jueves, 17 de octubre de 2013

De gripes y otras debilidades

Con la llegada del otoño y los virus que tumban durante días me da por recordar a aquellos a los que amé y ya no están aquí. No están muertos, aunque a veces lo pareciera por lo poco o nada que sé de ellos. Pero un día entraron en mi vida y la ocuparon durante un tiempo. 

Miro muchos atrás, sí, lo sé. Pero a menudo el presente se construye y se enriquece con los recuerdos.

Hoy no hay swing ni amigos, apenas contacto. El contacto físico, tan común para algunos, se nos hace extraño a otros, sobre todo a los que vivimos solos. Es bueno tocarse, saberse, echarse de menos, desear ver a alguien. Sin las personas no somos, sobrevivimos pero no existimos. Hasta los animales tienen más contacto aunque sea para pelear y olisquearse.

Hoy es uno de esos días de otoño con temperaturas suaves en los que merece la pena mirar hacia afuera y recordarse querida, como nos gustaría que fuera siempre aunque haya días solitarios. Qué puñetera puede llegar a ser la soledad y qué maravillosa, también, aun enfermo.

sábado, 5 de octubre de 2013

Chica swing

Siempre me ha parecido que el jazz había que escucharlo en directo, que hay tipos de música, como la clásica, que no son lo mismo cuando la sientes grabada o vivida por el músico frente a ti. Y hay música que no puedes escuchar sin moverte. Me vuelve loca bailar y hacía tiempo que no practicaba, no sé por qué, quizá porque ya no salgo de noche, porque las clases son caras...

El jueves empecé a bailar swing. Sí, esa música deliciosa que de pronto puede volverse alocada y hacerte sacar lo mejor de ti. Hago mucho deporte durante la semana por eso de las endorfinas,mesos chutes de felicidad que genera el propio cuerpo y que me dan la vida. Y mira por dónde el swing me provoca lo mismo y me lleva un paso más allá porque la música, además, tiene ese poder terapéutico que te remueve y te hace ver la vida mejor. Vamos, que terminé sudada y con nuevos amigos y un buen rollo que no me entraba en el cuerpo. Me desperté moviendo los pies y con la música en la cabeza.



Empezamos suavecito, "botando", como dice Cris, la profesora, una mujer pequeñita y adorable que parece sacada de los años 30. Después un par de pasos sencillos que pillo a ratos, pero después pierdo. Dos horas bailando. Un chico de los que van habitualmente me saca a bailar y me dice que no se nota que sea mi primer día. Sudamos. La gente para. Yo no puedo. Estoy en muy buena forma, no necesito descansar. De diez a doce de la noche. Empapada en sudor me despido de mis nuevos compañeros de baile, ellos siguen, otros se van también. Cojo un búho en Atocha que me lleva a casa en cinco minutos. Me meto en la ducha, me seco el pelo. Es la una y media de la mañana. El viernes me despierto rota pero con el swing loco en el pecho y en las piernas, lo siento, lo tarareo, practico los pasos aprendidos anoche mientras me arreglo para ir a trabajar. ¡Me siento chica swing!