martes, 29 de noviembre de 2011

Pregúntale a tu padre

Me pregunto qué harán ahora, por dónde empezarán a cambiar las cosas solo por el simple placer de hacerlo. Qué nombramientos, qué leyes nos dejarán boquiabiertos aun curados de espantos como estamos. El nuevo gobierno no suelta prenda y cuando algo dice pone los pelos de punta.

Ahora, tras la presentación de las conclusiones del comité de expertos que debían de decidir sobre el futuro del Valle de los Caídos, el gobierno en funciones anuncia que se exhumará a Franco si lo aprueba la Iglesia Católica. Eso es como cuando tu madre, para no quedar mal contigo cuando le preguntabas si podías llegar una noche más tarde, te decía, “Pregúntale a tu padre”. Así, si a él le parecía bien, ella no era la única responsable de lo que pudiera pasarte, y si no, el malo era él, ella no había dicho que no.

Qué pasará con ese valle de la ignominia y la vergüenza no lo sabemos pero pocas esperanzas tengo de la que a la Iglesia le parezca estupendo exhumar los restos del dictador y así convertir el espacio en una lugar de meditación para las muchísimas familias de los asesinados por Franco. No creo que me gustara meditar allí donde mi familiar fuera asesinado aunque quizá aún deambulen los espíritus cabreados de ser enterrados en un lugar tan injusto y bellaco y podamos verlos reclamando un lugar más digno donde reposar.

Si este tema traerá cola -ojalá no y todo se resuelva rápidamente y de forma justa- imaginad el resto, la cantidad de carpetas, de episodios no cerrados por el anterior gobierno o bien cerrados que serán de nuevo abiertos porque sí, porque como los niños en competición habrán de dar su brazo a torcer a pesar del consenso o cambiarán por cambiar, por dejar una huella que no atufe a sociata.

En fin, si algo he aprendido en estos años de gobiernos tan parecidos en el fondo, a lo mejor no en la forma, es que no he de alterarme por algo que ha de suceder quiera o no, y aunque me manden a preguntar a mi padre si puede ser lo que quiero o pido sé que acabarán no haciéndolo y que se escaquearán si remedio, sin respuestas o, peor aún, sin soluciones.

La buena y la mala literatura

Decía Edith Wharton que el tema elegido no es la clave del texto escrito sino la visión diferente de ese tema respecto a los que anteriormente lo trataron. Así, uno puede hablar de la primavera, del otoño, de las arañas y hacerlo de un modo tan “original” y novedoso -la nueva visión, según Wharton- que de repente llame la atención de los lectores.

Voy algo más allá.

Creo que de lo que se trata es de escribir sobre algo que estaba oculto en la sensibilidad del lector y que este no había verbalizado hasta ahora. Los temas pueden ser variadísimos. Cada aspecto, cada paso de nuestra vida es un tema posible para un escritor y para una reflexión. El arte consiste en saber expresar con palabras la conciencia de todos, tener la intuición de saber qué es trascendente en el ser humano, qué preocupa y qué no, y que lo que preocupe pueda explicarse para que el que lo piensa diga, “así quería decirlo yo” o “ya había pensado yo en esto”. Todos somos iguales en este sentido y de nuestra moral, que la tenemos, depende que nos interesemos más por unos temas u otros y que los afrontemos del modo que nos plazca.

La moral de la derecha en España, por ejemplo, es tan limitada y tan falta de imaginación que no es extraño que rechacen la literatura, el cine el teatro, el arte, en cuanto se sale de los convencionalismos burgueses, de lo correcto y de la realidad adornada y falsa en la que les gustaría vivir. Por eso son simples, como los niños, pero ellos no por desconocimiento del mundo, sino por omisión de lo sucio y lo feo, de lo que no interesa hablar.

La literatura, la gran literatura, no ha sido nunca buena acompañante de la derecha ni en este ni en otros países, y así, los políticos de esta ideología se decantan más por el ensayo y la falta de imaginación, que es lo que les mueve y con lo que se sienten cómodos. Si además pueden relacionar el tema tratado en la novela o en la película que leen o han visto con algo real de lo que les está sucediendo a ellos o está relacionado con esa limitada visión, mucho mejor.

Divago e imagino, me gustan ambas cosas, y finalmente acabo en un tema que me atrae últimamente, la imaginación y la derecha. Ambos se repelen, pienso. La derecha es simple aunque quiera disimular y hacer pasar su simpleza y estrechez de miras por complicarse menos la vida y ser más claros con el pueblo. Al menos, la derecha actual. Descubren aspectos de la ciudadanía que siempre han estado ahí y de los que de pronto se asombran, pues son tan obtusos y con los pies tan poco entre la gente que cuando algo es reconocible y sencillo les entusiasma. Pero ojo, les diría yo, no todo es tan fácil de ver y de arreglar, y hay cosas en las que hay que tener una inteligencia y un talento para poder llegar a buen puerto, los mismos que distinguen a la buena de la mala literatura.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Te traigo

De vuelta de los viajes me gusta volver a estar en el mundo. No he querido saber demasiado de la política nacional ni de sucesos sobrenaturales, la realidad aparcada provisionalmente.

Cierro los ojos durante el viaje de vuelta en el tren e intento imaginar lo que habrá sucedido en mi ausencia y si las cosas no habrán cambiado demasiado. Tengo la impresión de haber detenido el tiempo, de haber pulsado un botón y haberme sumergido en la paz de la ciudad de provincias, esa que te anula ante cualquier esfuerzo excesivo por un problema o una preocupación y que no me importaría experimentar algún día. Los hechos, en estas ciudades más pequeñas en las que no hay las absurdas prisas que no llevan a nada positivo, son relativos. Suceden y no suceden. Ocurren pero no estás seguro de que sean reales. Es como participar en la vida a través de un sueño armonioso.

Repaso mentalmente las tareas que me esperan a la vuelta, las lavadoras que habré de poner, la compra de lo esencial en el súper -tan mundano y necesario-, la limpieza del piso, el trabajo que ha quedado olvidado donde habita, afortunadamente no me lo llevé conmigo.

Intento imaginar qué me espera de bueno en los próximos días y veo árboles y carreras bajo ellos, la música acompañándome en mi iPod. La piscina de noche, también la veo, caras que me sonríen y me saludan pero nadie esperándome para recogerme, tantos días ausente. No me lo esperaba pero trago saliva y vuelvo a casa cansada. No hay cambios aparentes en mí y sin embargo ha cambiado todo, la energía cargada, la visión del mundo ampliada, los problemillas vitales solucionados, ahora todo claro o casi, casi. Y ahí está, la miro escondida, la pequeña arruga nueva que se cuela en el cuello y habla de nuevas experiencias y reflexiones de costas coruñesas, de otoños de cuentos de hadas celtas, de vida fresca.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Los ojos de los otros

El día hoy amaneció sin nubes en todos los sentidos, a diferencia de ayer, en el que una densa niebla arrancaba con el día -que no con el ánimo, aquí no hay metáfora posible, fue alegre y luminoso- y lo cerró a la vuelta a casa. Una niebla densa y fresca que deja húmedas las aceras y los cristales de los coches y te hace dudar de si ha caído el agua y no la has visto, aparecida de pronto, metida en los huesos.

Hoy se nubló más tarde, una vez llegamos desde el centro de la ciudad a la costa. Exploro con mi hermana el terreno, nos paramos ante el paisaje, las fotos se suceden. Pone el automático y un nuevo clic nos deja juntas para la posteridad. Los cuerpos se unen, los rostros sonríen y acompasadas, charlonas, caminamos frente al paisaje desde el que vemos el mar, algún barco en la distancia, un castillo. La reflexión, imperturbable, acompañándome en el paseo.

Los viajes despejan el alma no solo al que viaja sino al que recibe. También su rutina se ve alterada y es agradable hacer cosas que normalmente no haría o ver con los ojos del invitado las cosas que habitualmente ve con los ojos de la costumbre y del hastío. Me parece tan necesaria la experiencia de vez en cuando como la de ver a tu pareja junto a otras personas, con la perspectiva de los ojos de los demás, en la que ganará o perderá, podrá sorprenderte, incluso podrías descubrir de pronto que es uno que no era contigo desde hace mucho o que es otro que no es jamás contigo. Tal vez veas lo que ya sabías y habías olvidado de tanto verlo, desde el mismo lado observado a diario.

Los ojos de los otros son a veces los que reflejan el mundo y la realidad. No hay que desperdiciar la oportunidad de una visita para recorrer la ciudad en la que uno vive, conocer a quien uno quiere dentro de otro cuerpo, inspeccionando y sacando a la luz lo que estaba más oculto y puede aún sorprendernos por bello y novedoso.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Perdida

A veces la vida, como un terreno que pisamos y está por descubrir bajo nuestros pies, se empina y se alisa a cada paso, en cada tramo una forma de caminar y algo distinto con lo que encontrarse.

Hay momentos de piedras, de terreno pantanoso e incluso de ahogos en los que apenas podemos respirar para sacar la nariz del agua y continuar nadando. Volvemos a pisar liso y sin elevaciones ni altibajos y esto significa una buena racha, al menos estable, que no nos machaca pero tampoco nos sorprende.

Desde hace mucho quiero que me sorprendan y me encantaría sorprender pero últimamente mi terreno es liso, con piedras y empinado muchas veces: la cuesta abajo, sinónimo de felicidad, de cambios esperados, parece no querer llegar nunca y no sé cómo encontrarlo.

Me meto por caminitos que ya conozco, los bosques me dan miedo y evito adentrarme en la vegetación para no perderme, pero es quizá lo que necesitaría para darle la vuelta al recorrido y descubrir nuevos senderos que acaben en una cuesta abajo lisa y brillante para deslizarme sobre ella, si hay nieve con esquís, si no, corriendo, las zapatillas calzadas para batir mi récord, los minutos pasando veloces en el iPod, como yo, concentrada en la bajada, controlando las rodillas para que no se resientan demasiado. ¿Quién no prefiere un terreno menos firme y algo difícil de atravesar a la comodidad de caminar en la planicie?

Los terrenos que ya hemos pisado no deberían volver a pisarse. Cada día debería aparecer un nuevo camino que nos reconfortara, no creo que estemos aquí para repetir lo mismo uno y otro día, la monotonía instalada, la madurez y el aburrimiento implantados en la piel como chips de colapso del alma y de la vida y la alegría.

Hay días en los que no encuentro caminos que recorrer, ni siquiera los que ya pisé, y se me cae el mundo a los pies, diminuto, y no sé por dónde empezar a andar entre tanta oscuridad, cómo volver a casa.

viernes, 25 de noviembre de 2011

No solo

No solo las mujeres afganas ven pisoteados sus derechos y son agredidas de un modo salvaje, castigadas por ser violadas ya que la sociedad no soporta la vergüenza de tener que convivir con mujeres que han pasado por esa situación. También en los países europeos supuestamente civilizados, y en concreto los nórdicos, donde la igualdad entre hombres y mujeres es más elevada, hay violaciones e injusticias solo por pertenecer a uno u otro sexo. Una de cada diez mujeres noruegas a partir de 15 años ha sido violada. Y pensemos que es Noruega, el país más avanzado en este sentido y el que menos desigualdades sociales presenta. Pero cuando se trata de sexo y de relaciones de pareja, comienzan los abusos y se pierde el respeto.

No solo la violencia física es el problema ni hay que irse a Afganistán o al norte de Europa para percibir el maltrato que, por decirlo de algún modo, se respira en el ambiente. Los llamados piropos, la exclusión por la belleza o por falta de ella, el juicio físico por encima del intelectual se da en nuestro país a diario, en el ambiente laboral y doméstico.

Desgraciadamente, no son solo los hombres los que participan en la exclusión y el maltrato. También nosotras, las mujeres, somos cómplices por permitir que esto suceda a nuestro alrededor y que un hombre hable a su mujer con ira y desprecio sin que protestemos por miedo a inmiscuirnos demasiado y no saber si estamos sobrepasando la fina línea que divide lo íntimo de lo público. ¿Hasta qué punto puedo opinar o meterme, qué hacer si escucho gritos o golpes en el piso de al lado?

Del maltrato psicológico se habla pero bien bajo porque nadie sabe definirlo internamente dado que no estamos realmente educados para percibirlo. Empieza a intuirse en nuestra sociedad actualmente, quizá, pero es muy incipiente. De momento, nadie nos lo ha explicado porque nadie practica la convivencia con tolerancia como una necesidad primaria. El maltrato lingüístico, gestual, es muy acentuado en determinadas culturas, pero no hay que engañarse, porque en las más discretas y comedidas el horror puede comenzar una vez cruzado el umbral de la intimidad sin que podamos observarlo ni ser testigos.

jueves, 24 de noviembre de 2011

De pensamientos y viajes

Pocas cosas hay tan divertidas como preparar un viaje. Comprar la guía, estudiársela, buscar exposiciones, rutas -en caso de que el viaje sea en la naturaleza-, reservar en restaurantes que sabes son excelentes, elegir los libros que te acompañarán, improvisar en el lugar al llegar.

Recuerdo mi primer viaje al extranjero, enamoradísima y por ello doblemente emocionada. Después de más de doce horas en el coche en pleno agosto, sin aire acondicionado, me encontraba entrando en París. La torre Eiffel de repente en el paisaje, como un decorado. Agotada por el calor y el viaje, daba la impresión de estar en esos sueños raros de la siesta que te hacen despertar sin saber dónde te encuentras realmente. Lo disfruté y después he vivido otros muchos, ya de un modo distinto pero cada vez emocionante.

Ahora me dispongo a emprender otro viaje, uno pequeñito pero entrañable, que ya hice el año pasado en estas fechas. El tren me adormecerá durante horas, me permitirá ver unos paisajes increíbles que no ves igualmente por carretera, me dejará leer, pensar, vagará el pensamiento más libremente que de costumbre, constreñido normalmente al espacio en que vivo, únicamente enfocado a lo que en cada momento requiere de tu atención.

Lo bueno de los viajes en tren es que no hay nada más que hacer que llegar a tu destino, y mientras, eres más libre de lo habitual y no hay barreras ni reglas ni responsabilidades que hagan que tengas que fijarte en el color de un semáforo, en el coche de atrás o en cruzar la calle sin perder el hilo de la historia, de la tuya propia, de la que iniciamos en paralelo cuando viajamos.

Llegaré, me abrazaré y besaré a los que quiero y después disfrutaré de estos días otoñales sin responsabilidades, sin normas, sin barreras mentales. Seré más yo durante unos días, pocos pero intensos, y regresaré para enfrentarme a las incipientes Navidades, al invierno y a unos nuevos poderosos que me inquietan aunque no llegan a perturbarme, sigo dejando volar la imaginación de otro país posible.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Relaciones otoñales

Pasado el verano y con la realidad de frente llega una época de reencuentros, abrazos, contactos abandonados en los meses estivales. El otoño y el invierno pueden ser muy largos y desoladores a pesar de vivir en un país bastante cálido como este que me tocó en ¿suerte?


No sé cómo funciona fuera de España, pero aquí, y en concreto en Madrid, donde en general ya es difícil quedar por las distancias y la locura de horarios, cuando llega el verano lo es aún más. La mayoría huye. Huye del ruido, de la contaminación, de la rutina, pero sobre todo del calor asfixiante. Los hay que salen los fines de semana, otros tienen casa en la sierra, la playa o el campo, o un "pueblo" de origen en el que se atisba el verde, y se escapan cada vez que pueden. Los que no tenemos coche ni pasta ni casa que valga nos quedamos por la capital y nos vemos con los pocos que deambulan perdidos, como nosotros mismos, y nos movemos con –y gracias a– la alegría de los turistas y a su mirada de descubrimiento.


Y entonces aparece el otoño para volver a unirte, conocer gente nueva –algo muy fácil y agradable por aquí– , retomar amistades e incluso relaciones sentimentales. Se organizan cenas y comidas, largos aperitivos, quizá, en los que incluso puedes brindar por el año nuevo –cada vez se adelantan más las fechas navideñas y las cenas de empresa se están celebrando en el escaso noviembre–.


Me encantan. No las navidades, sino los amigos. Adoro volver a verlos después de pasados, en ocasiones, un par de meses, no más, al menos lo intentamos. Son esos instantes de dicha auténtica en los que el mundo tiene un sentido lógico: he nacido para charlar y reírme con esta gente, pienso. No hay como echar de menos para apreciar lo que se tiene. No hay como los amigos para recordarte quién eres y por qué merece la pena la vida ser vivida. Ellos no son familia y no tienen por qué quererte ni acordarse de la fecha de tu cumpleaños y sin embargo lo hacen, te quieren y se acuerdan. ¿Qué más puedo pedir? Con los otoños vuelven los achuchones y los abrazos, los besazos mil con los que cierro mis correos y las alegrías compartidas.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Heridos doblemente

De esas coincidencias curiosas ha sido que el mismo día en el que me lamentaba de los resultados de las elecciones del 20 de noviembre, Javier Pradera haya desaparecido. Lo leo desde que leo el periódico, es decir, desde siempre, porque en casa siempre han comprado El País.

Un 20 de noviembre tan simbólico como el de ayer y afortunadamente ya famoso por otro motivo que no el de la muerte del dictador sino por el de las elecciones fatídicas del año de la crisis –yo al menos lo recordaré a partir de ahora así–, muere un hombre que luchó, a pesar de pertenecer su familia al bando de los vencedores durante la guerra, contra la dictadura franquista y a favor de la democracia.

Nos ha recreado a través de artículos de opinión no siempre fáciles, algo perverso en la sintaxis, con excelentes análisis sociales y casi filosóficos, diría yo, tanto en la forma como en el modo de razonar y afrontar cada idea a desarrollar, más alejado del periodismo de pastel del que ningún otro periodista podría estarlo. Era, ante todo, un pensador, un hombre extremadamente lúcido cuya forma de analizar la realidad y lo sucedido en nuestro país y fuera de él iba más allá de la mera reflexión de mucho periodista aficionado.

Pradera me ha llegado a conmover con una crónica política o una frase, ha conseguido hacerme pensar y dejarme meditando durante horas, la idea plantada y ya difícilmente ahuyentada. Con él se va todo un símbolo de la democracia, del luchador europeo que me recuerda mucho, salvando las distancias, a mi querido Claudio Guillén en esa actitud y ese saber integrado de forma tan natural en las personas sabias pero sin asomo de vanidad, al menos a través de sus textos y de la selección de los mejores, que lo hicieron también el gran editor de la democracia en Siglo XXI y en la recuperación de los clásicos.

Me conmueve lo que algunas personas conmueven con el ejercicio de su profesión y la honestidad en el desarrollo de sus actividades, las que sean, hasta de sus aficiones, gustos y opiniones. Las pérdidas como la del día de ayer -doble, dolorosa en ambos casos- me dejan en carne viva pero agradecida, pues sin ellas yo no sería quien soy, ni mucho menos, sembrada esa semilla del pensador, del filósofo, del buen lector, del articulista entrañable al que no puedes dejar de admirar. La izquierda está herida hoy donde la toques.

Rojo que te quiero, y verde

Dicen que las cosas no cambian de un día para otro pero hoy tengo la sensación de que es posible que sí y de que el cielo es menos azul que nunca –a pesar de los datos electorales–. Está nublado y hay nubes de tormenta, feas, de otoño anticuado de hace años, de vuelta atrás, de provincias, de burguesía babeante, de derechona, que me asquea.


Después de ver las imágenes de la sede del PP en la Calle Génova anoche tras los primeros resultados, solo faltaba ver a Rajoy bailar la Macarena o algo así de hilarante. Las banderas de España con y sin aguiluchos se mezclaban con las azulitas con gaviotas –muchas aves amenazantes, demasiadas– que enarbolaban niñas con excesivo maquillaje y faldas muy cortas aun siendo vírgenes –quizá no, ya sabes lo que dicen, las más golfas, las del colegio de monjas–.


Las cosas no cambian de un día para otro, sin embargo. Tenemos hoy lo que se ha ido cocinando en los últimos años, en los últimos meses. La impotencia de los ciudadanos ante la crisis ha hecho el resto. Así es la democracia, que me gusta y con la que me siento cómoda –tampoco he vivido otra cosa–. Pero hoy también una nueva izquierda se hace más fuerte –no todo iban a ser malas noticias–, un día en el que me debato entre la desesperanza y una alegría interna que me rebulle dentro y que me dice que somos muchos los que creemos en esta izquierda de verdad, en un grupo que nos representa a unos pocos que cada vez somos más. La vida no cambia de un momento a otro –¿o sí?– y estos resultados nos los hemos currado entre todos, y estoy orgullosa de mis compañeros de equipo.


El día no es azul hoy, ni de coña, es rojo como nunca en los últimos años por aquí, rojo fuerte, rojo de verdad con algo de verde, que te quiero también verde. No me decepciones.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Un derecho hermoso

No recuerdo esa primera vez, recuerdo otras, el primer amor, el primer beso, pero del primer día que voté no hay imágenes concretas. Sí que he sentido siempre una gran emoción al llegar a la urna y oír mi nombre y apellidos dichos de ese modo solemne, casi sagrado, que de pronto te hace más que nunca, más persona de lo que has sido jamás, y a continuación el “vota” que acompaña siempre a la introducción de mi papeleta, y que me da una importancia en ese momento que no hay a diario, cruzados los cuerpos iguales en la masa informe que somos juntos. Un acto individual, nimio, que sin embargo siempre me ha dejado con el aire en suspenso.

Los nervios en el estómago y la sensación de que algo importante se cocía ha sido la constante todas las veces que he votado. En casa era habitual tener la radio encendida, si no la de mi padre, la de mis hermanos, y los días previos a las elecciones mucho más, la necesidad de una ideología inculcada por mi madre desde que éramos niños, emocionados todos, casi todos hacia la izquierda, mi hermana callada, jamás dijo qué votaba, muchos años después lo supe, lo suponía, todos lo sabíamos, pero fue bonito el desvelo, fue como decir “aquí estoy”. Mi padre, de derechas, ha sido la nota discordante, el que no nos ha dejado dar saltos tras los resultados obtenidos en muchas de las elecciones vividas, igual que cuando ganaba el Barsa -menos él, todos de este equipo-, él, del Madrid con cara de pocos amigos tras el resultado, pero bueno, discretamente había sonrisas, emociones ocultas que a veces se disfrutan más en silencio, como los amores secretos nunca confesados.

Las elecciones más polémicas que recuerdo, las más tristes también, fueron las del No a la guerra, tras los atentados del 11M, que cambiaron la historia, la del mundo y la de nuestro país especialmente, que salió de una época de oscurantismo y malos modos, de pisoteo de las libertades como no se recordaba desde la dictadura. En el colegio electoral en el que votaba aquel año, dos militantes del PP no querían dejar votar a una chica que llevaba el lema del No a la guerra -fondo negro y letras rojas, ¿lo recordáis?- colgado del pecho, orgullosa de poder portar el rechazo al horror.

Recuerdos, sí, que hoy me asaltan, no todos buenos, pero siempre emocionantes. El poder ser ya nosotros, desde las últimas elecciones, los que metamos la papeleta en la urna, me parece especial. El no tener miedo a opinar, a que nadie te manipule, aunque hay aún monjitas que acompañan a niños retrasados a votar instándoles a hacerlo a la derecha y padres que compran el voto. Me lo contó un compañero muy facha y muy perdido cuyo padre les daba, a su hermana y a él, cien euros si votaban al PP, las conciencias de esos muchachos adormecidas ya para siempre.

Hay muchas anécdotas y más recuerdos de los que imaginaba, muchos más, pero de la primera, primerísima vez, no tengo. Intentaré hacer memoria ahora, que voy para allá, una vez más, a ejercer un derecho hermoso, ganado entre todos, que me hace sentirme orgullosa y viva.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Mi reflexión

Cuando un niño se porta mal se le dice que vaya a reflexionar a su cuarto sobre lo que ha hecho y que cuando termine podrá salir. El asunto es que antes de la reflexión habría que explicarle por qué ha de hacerlo, a qué le llevará la reflexión, si no, irá a su cuarto unos minutos, quizá media hora, jugará con lo primero que pille y saldrá sin comprender aún qué pasó, qué es realmente eso de reflexionar más que estar parado en el cuarto y esperar que así sus padres le perdonen por la travesura cometida.

A nosotros, ya adultos, ciudadanos sin elegir serlo pero importantes en nuestra condición, nos mandan reflexionar hoy, como nos mandan hacer la declaración de la renta o comprar metrobuses, es lo que hay que hacer. Y me pregunto cuánta gente lo hará realmente, cuántos se quedarán parados en sus casas, en silencio, sin saber muy bien qué hacer, cómo demostrar que están reflexionando.Nadie lo comenta ni habla de ello, y la jornada de reflexión es nombrada como quien dice la Paloma o fin de año, pues ahí está y cada uno la vive como puede, la mayoría sin reflexionar y haciendo lo habitual, lo que cualquier sábado.

Los hay, incluso, que este fin de semana están fuera, no creo que reflexionando, quizá sí, sobre porque no votarán el domingo. Llegarán de noche después de un par de días en la sierra y se acostarán como cualquier otro domingo esperando a que el lunes amanezca como siempre, sin grandes cambios. Esos fueron niños a los que no les explicaron que todo, absolutamente todo, es consecuencia de nuestros actos, hasta de aquellos que no hicimos, como ir a votar.

Si no votas no participas, no estás en el mundo, no eres nadie, y esto pocos los saben, de verdad, pero es así. Desentenderse puede ser cómodo, no lo niego, pero no quiero esa comodidad ni que las próximas generaciones la tengan. Quiero que no sufran aunque sí que comentan errores, que sean humanos, que lloren, que debatan, que se frustren, pero que participen, que parezca que están vivos y no que sean entes que pasan por el mundo sin sentido, sin voz ni conciencia.

Reflexionar requiere de aprendizaje, al igual que valorar uno mismo cuáles son los problemas que padece y cómo atajarlos. Pensar es bueno, pero hay que enseñar a hacerlo, no se nace pensando.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Los principios

Tengo muy poco tiempo. Mañana es jornada de reflexión y se supone que no hay que interferir en el momento de meditación de los votantes, o simplemente ciudadanos ya que quizá reflexionen y decidan no votar.


Quiero animar a votar pero a no votar al PP. Bueno, ahora viene la parte más difícil, por qué. En realidad no es complicado para personas con ideología y principios. Si te sientes como a continuación te describiré, vota, sin duda, al PP:


-Vas a lo tuyo y te preocupa tu lucro personal aunque sea a costa de los demás y de hacer aún más ancha la línea que divide las clases sociales.

-Prefieres lo privado, que te traten como a un señor, a no tener que convivir con el resto del pueblo en espacios públicos financiados entre todos y que funcionan de maravilla sin necesidad de tener que acudir a ningún servicio privado.

-No crees en el pueblo, te asquea el vulgo, solo quieres rodearte de “tu gente” en espacios privados diseñados y financiados por ti, que tienes pasta.

-No quieres que tus hijos se mezclen con inmigrantes ni vayan a colegios públicos laicos ya que pueden distorsionar su educación.

-Te da igual la cultura, con ir al Prado y al Thyssen dos veces al año y asistir a un musical de la Gran Vía –¿¿¿Broadway??? Ni de coña– te parece suficiente. ¿Bibliotecas, música para jóvenes en salas de conciertos, festivales callejeros, día del orgullo gay? Cosa de progres y maricones, no te interesa.

-Las librerías pequeñas ya no funcionan, con la Fnac y la Casa del Libro es suficiente. Además, no lees mucho, uno o dos libros al año, el Zafón y algo del viento que escribió y Los pilares de la tierra te gustaron mucho…

-Te da igual la desigualdad social que lleva a la delincuencia pero que no te afecta porque vives en barrios guays con alarmas en tu casa y no coges el metro ni el autobús a altas horas, solo te mueves en coche o en taxi.

-Lo del carril bici y reducir el tráfico te espeluzna, dónde vamos a parar, los putos ciclistas maricones que no te permiten ir a toda hostia con tu todoterreno.

-¿Para qué mejorar la sanidad pública si tampoco has pisado jamás los barracones que Esperanza Aguirre construyó en lugar de oficinas destinadas a acudir al médico de cabecera? Si además no esperas jamás la cita con tu especialista, que te atiende, como mucho, a los dos días de llamarle, y no dos meses o un año como sé de buena tinta sucede gracias al gobierno de los populares en Madrid.

-Si eres empresario o tienes un trabajo de altos vuelos y ganas un pastón, y aunque a tu alrededor se explota al trabajador y se bajan los sueldos, el tuyo ni se toca, faltaría más, eres ejecutivo y padre de familia respetable.

-Si eres funcionario de alto nivel y te da igual que te recorten un poquito más el sueldo, al fin, ni lo vas a notar.

-Si estás en contra del aborto, la eutanasia y otra serie de aspectos que atañen única y exclusivamente a la persona que tiene que decidir sobre su vida pero en los que tú te empeñas en opinar, dar sentencias y hacer leyes que coarten las libertades de las personas.

-Si piensas que las mujeres ya han alcanzado la igualdad social con los hombres en sueldo, tratamiento social, moral, etc., y que por supuesto no vivimos en una sociedad sexista.

-Si crees que la recuperación de la memoria histórica de los vencidos y torturados tras el franquismo es una chorrada y que muertos hubo en los dos bandos de igual modo, así son las guerras, para qué remover más la mierda.

-Si eres un pobre trabajador que aspira a ser algo más en la vida y crees que estos de la derecha harán que cambien las cosas y tú también puedas pertenecer a la clase de los privilegiados.

-Si crees que el PSOE nos ha llevado a la crisis por no saber gestionar la economía del país y que lo de la especulación y el robo de guante blanco es una excusa de los sociatas para no asumir responsabilidades.


Si más de dos puntos de la lista anterior coinciden con tu forma de pensar, adelante, vota al PP. Si solo dos, tienes un dilema oral y has de reflexionar mañana. Si ninguno te identifica, solo uno quizá, estás de enhorabuena, no habrás de votar al PP, a quien votes ya es cosa tuya, pero VOTA.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Con ellos llegó el escándalo

A Benetton se lo perdono todo. No soy una asidua de su ropa ni de su diseño pero sí de sus campañas porque creo que detrás de la provocación hay una gran idea, un germen que va más allá del puro escándalo y que se moja con problemas sociales importantes, algo que la moda no ha de apoyar, quizá, ¿pero qué hay de malo cuando lo hacen y pueden de este modo influir en el pensamiento general de la población o en hacer que esta piense de repente en asuntos que normalmente no pasaría por su cabeza y menos entre los que compran ropa cara y pija?


Desde las famosas imágenes de personas de distintas razas vistiendo ropa de colores me he sentido afín a su espíritu innovador, luminoso y tan ochentero. Representa mi adolescencia –sí, fui pijilla– y mi forma de ver el mundo a los quince años, con esa rebeldía que buscas con ansia y tanto te cuesta encontrar fuera de grupos de rock y algún que otro actor de moda. El hecho de que una marca de ropa se salte los tópicos y tenga la capacidad de, a pesar de ser tan sencilla y clásica, remover las conciencias y escandalizar, hace que simpatice inmediatamente, y más cuando se trata de provocar al Vaticano, como en la última de sus campañas, en la que muestran las fotos lógicamente trucadas del Papa Benedicto XVI besándose con el imán de El cairo.


Siempre ha habido escándalos en la trayectoria publicitaria de Benetton, y esta vez ha vuelto fuerte, hacía tiempo que no nos sorprendía así. La pregunta es: ¿Sorprende ya realmente? ¿No se ve quizá también la provocación que suelen manejar ya un poco trasnochada? Hace diez, veinte años, no estábamos acostumbrados a este tipo de montajes fotográficos o de imágenes “impactantes” que gracias a Internet son tan frecuentes ahora. Ya no nos escandaliza casi nada visualmente. Y es que si lo piensas, los únicos que se han ofendido con esta última campaña de Benetton son los conservadores natos, los de siempre, los que hasta en el escándalo y la denuncia de conductas están pasados de moda, ochenteros hasta la médula. Y ya no se lleva.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Cartas y esperanza

Ya no encuentro cartas en el buzón a menudo. Es raro que alguien que viaje te envíe una postal, ya no te cuento una carta, así que me he acostumbrado a abrir el buzón y encontrar las temidas facturas, anuncios de restaurantes a domicilio y, estos días, además, propaganda electoral.


Recogí los últimos sobres ayer, cuando llegué a casa, y antes de abrirlos, uno por uno, me pongo en situación, y me imagino que son cartas personales, palabras que solo se escribieron para mí, como nos quieren hacer sentir cuando nos las envían. No cuela. Mis intenciones han sido buenas, y probablemente también las de ellos, pero a pesar de todo, no funciona.


Querer hacer sentir a alguien especial cuando se lo ignora a diario es muy difícil. Llamar su atención diciéndole que es importante y que piensas en él en todo momento pero no se lo demuestras lo suficiente, aunque te gustaría, mucho más. No es honesto quererme cuando me necesitan y cuando no, ignorarme, aunque curiosamente es lo que la mayoría de la gente egoísta que conocemos hace –la mayoría de la población–. Así, lo que criticamos individualmente y no toleramos, que jueguen con nosotros, en política se admite, vete a tú a saber por qué.


Tengo la sensación, en estos días previos a unas nuevas elecciones, que nos darán la vuelta de nuevo poniéndolo todo patatas arriba, que este es el momento en el que más ignorados estamos por parte de los políticos, demasiado ocupados pensando cómo salir de esta, cómo engatusar, diciendo qué, prometiendo quién sabe qué cosa. He llegado a un punto en el que no me creo nada de nadie que tenga el poder o pretenda alcanzarlo, demasiados intereses de por medio, la crisis y la falta de empleo anula todos los escrúpulos. Así que excepto que haya sorpresas, ninguno de los posibles vencedores en las elecciones del día 20 merecen mi espera ni mi atención y ni mucho menos mi voto y mi confianza. Espero, eso sí, que los ciudadanos no se sientan decepcionados con los resultados y que las soluciones a los problemas lleguen lo antes posible. Yo ya no tengo esperanza, solo quiero mantenerme al margen de esta broma en la que me ignoran y recibir cartas y postales dirigidas a mí, a quien yo soy, no a lo que supuestamente represento.

martes, 15 de noviembre de 2011

Dame un boli rojo

Me gustaría poder utilizar los signos de corrección en la vida propia y la ajena. Resaltaría en negrita con lo que tener cuidado, en cursiva lo delicado, en lo que habría que pararse antes de actuar. En Caja Alta –mayúscula– el PELIGRO, y en cajas bajas –minúsculas– el resto, que sería lo común, lo de todos los días.


De la actualidad destacaría en negrita y subrayado las palabras economía y crisis, por ejemplo, aunque no fuera correcto, pues según las normas no pueden convivir en la misma palabra ambos usos, aunque este sea un caso de emergencia y por tanto también las mayúsculas ayudarían a advertir del peligro, e incluso la cursiva a resaltar lo delicado de ambos términos. Sin duda en Caja Alta irían la POBREZA, el HAMBRE, la ESPECULACIÓN, la PENA DE MUERTE, etc. –esta, de etcétera abreviatura, en minúscula, hay demasiado aglutinado en la palabra–.


Corregir el mundo con un boli rojo requeriría mi tiempo al completo, dedicada noche y día a modificar, reemplazar, resaltar, tachar, superponer, subrayar, anotar al margen, redondear. Si los sueños me permitieran el descanso escribiría mi vida en lápiz para poder cometer errores y borrarlos, la goma Milán siempre a mano para rectificar aquello que hice mal y de lo que en el momento no fui consciente.


En ese sentido, escribir a lápiz es más fácil porque no te arriesgas demasiado, el boli o la pluma te obligan a no emborronar, y ello conlleva no poder equivocarte. Y sin embargo hay tantas vidas escritas y soñadas con bolígrafo azul y negro que si me dejaran condenaría al rojo que da vértigo pensarlo. Me conformo con que haya pocos tachones, pero que haya, la planilla entera sin un solo fallo es tan extraña como una vida de mentira o con las erratas ocultas que el corrector aún no pudo ver, solo aún, dame tiempo y un boli rojo.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Casi todo

De Italia me gusta casi todo. Ojo, es importante el casi en esta frase. Cuando te gusta todo no hay duda, al igual que cuando no te gusta nada, pero casi todo y casi nada dicen más que los absolutos o extremos todo y nada.


De Italia me gusta la luz y el paisaje, el arte y la energía, el idioma y la gastronomía, la gente y su carácter esforzado y valiente. En Italia puedes perderte junto a un río o en una ciudad cubierta de agua y parecer que estés en otra época. Puedes ver los monumentos más hermosos y enormes en el rincón más diminuto, como caídos del cielo, al doblar una esquina –así sentí la fontana de Trevi cuando la vi, cuando me la encontré–.


Italia es, pese a Berlusconis y papistas, un paraíso de historia, de cultura, de muestra de belleza que, nos guste o no, ha estado sometida y ha sido ridiculizada en dos ocasiones destacables: durante la Segunda Guerra, con Mussolini, y ahora, con Berlusconi. Dos momentos fatídicos, como en casi todas las grandes historias y en todos los maravillosos países de los que te gusta casi todo.


Italia me ha dado dos buenos amigos, del norte y del sur, así que no puedo generalizar en eso de los caracteres. Me ha dado el idioma –uno de los más hermosos–, cuyo aprendizaje en la universidad me llevó a leer en el original a Calvino o a Pavese y a comprender mejor mi lengua nativa, el castellano. Me ha dado momentos increíbles en una terraza junto a los Uffizi y los mejores paseos artísticos que uno pueda imaginar. He visto pueblos como Orvieto, Asís o Verona, ciudades como Bolonia, Florencia o Venecia que me han hecho fantasear como ningún otro lugar conocido.


Italia es más que un tópico y hay que conocerla teniendo en cuenta el casi porque siempre va a haber algo que disguste, un día concreto, un personajillo infame que arruine la reputación de todo un pueblo, pero de eso aquí también sabemos bastante, hemos tenido varios, dos bien sonados y recientes –y también pequeños, por cierto–, y todo se supera, los complejos, las manías, las dictaduras, las desvergüenzas, todo, no hay cavaliere que pueda impedirlo.

domingo, 13 de noviembre de 2011

De obsesiones pasadas

Ir a la pelu da también para algunas reflexiones, más cerca de la frivolidad de lo que suelo estar. Husmeo entre las revistas mientras el tinte hace su efecto y no veo las preocupaciones que me asaltan a diario sino otras mucho más banales que compensan a las que sí me importan.

Hubo una época de mi vida en la que mi aspecto ante los demás, pero sobre todo ante mí misma, era más importante que cualquier otra cosa, no porque fuera una frívola o trabajara de modelo o mi actividad principal se basara en mi imagen corporal y en mi físico. Fue simplemente que elegí controlar el aspecto que me hacía creer poder controlarme así a mí misma y no ver la vida que llevaba y no me gustaba. En algo invertía mi energía -y mira que hay cosas para hacerlo-, y un poco entre las compañías que frecuentas, los lugares a los que vas y las parejas erróneas que te buscas, el caso es que finalmente te ves envuelta en manicuras, tintes, gimnasios y tacones imposibles.

Es agradable haber terminado -ya hace tiempo, no es nuevo- esa etapa. Un alivio que nunca pensé llegaría. Cuando voy a la pelu ahora -a la de siempre, a la de ese vida obsesionada por la imagen proyectada-, como el día de ayer, los rostros de los que me tiñen el pelo y me lo cortan son los mismos sin serlo. De pronto, allí metida, no tengo la sensación de que el tiempo no haya pasado como cuando entramos en un lugar que nos transporta al pasado ciertamente inquietante y nos parece estar de nuevo allí, sino más bien que el tiempo ha pasado y yo soy otra, al igual que ellos, con más arrugas por dentro y por fuera porque nada tan frívolo y superficial dura para siempre, al menos no del mismo modo, al igual que la belleza, a no ser que te sometas a la cirugía, y aun así, por dentro no puedes engañarte, eres otro, has cambiado, a mejor en mi caso, no sé en el de los demás, pero por lo que veo y cuentan, también.

Me recreo un rato en la frivolidad de revistas de moda y cotilleo que muestran, por ejemplo, en un zoom, la celulitis de Britney Spears. Me pongo al día en las tendencias para este otoño-invierno y me recreo en unos bonitos zapatos de Camper que nunca tendré, y una vez vuelvo a la realidad, mi pelo cortado y brillante, camino por la acera dirigiéndome a disfrutar de mi sábado noche metida en mis confortables botas planas que no me destrozan la espalda y me relajan para caminar. Las piernas celulíticas y las de las modelos cuyos muslos son del mismo grosor de sus brazos, así como los consejos para perder ocho kilos en un mes se van quedando atrás.

Pienso en cómo sería leer revistas del corazón y “femeninas” que te hablasen de los interiores de esas mujeres. Quizá no vendieran demasiado por no contener nada o podredumbre o porque mostraran poderosas obsesiones por gustar y gustarse a uno mismo a través del sacrificio inútil de dietas inhumanas y tacones dolorosos de alturas imposibles.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Mi alegría

Hay muchos modos de ver la realidad, de afrontar el día a día y de observar lo que sucede. En un momento como el de ayer reflexiono sobre la vieja Europa y lo que ya no puedo hacer comparándolo con lo que hacía hace años. Pero pienso entonces en lo feliz que me siento con lo que hago y soy, que no depende con que haya o no haya crisis económica, afortunadamente, y que puedo disfrutar de mis placeres, los que no implican tener dinero.

Pero hay algo más, algo que hoy estoy obligada a comentar y que me viene rondando desde ayer, después de haber escrito sobre la sensación de hecatombe mundial en mi interior. La salud que poseo, ganada a pulso, es la que realmente es un lujo cuando uno ha visto las cosas desde la montaña más alta y a punto de precipitarse por un acantilado, tan a punto que te preguntas cómo es posible seguir aquí. Un buen amigo fue operado antes de ayer y está bien, y esto me hace felicísima y me olvido de todo lo demás. Vuelve a tener esperanza, rompe con lo antiguo y se enfrenta a una nueva etapa con ímpetu, algo que le caracteriza y admiro.

La fortaleza, las ganas de empujar y de seguir son muy difíciles de eliminar cuando uno las tiene. Puedes lamentarte, obsesionarte e incluso dar la apariencia de ser una persona algo negativa y pesimista y sin embargo sigues ahí cada día, haciendo las cosas, responsabilizándote de ti mismo, de los demás, de hacer lo correcto, de ser buena persona, buen ciudadano y a pesar de todo has sufrido y padecido tanto que no sabes ni cómo sigues aquí. Y esa es la alegría, el secreto, lo que la gente no sabe. Que la parte positiva está pero hay que esforzarse en verla y en lograrla, no esperar con los brazos cruzados. Ser fuerte, valiente, es cuestión de práctica, cuanto antes empieces, mejor. Puedes hasta vencer una enfermedad.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Lo sé, pero…

La sensación de que el mundo se tambalea no es nueva. Supongo que no para nadie con un mínimo de contacto con la realidad cotidiana, que lee las noticias y está pendiente de lo que sucede a su alrededor. Ha habido más crisis, pero me pillaron en momentos en los que estaba a otras cosas y no prestaba atención a la economía porque de mí no dependía la supervivencia, la cama, el techo, sino de mis padres. Pero ahora sí, ahora soy, para bien o para mal, la dueña de mi vida y eso es a veces bueno y a veces malo.


En este momento, el del agua al cuello, no siento que las cosas se hayan desmadrado porque me falte un lugar donde vivir o no llegue a final de mes, sino porque cada vez me veo más agobiada entre unas paredes que van cerrándose poco a poco, por algún maquiavélico sistema mecánico, y que espero no lleguen a juntarse. Te levantas una mañana con el ánimo de que todo va a mejorar y te encuentras una nueva desgracia a cuestas que no es solo tuya pues se extiende a otros países en los que nunca pensaste que pudiera suceder. El tambaleo de la vieja Europa me espeluzna porque nunca lo sentí tanto.


Puedes dejar de hacer esto, lo otro, recortar aquí y allá, no para otros, como los políticos, sino para ti mismo, y aún así tienes la sensación de que podrías privarte de más. Finalmente te da miedo hasta sacar una moneda del bolsillo y cualquier gasto te parece excesivo y hace que te remuerda la conciencia. Estoy en ese punto, en el del temor a gastar de más y que de repente alguien me castigue por ello. La sensación de que no volveré a viajar a otros países y conocer otras culturas me persigue. No puedo soportar la idea de no volver a estar quince días en una playa soleada sin demasiados lujos, pero en una playa, con buena lectura, buena compañía y todo el tiempo del mundo.


Lo bueno, sí, lo sé, es que no tengo hijos, no estoy hipotecada ni debo dinero a nadie y debería sentirme aliviada. Soy una privilegiada, que conste que lo sé, pero esta especie de fin del mundo que no acaba de terminar me va minando y no sé cómo quitármelo de encima para poder disfrutar de lo poco que gasto. ¿Pánico colectivo y contagioso? Puede. Qué mal rollo.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Los jueves de lunes

De poco sirve hacer como que es jueves cuando en realidad es lunes, un lunes como un piano. Hoy me he levantado de mala gana, con el miércoles festivo en la boca aún, a demasiado poco me ha sabido, y al no saciarme no hay descanso. Cuando además te llevas trabajo a casa todavía te sabe a menos.


Hoy, sin embargo, me traigo los restos de una rica paella que disfruté también ayer y me sobró, y sorprendentemente cuando bajo a la cocina de la agencia descubro que estoy sola, que todo el mundo ha salido a comer.


Existe la costumbre de comer los jueves fuera de la oficina, pero como el miércoles era festivo, muchos celebraron como un jueves el martes y salieron a comer. Hoy esperaba encontrarme a más de uno pugnando por sentarse y sin embargo se han tomado el jueves como jueves, no como lunes, que es lo que parece, tan puñeteramente gris y triste.


Lo único en lo que se parece este lunes que siento por dentro a un jueves es en que tengo clase de natación, pero entonces también podría ser martes. Me despistan estos festivos en los que no descanso, se me parte la rutina y me aturden hasta no saber en qué día vivo. ¿Y mañana, viernes? No sé yo, me da a mí que será martes y que el fin de semana aún anda lejos.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Los años perdidos

Termino de ver Oranges and Sunshine antes de irme a dormir anoche y me quedo con el corazón encogido por la historia. Una excepcional Emily Watson y el trabajo del director, Jim Loach, además de unos secundarios perfectos en su papel te convencen de una historia que increíblemente es real.

Una trabajadora social (Emily Watson) que descubre que durante años (1935-1970) Inglaterra deportó a niños ingleses de familias pobres y con problemas o huérfanos en barcos que les llevaron a Australia y Nueva Zelanda para trabajar con unos hermanos cristianos que los explotan, los violan y los vejan. Más allá del drama, espeluznante, y el horror, que lo hay, lo poderoso de la película es cómo está tratada la parte emocional de esos niños que crecieron sin afecto y que, como dice uno de ellos, ya adulto, “dejaron de llorar a los ocho años y aprender a hacerlo ahora es muy difícil”. Y el drama real de la película empieza ahí, en esa imposibilidad del llanto e incluso del sufrimiento, pues al haber estado tan sometidos son incapaces de expresar el dolor. La trabajadora social es la que lo padece, y es la transmisora de su padecimiento, tanto que en un momento no sabe si será capaz de soportar la carga del dolor ajeno, que como le dice su psiquiatra es una de las cosas que provocan más estrés.

Bueno, mi reflexión, mi emoción cuando termino de ver esta excelente película es lo fácil que es robar una infancia, perder la identidad y no volver a encontrarse. La protagonista encuentra a algunas de las madres de esos niños que años después no saben quiénes son, pues sí son algo, hay unas raíces pero no pueden tirar de ellas porque no saben dónde están. El no saber de dónde proceden es lo que les ha dejado a medias. A los niños les prometen naranjas al desayuno y sol todos los días, y embarcan a Australia con la ilusión y la hermosa promesa. Los encuentros entre madres e hijos o entre hermanos, años después, cuando la protagonista les ayude a localizar a sus familiares no son sensibleros, están muy bien mostrados, es como debió de ser.

Me recuerda la historia, inevitablemente, a esas vidas robadas que el diario El País nos ha ido narrando estos últimos meses. La última que leí hace un par de días, la de aquellas monjas en un hospital privado que ante la supuesta muerte de su bebé -no es cierto, lo robaron-, intentan consolar a la madre recordándole sus cinco hijas sanas y que el niño, de haber vivido, criado entre tantas niñas habría salido “maricón”. Eso le dijeron, así lo narra. En la película, los “hermanos cristianos”, curas que en Australia y Nueva Zelanda esperaban a los niños, los violaron también a su gusto durante años, tantos que los adultos a los que escuchas después son seres sin alma, tan dolidos, tan dañados, como un juguete al que ya no le funciona el mecanismo y que mantiene un aspecto externo aparentemente bueno pero por dentro algo no va, algo se ha torcido, se ha roto, se ha apagado para siempre porque quién recupera eso, los años perdidos, la identidad. Muy pocos, esa es la realidad, y son seres incapaces ya de rehacerse, de componerse, de valorarse, de crearse una profesión, de amar y ser amados. Seres solitarios que siguen por el mundo sin los demás, aparentemente como el resto, pero vacíos.

martes, 8 de noviembre de 2011

No, no vi el partido

¿Y de qué podría hablar hoy que no fuera el debate de ayer? Pues realmente no puedo hablar más que resumiendo lo que he leído en los distintos medios porque ¡no lo vi! No, y lo digo tranquila. Los compañeros de trabajo me miraban extrañados esta mañana porque no había asistido al mano a mano. Como perderte un Madrid-Barsa, poco más o menos, que lo ven hasta los niños –seguro que muchos vieron ayer el debate–.


En otras ocasiones he asistido a estos debates porque consideraba necesario reafirmar mis ideas, más bien confirmarlas. Y he de decir que en este caso me cae muy, muy bien Rubalcaba, aborrezco lo que representa Rajoy y a él como persona, como ser humano, me parece un provinciano gañán conservador, y sin embargo, con todo el dolor de mi corazón no voy a votar al primero –y por descontado, no al segundo-.


A estas alturas el lavado de cara del PSOE introduciendo a Rubalcaba me parece una chapucilla o apaño de última hora. La derecha, nos guste o no, al no pensar no entra en debates, ya acostumbrados a acatar órdenes sin protestar y a lo dictatorial; no admite fisuras, y eso es lo que el pueblo quiere ver, alguien en quien confiar que no ceda. Lo de “Cuidado, que viene la derecha” ha dejado de funcionar. En todo caso, ya lo sabemos, claro que viene la derecha, y cómo. Lo padeceremos, sí, pero muchos no caeremos en los juegos bipartidistas que no nos representan, ni mucho menos, a todos.


¿Por qué no más cara a cara, debates con otros grupos parlamentarios? Harta estoy de esos Barsa-Madrid, Madrid-Barsa que dejan de lado a los demás y se olvidan del deporte en sí, centrándose solo en el espectáculo.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Los impacientes

En mi estantería de libros pendientes tengo volúmenes que no he podido leer porque se me han acumulado las lecturas, aunque en algunos casos lo que está ahí es porque no ha encajado todavía con el momento y la temperatura adecuados.


No solo influye en la decisión de qué libro será el siguiente que lea la experiencia que quiera vivir, el tiempo que quiera ocupar en su lectura, el tipo de mirada que tenga últimamente, con más ganas de ensayo, de ciencia-ficción, de novela española o quizá inglesa. Esta última me gusta a partir del XX, si no, me aburre. Sin embargo, adoro la novela decimonónica española, que me lleva al sofá, a la manta en invierno, al recogimiento que produce este tipo de lectura.


Es fascinante la lectura por temporadas. Si quisiera empezar a releer Fortunata y Jacinta, nunca lo haría en verano, tampoco La Regenta. Son lecturas de invierno y como mucho podrían aguantar una primavera fresca, pero no un caluroso verano, no una lectura al sol o en la playa, que la novela negra tan bien soporta. Y así, un autor sueco y frío –en temporada y estilo, los ambientes siempre estremecedores para situar la acción de la novela– como Mankell soporta el calor y el verano debido, supongo, al género que trata.


Leí la trilogía de Larsson un verano que por muchas razones no olvidaré. Fue, además, uno de los veranos más calurosos de los últimos años en Madrid y sin duda estará para mí marcado por esa lectura fría, sobrecogedora. Pero a los realistas del XIX, casi sin excepción, prefiero leerlos en invierno, junto a la ventana desde la que veo llover o nevar. Si hay sol radiante prefiero abrigarme bien y leer al aire libre, y entonces el Retiro es el lugar perfecto para seguir las aventuras y desventuras el universo interior de mis heroínas Fortunata, Ana Ozores o Emma, tan fuertes y débiles a un tiempo como yo misma.


Ayer comencé –por fin– Guerra y paz, un clásico que llevaba tiempo en la estantería de los pendientes esperando su turno. Fue un regalo y deseaba hacer honor al hecho de que lo fuera. Intento leer antes los libros que me regalan que los comprados por mí, pues me gusta comentar lo antes posible con el amigo que me lo regaló el acierto o desconcierto de su elección. Las primeras páginas de Tolstói me confirman que he elegido bien, que este es el momento y no habré de aparcar de nuevo la novela, dejarla en reclusión con el resto de sus compañeros que esperan ser leídos, pues para eso nacieron.


Los hay más sabios –son los de segunda mano– que tranquilizan a los nuevos, a los que vienen directamente de las tiendas, de las librerías, impacientes por ser abiertos y olidos y por fin comenzados. Llegará, si no ahora, en la estación adecuada, el momento de hacerlos crujir al abrirlos y estremecerlos.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Los momentos solo míos

Me he despertado temprano y he aprovechado para desayunar en el más absoluto silencio que solo se da una mañana de domingo o una de pleno agosto con puente por medio. Lo bueno de vivir en el centro de una gran ciudad es que los sonidos te indican el día que es, diría casi la hora. A veces, en la cama, medio despierta aún, oigo el ladrido familiar de un perro al que sé suelen bajar al parque que hay debajo de mi casa a las 8:30. En ocasiones, el vecino empieza a toser y aunque las paredes son finas lo oigo bien porque tiene una tos de enfermedad inconfundible que le hace sufrir por la mañana.

Todos los sonidos me van indicando en qué momento del día estoy. El silencio de esta mañana auguraba una hora temprana que me ha permitido estar conmigo a solas, más de lo habitual, pues en cuanto empiece el ritmo dominguero de mover muebles en limpiezas generales en las casas y las radios de mis vecinos se enciendan, yo ya habré de estar en el mundo y hacer algo más útil que leer plácidamente con un segundo café o mirar por la ventana mientras pienso en el próximo capítulo de la novela que estoy escribiendo.

Los sonidos, como la luz, te obligan a un tipo de actividad, te van llevando a donde quieren que vayas y no puedes apartarte fácilmente. Es por eso tan agradable estar despierto de madrugada un lunes cuando todos están durmiendo sabiendo que al día siguiente no has de ir a trabajar y nada te obliga a acostarte ya. O bien pasear temprano por las calles recién regadas cuando todos duermen y solo tú produces el sonido de pisadas que llena la acera. Son los momentos realmente propios. El resto, todo lo que hacemos, forma parte de un guión en el que se cruzan muchos extras aparte de ti, el protagonista, y en el que los sonidos de todos marcan una melodía muy concreta y un ritmo difícil de romper, pero se puede.

Oigo al perro de las 9:30 ladrando en el parque y la vecina de arriba ha empezado a barrer, el sonido de la escoba inconfundible en mi techo. Es hora de entrar en el mundo, no hay quien me libre, al escenario.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Lo mismo pero distinto

Guardados los ventiladores, recogido el edredón nórdico de la tintorería y hecho el cambio de ropa en el armario -lo más aburrido de todo- estamos preparados ya para lo que se nos avecina, que siempre es variado por lo diferente. Una época en la que parecen concentrarse todas las cosas importantes, que aúnan sus fuerzas para ocurrir al mismo tiempo.

Hay planes: fiestas privadas, inauguraciones de casas o restaurantes, novedades editoriales que hay que adquirir como sea, ver la exposición que ha montado un gran amigo y a la que aún no has podido ir -Un viaje al cine español: 25 años de los Premios Goya en el centro de arte del teatro Fernán Gómez, ahí va el dato-. Y entre las responsabilidades, el ocio y lo que sabe Dios llegará añadidas unas elecciones generales al cotarro, se presenta un otoño de cambios: de gobierno, de actitud vital, de recortes. Y con los cambios llegan los buenos propósitos, quizá no tan sentimentales como los de Año Nuevo.

A partir de septiembre los planes suelen ir más encaminados a iniciar o reanudar actividades, a cambiar de imagen, a replantearse el ocio y el descanso. En el año nuevo hay más fuerza en lo deseado -como si algo mágico pudiera ayudarte a impulsar el deseo-, repasamos el año emocional que hemos vivido, hablamos con nuestra pareja si la tenemos y si no, la buscamos, no hay lugar, digamos, para la resignación sino para la acción.

Septiembre y los tres meses siguientes -noviembre ya, cómo pasa el tiempo- es un periodo de cambio obligado tras el desajuste del verano, en el que nos hemos saltado la rutina. Volver a la rutina lleva exactamente ese tiempo, tres meses, y la vuelta con algunos cambios aquí y allá es mucho más entretenida. Además forma parte del animal de ciudad introducir detalles en el día a día, no siempre trascendentales, también estéticos, o quizá más radicales para que un año tras otro no parezca el mismo y la novedad nos dé cierto consuelo. Y sintamos ser otros aunque seamos los mismos.

viernes, 4 de noviembre de 2011

En primera persona

Arranca la campaña electoral -una más- con un PSOE peleón que me gusta. En la foto del candidato quitaría, sin embargo, el puñito político, ese de la vehemencia clásica con el que se apoya el que se dedica a esos menesteres de hablar al resto. Tiene poco de firmeza y seguridad, acorde al pelear del lema electoral, yo lo quitaría. El PP, siempre más pusilánime y temeroso de salirse de lo clásico, se presenta con sonrisa burguesa de todo irá bien, confía en mí y hazme caso, que siempre da mucho miedo cuando viene de un señor así, un poco de toma niña, caramelos. Huidiza la mirada, la sonrisa de babas que cuando habla ha de sorber para que no le goteen boca abajo, quizá tan lenguaraz que el miembro no le quepa en la boca con holgura -que nadie piense mal-, demasiado llena para expresarse con claridad, el sonido de saliva sin tragar acompañando cada frase.

Una vez más habremos de escuchar los tópicos de las promesas y de las mentiras, esta vez mucho mayores debido a la crisis. Me consuela la posibilidad de que haya quizá una caída del bipartidismo gracias al impulso del 15 M y a que IU haga una buena campaña -aún no he visto sus reclamos de cartel-. No quiero hacer un análisis político en este espacio mío analizando a cada uno de los candidatos. De hecho, me encantaría tener datos suficientes para hacerlo de ellos como personas, que es lo que me importa, porque al fin es lo que cuenta y nos interesa a todos. Desgraciadamente, no sé tanto sobre sus vidas y sus costumbres aunque deduzco que se parecen bastante, salvando las distancias. Ahora bien, ¿y las experiencias?

Me pregunto, por ejemplo, si Rajoy habrá viajado en metro alguna vez -ojo, sin causa oficial ni por inauguraciones varias-, si sabrá que existe el metrobús, de cuya existencia otros del PP han dudado -increíble pero cierto-, si tendrá idea de lo que es ser mileurista soltero en una ciudad como Madrid, si sabrá lo que el arte y la cultura alimentan el espíritu, si es consciente del daño de la privatización de servicios públicos básicos como la educación y la salud -dos partes de lo mismo, en definitiva-. Son preguntas sin respuesta, experiencias que me gustaría que mi candidato favorito para votar en unas elecciones generales tuviera.

La experiencia, para escribir y para gobernar, es fundamental. Sin ella lo que resulta es falso, forzado, poco verosímil y aunque te esfuerces te acaban pillando. ¿Cómo hablar del amor si no se ha vivido? ¿Cómo ponerse en el lugar del ciudadano de a pie si nunca se ha ido a pie por la vida y son los coches caros y oficiales o solo caros donde se ha viajado y se ha movido uno por el mundo? Es útil ponerse en el lugar del otro para emprender determinadas acciones -no todo se puede vivir en primera persona-, para entender y para detectar problemas y actuar con soluciones, pero querer saberlo todo de todos y del mundo de repente es muy difícil. Y eso cuando se quiere saber, que a veces ni siquiera, y hacen como que te escuchan cuando en realidad no hay nadie al otro lado, solo unas fotos muy poco verosímiles y nada de fiar.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Un poco borroso

Es frecuente que me pregunten cómo después de estar leyendo todo el día en mi trabajo –leyendo y corrigiendo– soy capaz de seguir leyendo al salir: en el metro, en casa, en los descansos de mediodía. Y hay días en los que, efectivamente, no apetece continuar con la actividad una vez se han terminado las lecturas obligadas, y no lo hago entonces, dejo que la mente y los ojos descansen.


Hay otros días muy duros en los que leo mucho en pantalla, más que en papel, y entonces se me queda la mirada borrosa, e incluso al levantarme al día siguiente, después de haber dormido, como hoy, la mirada lectora tarda en recuperarse. Los ojos, mi herramienta de trabajo, se van gastando y hay que cuidarlos. La mayoría de los días, sin embargo, al salir de trabajar sigo leyendo porque es muy diferente leer textos técnicos o sobre un tema especializado que desconoces y no interesa a leer lo que te gusta, del mismo modo que no es lo mismo comer cualquier cosa para quitarte el hambre rápidamente a comer con hambre lo que te encanta.


Con la escritura pasa algo parecido. Fue Flaubert, creo, el que dijo que no conocía ningún tipo de inspiración que fuera capaz de resistir diez horas de trabajo de corrección. Y es que pulir lo que los demás han escrito –incluso lo de uno mismo, aunque al igual que con la lectura elegida, no te cueste tanto hacerlo– requiere de una paciencia y una técnica de trabajo que poco tienen que ver con el acto inspirador maravilloso que hace que el tiempo vuele. Lo bueno del trabajo de corrector es que te prepara, te hace ganar fuerza y fondo para acometer carreras mayores, como un trabajo creativo propio que va a haber que corregir también antes o después. Al final, todo es práctica y entrenamiento, y todo está, asimismo, relacionado, más de lo que me gustaría, a veces.


Leer, corregir y escribir son partes de algo mucho más grande que ocupa una vida y te deja exhausto. El trabajo diario me entrena para el ocio, para coger con ganas un nuevo texto que leer o para escribir unas pocas líneas para este espacio, y eso llena y es la vida aunque acabes viendo borroso.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Huele mal y nadie me habla

Sin ánimo de convencer a nadie aunque si lo hago bienvenido sea, empiezo este otoño, por fin, a disfrutar de las ventajas del ex fumador que lleva un año sin probar bocado. No voy a hablar de que subo mejor las escaleras (que sí), de que mi casa, mi pelo y mi ropa ya no huelen a tabaco (que también), de que mi aliento es fresco y tampoco atufa (vale, también) porque esto, más que ventajas, son desventajas, ya que huelo lo de los demás, y esto, en parte, porque mi olfato se ha agudizado. Parece mentira pero hueles más cuando no fumas, supongo porque al fumar todo te huele a tabaco, incluido tú mismo y es muy difícil distinguir por encima de ese olor adictivo y maravilloso –cuando fumas lo es– qué otro pulula y está.


Así, el problema ahora es oler el tabaco de otros, no solo de sus alientos, de sus apestosas bocas, de su ropa, de su pelo, del ascensor que acaban de ocupar, sino también del que se desprende de los cigarrillos que con todo el derecho van fumando mientras caminan delante de ti por la calle. Cuando fumaba también me molestaba, aunque menos. Cuando uno está parado fumando el no fumador puede rodear el infecto humo pero si vas caminando por la calle es muy difícil evitarlo. Así, me encuentro este otoño no solo dando saltitos por las aceras para pillar las hojas de los árboles bien secas que suenen al ser pisadas sino también adelantando a los fumadores. Es bastante estresante.


Otra de las ventajas –a ver si esta sí– de no fumar en otoño y llevar un año sin hacerlo, –insisto, si no, no vale, porque los primeros meses tenía ansiedad, ahora ya no y se nota– es que no tengo que pasar frío fumando en la calle pero a cambio mis relaciones sociales han mermado. Me entero la última de los cotilleos de la oficina y ya no puedo desahogarme con mis compañeros sobre ese jefe tan joven y ya tan cabrón o sobre la cantidad de curro que tenemos últimamente o simplemente si irá llover durante la semana o el fin de semana. En fin, las cosillas que uno comenta y que rompen la rutina.


Me hace mucha gracia cuando leo sobre el aislamiento y la persecución a los que se somete a los fumadores, cuando somos en realidad los no fumadores los que estamos discriminados y ya nadie nos cuenta nada y lo olemos todo. Eso sí, podemos subir las escaleras sin esfuerzo.