta en la ciudad infecta.

Los barrios como el mío, sin embargo, aún hoy rebosan basura, como el Ayuntamiento delante del que paso a diario y que durante la huelga de estos últimos días ha estado acordonado, protegido por vallas azules, como la sede del PP y el Congreso. A esta derecha le da miedo el pueblo, y no me extraña, tanta basura cansa.

La basura acorralada, sin embargo, sigue oliendo. Creo que va a ser difícil eliminar esta peste del todo. Y de hecho, probablemente Madrid tenga ya un olor nauseabundo para siempre. Cuando un espacio se contamina tanto, es difícil dejarlo limpio de nuevo, como quitarse uno de dentro tanta decepción acumulada, tanto asco. Pero hay que intentarlo y volver a hacer esta ciudad habitable y respirable en muchos sentidos –ahora sí, metaforicemos-.

 Aún se puede. Quizá no hoy ni mañana, ni siquiera el próximo año, pero quiero pensar que en unos años más esto será distinto gracias a los que lo habitamos y nos esforzamos en cambiarlo cada día.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Correr en Berlín

Hoy he corrido en Berlín. Los parques por aquí son sencillamente maravillosos. Este, en concreto, al suroeste de la ciudad, es uno de los más visitados de la zona, pero hay tantos que no te encuentras con aglomeraciones, como en Madrid. 

Es esta una ciudad plana pero una vez dentro del parque me encuentro con un par de cuestas nada desdeñables. Sigo corriendo a un buen ritmo. Hay una área en la que se encuentran gallinas, cerditos, que son la alegría de un grupo de niños chiquititos con sus padres. La campaña de la iglesia suena muy cerca. Parece que esté en un pueblo. La tierra está húmeda de la lluvia de anoche y hay zonas embarradas que tengo que evitar con cuidado. De repente llego a una extensión de césped enorme. Unos bancos rojos hacen que el contraste de colores otoñales en el paisaje sea más bonito aún. El sol me da en la cara pero no molesta. Calienta mi cara en este día especialmente frío debido al viento.

Regreso feliz. Estiro frente al cementerio. La iglesia hace sonar las campañas de nuevo. Me espera una ducha calentita y un café. Después, a recorrer la ciudad. Vamos a Potsdam.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Y Berlín me esperaba

Volví. Pisé Berlín de nuevo hace dos días y es como si llevara un mes. 

Compras por el barrio, cocina en casa, fiesta, mucha fiesta... Berlín sigue siendo un disparate maravilloso. Todo es enorme, libre, loco. Aquí todo es posible o al menos es la sensación. Anoche conocimos gente de cinco nacionalidades diferentes en un pequeño club de moda. Mañana, de nuevo fiesta en una de las discotecas más famosas de la ciudad.

Reveo Mitte y me sobrecojo ante la puerta de Brandenburgo. La ciudad está muy bien iluminada al caer la noche, se pone acogedora. De cada casita, de cada rincón, parece salir un fueguecillo que invita a la charla. 

Sigue llamándome muchísimo la atención la tranquilidad de las aceras enormes, el casi nulo tráfico en el centro de la ciudad, los padres en sus bicicletas con dos criaturas enganchadas, las bolsas de la compra ¡y lloviendo! Se percibe esa ausencia de contaminación y el verde de cada esquina. Todas las placitas tienen un grupo de árboles frondosos y hierba muy crecida. Invariablemente, unos acogedores bancos de madera se distribuyen aquí y allá. Es una ciudad sin mucho ruido o griterío. Si entras en un club la cosa cambia. Amabilidad, buen rollo, buena música... Eso siempre.

Volver a Berlín era importante para mí. El calor de la amistad, las risas, la complicidad con los de aquí, la posibilidad de hablar con todo el mundo en inglés sin problemas hace que me resulte imaginable vivir entre esta gente especial. 


Mañana toca seguir perdiéndome entre las calles después de salir a correr por el parque junto al cementerio que tengo enfrente de casa. Ahora mismo hay un silencio delicioso. Oigo algún coche en la distancia. Escribo poco antes de caer rendida, ha sido un día agotador. 
(Ah, la foto es tomando el primer café de la mañana en la camita. Me cuidan bien por aquí).