domingo, 25 de marzo de 2012

Dar la cara

Me debatía entre hacer o no hacer huelga. Hoy ya tengo claro que no la haré tras unos días de reflexión.

Según un sondeo que publica hoy El País, solo un treinta y pico por ciento de los ciudadanos está convencido de hacerla y de que es útil en estos momentos. No lo tengo nada claro. Dónde estabais, convocantes, cuando más os necesitábamos. Y esto es, cuando el votante de izquierda no fue a las urnas porque los partidos de izquierda no los animaron ni motivaron como es debido. Dónde estabais cuando había que explicar a los más jóvenes lo que significaban los derechos adquiridos y cómo había costado conseguirlos, que no son heredados ni siempre han estado ahí, que había que votar para mantenerlos.

Ahora aparecen los sindicatos como cucarachas, en cuanto ven amenazados sus puestos en la empresa pública. ¿Realmente les preocupamos a los sindicatos que, por ejemplo, en mi sector no existen ni nos defienden? ¿Realmente el empleado público sabe lo que sufrimos en el sector privado y las horas “extra” sin cobrar que hacemos y la cantidad de mierda que tragamos sin tener a quien recurrir? ¿Realmente esta huelga me representa, por resumir en una pregunta todo lo que me pregunto parcialmente?

Estoy, sin duda, en contra de la reforma laboral del actual gobierno, y sin duda hay que hacer algo, pero quizá no ahora, quizá haya que esperar algo más, dejar que el ánimo se recupere, obligar a que nos miren y nos alienten no solo los grupos sindicalistas. Explotados y solos estamos muchos, no solo ellos que no soy yo y que salgo día tras día a enfrentarme al mundo, no solo cuando me siento amenazada.

jueves, 22 de marzo de 2012

Saber que están bien

Imaginar que hay alguien a quien aprecias mirándote mientras haces las cosas cotidianas que a veces cuestan mucho esfuerzo, ayuda y alienta a hacerlas bien y continuar.

Cuando era pequeña me imaginaba a mi hermano mayor asistiendo a mis exámenes y cuando hacía una pirueta con los patines, deseaba que estuviera allí. En la piscina, los niños llaman a sus padres, “Mira lo que hago”, o en los columpios del parque… Que alguien nos observe y apruebe lo que hacemos o nos felicite por hacerlo bien es un deseo tan antiguo como el trabajo y las obligaciones que día tras día tenemos que cumplir.

En pocos trabajos te felicitan ya por las cosas, ya no bien hechas, sino hechas, dentro del caos y los tiempos de entrega imposibles. Así, a veces, me imagino a mi hermano mayor, a mi hermana o a mi padre, incluso, dándome palmaditas en la espalda, sentados a mi lado mientras yo sigo trabajando lo mejor posible para que vean lo bien que lo hago. O pienso, “quizá no sepan siquiera que sé esto o que hacer esto otro se me da de miedo”. Y yo tampoco sé muchas veces qué hacen de ellos, lo bien que hacen lo que hagan en sus respectivos trabajos, cómo se ganan o ganaban la vida la vida a diario sin que yo lo sepa. Cuando los veo es fin de semana no queremos hablar de trabajo después de tantas horas, así que los temas tratan de asuntos más personales y emocionales.

¿De cuántos de nuestros amigos no tenemos mucha idea de a qué se dedican? Nos dicen, sí, el cargo y cómo han de lidiar con sus asuntos, y casi todos tienen un ordenador y se sientan frente a una pantalla, pero a no ser que sean artistas, actores o camareros, poco sabemos de su día a día. Me gustaría saber más, en estos momentos en los que no hay tiempo perdido y tener un oficio por el que te paguen es tan difícil. Imaginarlos trabajando me estimula, es como saber que respiran, que están vivos, que están bien.

martes, 20 de marzo de 2012

De agua ciega

Las lágrimas le salían solas últimamente sin que pudiera detenerlas. Escondía un pañuelo bajo la almohada para poder secarse los ojos en cuanto estos se llenaban tanto de agua que resbalaban a la tela y le incomodaban el resto del sueño, las sábanas mojadas sin remedio ya durante el resto de la noche.

El pensamiento auguraba las lágrimas, se producía inevitablemente antes que ellas y siempre era el mismo, la nostalgia del amor inacabado. Se le dibujaba el rostro, después la sonrisa y más tarde veía nítidamente sus gestos, la cabeza hundida, el andar inconfundible, las perfectas manos tostadas, el olor de la piel suave.

Con cada nuevo detalle las lágrimas aumentaban y le impedían incluso respirar y el gemido se convertía en sollozo.

Una mañana, sin embargo, se despertó después de haber dormido ocho horas seguidas sin haber llorado y sin que el pensamiento hubiera aparecido. Le extrañó pero sintió que por fin lo había superado. Salió a la calle y no estaba ni triste ni alegre, ni temblona ni tranquila. No sentía nada, nada absolutamente, así que se sentó en un banco y esperó, deseando estar incómoda y ciega por las lágrimas, melancólica por el amor perdido e inacabado.

lunes, 19 de marzo de 2012

Entre santos y días

Sé que las fiestas en honor de alguien y que comienzan con “Día de…” y terminan con la mujer trabajadora, el padre, la madre, el orgullo gay, etc. son la excusa para irse un puentecillo.

En nombre de los santos también hay unas cuantas. Sin ir más lejos, quedan apenas quince días para la esperada Semana Santa, que lejos de ser una fecha de culto religioso más bien se ha convertido en el periodo primaveral vacacional por excelencia. Playa, montaña, “el pueblo”, no hay que irse más lejos, se llenan de ociosos y turistas a la búsqueda del descanso, la desconexión de la rutina y la huida del tedio.

Hoy es el Día del Padre, y me asomo a la ventana esperando ver algo que haga que lo parezca. No veo a nadie, no escucho más que a mis ruidosos vecinos. Se ha ido mucha gente este día y probablemente al mediodía se note en los restaurantes y bares de aperitivo que se está celebrando algo por el excesivo consumo de alcohol y el abrigo de pieles de la abuela.

En Rusia, al Día del padre se le llama Día del hombre, se celebra un día para el sexo masculino. Está bien, porque así, los que no son padres no se sienten excluidos. En fin, entre santo y tradición, falsas reuniones familiares, regalos obligados y demás tonterías peninsulares y foráneas me voy a tomar el segundo café de la mañana.

miércoles, 14 de marzo de 2012

El ocio del pringado

De los mileuristas nos habían contado casi todo. Empezando por el nombre, nos pareció ya gracioso, chusco, síntoma, sin embargo, de una crisis que excepto unos poquísimos nadie vaticinó tan grave. Nos reíamos, a la española, como método de defensa.

Los nimileuristas –menos afortunados incluso en el nombre– son los becarios eternos y somos todos, porque todos, en algún momento, lo hemos sido, pero no a esas edades, quizá. Los nimileuristas, a los que dedicaba un reportaje El País este domingo y de los que hablará a lo largo de varias semanas en una sección fija del diario, no son solo jóvenes. Muchos de más de cuarenta y de casi cincuenta están aceptando sueldos ínfimos, que es mejor que nada y que volverse loco en casa, mano sobre mano, cada día, sin saber qué hacer. Como dice una joven en el reportaje: “Trabajo como una directiva y cobro como una pringada”.

Las carreras, los máster, los cursos o doctorados daban cierto prestigio pero sobre todo se valoraban como parte importante de la formación del trabajador. Ahora ya no valen, ya no se pagan aunque ayudan a la inteligencia emocional, a trabajar mejor en grupo, a ser más tolerante, a redactar un correo electrónico en condiciones, a agilizar los tiempos porque la agilidad mental ayuda a resolver antes el trabajo, del tipo que sea.

Los intelectuales han quedado recluidos a los museos de la palabra, a ciertas tertulias que desconocen la mayoría, a algunas páginas de periódicos y revistas donde cada vez menos gente lee sus palabras porque cuando trabajas de sol a sol no tienes tiempo para lecturas ni realidades contadas desde la distancia que da el privilegio.

Todos vamos conociendo el ocio del pringado de un tiempo a esta parte, muy poco coincidimos ya con el del directivo. Ni medio cerca estamos, la piel amarillenta de la “boina” permanente, el rostro poco saludable del trabajo excesivo y de interior con poco aire fresco, como la vida últimamente. Ya no hay viajes más que al "pueblo" que tienen algunos, yo no, desde luego, y que los lleva a meterse en caravanas kilométricas en cuanto llega un puente para hacerse la ilusión de vivir en el campo, de vivir en un mundo distinto de la tortura cotidiana ruidosa e inmoral. Yo escribo, ya no viajo, y aunque se empeñan en en enviarte supuestos chollos de ofertas al correo electrónico, siguen siendo metas imposibles. O tienes la casa del pueblo, de la playa alicantina, o tu ocio es el del pringado al más puro estilo. Pipas y cerveza en una terracita rodeada de coches, el parque de El Retiro, majestuoso, para invitar al paseo dominguero de viejos, niños y pringados.

viernes, 9 de marzo de 2012

Injusto

La vuelta a la realidad, de la que me gusta escribir de vez en cuando, se ha producido con la temida pero no por ello esperada reforma laboral, que nos deja “en bragas” a los pobres trabajadores, que somos la mayoría.

Hay derechos y deberes que parecían intocables y que sin embargo no lo eran, como demuestra el nuevo gobierno a cada paso. “No somos nada”, suelen decir los más viejos cuando se les muere alguien cercano junto al que hasta hace poco pasaban la vida. Y sin duda no lo somos, aunque ahora ya no hace falta morir para darse cuenta de lo poco que valemos en esta sociedad de alimañas, tiburones, peces grandes que se comen al chico constantemente sin darle tiempo a rechistar ni a crecer.

Ya no valemos lo que valíamos, esa es la conclusión generalizada, el estado de ánimo pésimo que acompaña al descubrimiento de esto. Hace años hubieran pagado por mi trabajo bastante más que ahora y mi desarrollo profesional sería posible, tendría objetivos y un proyecto que lograr. Hoy, ahora, mi precio es muchísimo más bajo y no tengo un proyecto de futuro laboral que lograr. No ser nadie en el mundo laboral o ser muy poco puede resultar deprimente básicamente porque será más difícil que logremos subsistir y así llenar nuestra vida verdadera, la de después de la jornada agotadora y de la semana que te deja exhausto. Es más importante ser alguien en la vida de los demás, de las personas a las que queremos y nos quieren pero a menudo se nos olvida. Y es lógico. Si vamos a tener que trabajar para vivir y ese trabajo va a requerir de toda nuestra energía y de la mayor parte del día, deseamos que sea agradable y justo, sobre todo justo.

La justicia de un tiempo a esta parte está de baja por melancolía. Hay jueces juzgados absurdamente por defender causas justas y ministros de justicia que insultan a las mujeres. Hay jueces que no dan la máxima pena a un violador, a un maltratador, tampoco a un empresario que roba. Las penas son muchas, pero pocas las justicias. La burocracia llena las bocas pero apaga mi conciencia. Poco a poco llega el fin de semana, se acerca y o huelo. Hace un día en Madrid injustamente primaveral. Debería llover. Deberíamos ser justos.

jueves, 8 de marzo de 2012

Libre

¡Cuidado, atención! Si estás embarazada en España alguien puede convencerte de que abortes. En cada esquina, la estructura social acecha. Alguien puede salir de un rincón y decirte “¡Aborta, aborta!”.

No es un chiste, no es una leyenda urbana, es lo que dice el “centrista” –¿a quién engañó en su momento?, a mí nunca– Ruiz Gallardón, actual Ministro de Justicia. La sociedad española está planteada de tal modo que presiona a la mujer para abortar, dice. La cuestión –la primera– que me viene a la mente es si con la actual reforma laboral no llevamos a las mujeres un poco más a la decisión de abortar. Según el criterio retorcido de este ministro, así sería, ¿no? ¿Pero cómo es posible que tire piedras sobre su propio tejado si son ellos los que han aprobado unas leyes laborales que nos desprotegen y denigran como personas, mujeres y ciudadanos, ante todo como ciudadanos?

Afortunadamente, nuestra decisión como mujeres de interrumpir libremente nuestro embarazo o de decidir tener un hijo no va a depender de que esté mal o bien visto estar embarazada. Quizá influirá en nuestra decisión de futuro, de si querremos montar una familia o no, pero no cambiaremos de repente de opinión, como seres inconscientes.

Las mujeres, los seres humanos en general, ante una decisión así, y siempre que lo hayan pensado de antemano no van a decidir de pronto echarse atrás y abortar. Si una mujer aborta es porque necesariamente ha de hacerlo, no por gusto o capricho, no porque la estructura social la obligue a nada o esté mal visto tener un hijo. Cuando decides hacer algo como ser humano independiente y libre en un país democrático que protege tus derechos no tienes esos pensamientos retorcidos y sucios que solo la derecha es capaz de concebir en su ignorancia y constreñimiento, su lenguaraz distorsión de la realidad humana, femenina, personal.

Feliz Día de la Mujer Trabajadora y algo más libre a ver hasta cuándo.