martes, 25 de junio de 2013

El gánster con ataques de pánico

Lo descubrí cuando ya todos habían visto la serie que protagonizaba y no quedaba mucho que añadir. Es lo que sucede cuando te incorporas tarde a un éxito que ya no lo es. Antes ocurría cuando eras el último que veía una película en el cine, y ahora sucede con la cantidad de series que hay y dejan de ser novedades en cuanto comienza una nueva o termina la última temporada de la de moda.

El caso es que Tony Soprano llegó a mi vida cuando ya era famoso. Y doblado, aunque prefiera las  series en versión original. El doblaje es, además, excelente, y cuando intenté verla en inglés ya las voces en castellano me habían atrapado.

Me cautivaron sus ojos, sus malos modales, su torpeza y brutalidad, su nobleza –a su manera– y esa humanización que se le transmite siempre idílicamente al mafioso de turno como si pudiera amar o sentir o realmente padeciera. Y Tony en concreto es un tipo delicioso, un capullo con ataques de pánico que se desmaya en el peor de los momentos posibles, cuando más hay que hacer y decidir. Y el estrés al que se ve sometido para conseguir hacer feliz a su familia, "trabajando" sin parar, llega a provocar los momentos más cómicos de la serie.

 Los Soprano es un drama, una comedia, una aventura sangrienta. Ríes, lloras y te estremeces en igual medida, sin que sepas muy bien, al principio, dónde te estás metiendo. ¿Un gánster de Nueva Jersey que va a visitar a una psiquiatra? ¿Cómo no se le había ocurrido aún a nadie que ser un matón puede ser un trabajo deprimente y estresante?

Está tan bien reflejado el mal gusto del nuevo rico, del mafioso italoamericano con ropa barata de tejidos imposibles, de cadena y anillo de oro, que se rodea de lo más caro sin saber muy bien cómo ser más feliz, que Tony parece real. En ningún momento vemos al actor ni el truco. Su desaparición en la vida real no es solo la muerte de un actor –no en este caso– porque ha muerto joven, con el aspecto que aún representaba al joven Tony, sin haber adquirido apenas otras caras en interpretaciones posteriores, sin haber envejecido –como una gran estrella de Hollywood a la que hace tiempo que no vemos actuar– ante cuya muerte nos preguntamos sorprendidos: "¿Ah, pero no había muerto ya?".

James Gandolfini, el nombre en la vida real del actor que interpretaba a Tony Soprano nos ha dejado a uno de los mejores gánsters de la historia del cine. Quien no haya visto aún esta obra maestra, tiene que verla. No se puede morir sin conocer a este hombre. Es uno de esos actores a los que hay que ver interpretar antes de morir. A veces los grandes desaparecen demasiado pronto aunque, como en este caso, dejen un legado único para el común de los mortales.

jueves, 13 de junio de 2013

Hay días así


Las casualidades que llenan un día cualquiera y rebasan el cupo se quedan en el corazón. Puedes tener una, dos, hasta tres coincidencias, pero cuando aumentan no hay más opción que conmoverse.

Coges un libro de la estantería y de su interior resbala una fotografía del abuelo, que buscabas hace tiempo y en la que pensaste esa misma mañana al levantarte, que dónde demonios estaría. Coges el metro y te adormeces incluso de pie, agarrado a la barra. Recuerdas cómo te sujetaba aquel chico cuando ibais juntos en el vagón y no había sitio para sentarse. Al llegar a la siguiente parada lo ves. Está mucho más viejo y piensas que qué bien no estar ya con él, el gesto tan adusto, no parece feliz.

Por la tarde ya, piensas en las lentejas de mamá y al llegar a casa te encuentras que ha dejado un táper para ti en la portería con una notita que dice ”No dejes de comer”, porque sabe que últimamente andas triste y cansada y se preocupa. Son lentejas, claro, con su cebolla y su zanahoria, como siempre.

Hasta aquí el día ya está cargado de coincidencias, bonitas o extrañas, quizá las dos cosas. A partir de ahí, todo lo que venga será mucho más raro, insólito y deslumbrante de lo habitual.

Estás en la cama y te gustaría que él llamara, que te contara qué día ha tenido después de tantos meses sin saber de su vida. Suena el teléfono (vibra, en realidad, no quieres que el sonido te altere a esas horas). Lo coges casi cuando ha colgado. “Solo quería decirte que…” Y el resto da lo mismo porque el hecho es que te ha llamado y te ha cambiado el día, y las coincidencias rebasaron su cupo y tú eres mucho más feliz y poderosa. 


domingo, 2 de junio de 2013

Ojalá

Esperando el verano empieza junio. Hay asomos de buen tiempo a las horas punta, pero el viento fresco echa al traste la esperanza de que el calor llegue para instalarse. Hablan de un verano polar con tormentas y temperaturas muy bajas. Me gustaría esconder la cabeza en una isla paradisíaca durante unos meses y volver a sacarla cuando llegue el otoño que, dicen, va a ser veraniego.

Me aturden las inestabilidades de todo tipo, las del tiempo ni te cuento. Así que estoy enfurruñada, cabreada, con pocas ganas de escribir, de ahí mis ausencias por aquí.

Esta semana, para desempañar malos humores, voy a ver un documental sobre Silvio Rodríguez, mi tan amado y escuchado hasta el agotamiento Silvio. Es emocionante ver a un montón de gente expectante, entre ellos Aute, mientras las imágenes se suceden, una excelente fotografía te sitúa en la isla y en el mundo Silvio y la voz de este, cantada y hablada (esta última poco escuchada hasta ahora), baña los setenta y dos minutos que dura el documental, que se hace corto.

El Silvio que yo tenía en mente era borde, de pocas palabras, endiosado, y resulta que me había equivocado. El que veo en Ojalá, -título del documental- es amable, soñador, comunicativo, con un gran sentido del humor. Vamos, que eso de que la primera impresión es lo que cuenta es falsa completamente en este caso.

A Silvio lo conozco desde muy niña, pues mis hermanos lo ponían en casa a menudo y sus letras estaban escritas en las paredes de nuestros cuartos a través de pósters, como los poemas de Neruda. Sus letras, que no entendía pero me parecían hermosas, me acompañaron hasta la edad adulta y ahí han seguido. Ahora sí las entiendo. Y entiendo que esos versos-poemas hayan sido aprendidos por todos los cubanos, que gritan en sus conciertos cada palabra como una sola voz. Son palabras ensoñadas que hablan de realidades pero también de escapes, de mundos mejores posibles, de hermosos amores correspondidos u olvidados.


Silvio ha sido y es un escape a la realidad para españoles, cubanos, ricos y pobres. Sus conciertos ocupan las calles de La Habana, los barrios más desfavorecidos, a donde va con la intención de desocupar las mentes de sus habitantes de realidad malsana durante unas horas y llenarlas de sueños y amor a raudales. Ese es el Silvio que se me escapaba, al que no conocía y del que ahora sé en un junio desapacible que me tiene encabronada. Me consuelo con, a mi parecer, el mejor de sus versos: "Los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan allí. Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar".