Al borde de un verano que no llega y a punto de tirar la toalla en mi esfuerzo por intentar aprobar el Módulo 6 de Inglés en la Escuela Oficial de Idiomas, llego a un jueves raro después de un San Isidro de descanso y deporte.
Raro porque no hay sol que valga, llueve polen, y yo, que nunca había tenido alergia, empiezo a estornudar sin parar y parece que tuviera astillitas en los ojos. No dejo de beber agua para aclararme la garganta, que se me seca a cada instante. Entre estos esfuerzos por mantenerme sana frente a un aire insalubre las noticias continúan el ritmo de siempre. Malas, chungas, penosas, no hay grados cerrados, cada día añado un nuevo "estado" a lo que sucede, voy modificándolo ya que siguen sorprendiéndome las agresivas técnicas de este gobierno que nos desgobierna y nos inutiliza para hacernos formar parte de esa política retrógrada y obscena de la que me reiría si pudiera.
Pero esto es serio, no es para reírse. Dentro de poco habrá movilizaciones (entre todas las que ya ha habido) para que dejen de meterse en nuestras vidas, las de las mujeres, a través de telediarios y de espacios públicos, desde los púlpitos y las aceras. Habrá que, una vez más, explicarles a estos señores tan defensores de la vida a toda costa que la decisión de interrumpir un embarazo depende única y exclusivamente de la mujer que está embarazada. Les cuesta entenderlo, habrá que escribírselo, recitárselo, grabárselo. Mientras, siguen contraatacando desde los telediarios de la televisión pública con campañas anti-aborto, del sector más conservador del partido que gobierna, y con consejos de "rezos" a los santos para pedir trabajo los parados o recomendando normas para el "decoro" en la vestimenta de nuestras jóvenes, que van provocando -esto salió ayer, lo juro-.
Aleccionar, pretender "enseñar" una doctrina a través de un medio público es más propio de las dictaduras que de las democracias. No me extraña, tal y como se está sucediendo todo en este país que empieza a transformarse en tragedia -ojalá fuera tragicomedia, pero no tengo fuerzas-, pero no deja de alarmarme. ¿Qué será lo siguiente? No quiero imaginarlo.
La marea sube poco a poco y lentamente y muchos de los que empezaron a protestar, eufóricos en su derecho, se han agotado de gritar a una pared, a un muro que no responde. Hemos de seguir gritando, sin embargo. No lo cambiaremos todo -hay cosas que ya jamás serán las mismas-, pero otras sí podrán cambiarse y cambiarán, estoy segura, como la ley de desahucios, por ejemplo. Mucho o poco, hay que hacer que se perciba el malestar y no darnos por vencidos. Si no peleamos, acabaremos ahogados del modo más humillante, sin haber intentado nadar, movernos un poco, gritar, pedir ayuda, protestar, decir que esto no nos gusta.
Decir no es muy difícil y aprender a hacerlo requiere de libertad y de inteligencia. Digamos no y enseñemos a los más jóvenes a hacerlo con un porqué y con un fin.
jueves, 16 de mayo de 2013
lunes, 13 de mayo de 2013
BESITOS en mayúscula
BESITOS (con mayúsculas, que son más cariñosos). Así se despide mamá
en su último mensaje por correo electrónico, con esas siete letras más grandes. Y me quedo pensando en que, lejos de distanciarnos,
nos ha unido este tipo de tecnología a algunas personas con las que antes no
podíamos hablar con la fluidez y la frecuencia con la que deseábamos hacerlo.
Los mensajes enviados y recibidos van creando esa relación
que para muchos es un esfuerzo. La mayoría de las redes sociales más populares se
ocupan, precisamente por este motivo, de que tengamos que hacer muy poco más
que pulsar un “Me gusta” y añadir una carita sonriente de vez en cuando a breves comentarios para hacerlos más cercanos.
Mamá aún no sabe añadir iconitos (macaquitos, los llama
ella) a sus mensajes, ni falta que le hace. Estos ya están lo suficientemente
trabajados y humanizados y tienen la esencia de ella misma, esa que la hace
cercana, divertida e irónica.
Queda tan poco ya de esas conversaciones apasionantes que manteníamos
por teléfono con los que estaban lejos, o de esas cartas de varios folios que
pesaban antes de abrirlas y cargaban con mensajes maravillosos, con historias
cotidianas.
Pienso en 84, Charing
Cross Road, la deliciosa obrita de Helene Hanff, basada en la relación
epistolar entre una lectora norteamericana y un librero inglés después de la
Segunda Guerra Mundial, en plena posguerra. El intercambio durará veinte años,
suficiente para conocerse, respetarse y quererse de un modo cauteloso y
distante pero hermoso. El amor a la lectura, a los libros, al oficio de librero
que tan olvidado puede parecer ahora, protagonizan la historia.
De esta deliciosa obra que ejemplifica las relaciones
humanas del pasado y la comunicación epistolar parece que hubiera habido un
salto que intensifica las relaciones, pero no ha sido así. Se ha ampliado la
velocidad de comunicación y el número de personas que puedes conocer, y a las que tener acceso de ese modo campechano y poco profundo que caracteriza las amistades
en la red. Pero conocimiento verdadero del otro, intimidad, sinceridad,
palabras de consuelo, de eso ya queda poco.
La comunicación ha disminuido abriendo camino a la información banal, somera, que poco nos dice del otro. Por eso agradezco tanto las relaciones intensas que el correo electrónico me ha proporcionado. Con un par de amigos sigo escribiéndome como cuando nos mandábamos cartas, incluso en la frecuencia (no muy a menudo). No son mensajes largos pero son intensos y contienen los hechos de un amplio periodo de tiempo.
Pero la correspondencia más importante es la de mamá. Podemos ser sinceras y contárnoslo todo, desde las pequeñeces cotidianas más tontas hasta los pensamientos más profundos, esos que solo surgen cuando escribes y no, a lo mejor, mientras hablas frente a frente y te miras a los ojos. La escritura provoca reflexiones distintas, es una manera de verbalizar en silencio, de confesar lo más oculto de uno mismo.
Esos BESITOS gigantes y mayúsculos son hoy el motor de mi día luminoso porque lo dicen todo. Ahora sé que cuando aparezcan después de un mensaje de mamá significará más cariño, cada vez más grande, como el mío.
La comunicación ha disminuido abriendo camino a la información banal, somera, que poco nos dice del otro. Por eso agradezco tanto las relaciones intensas que el correo electrónico me ha proporcionado. Con un par de amigos sigo escribiéndome como cuando nos mandábamos cartas, incluso en la frecuencia (no muy a menudo). No son mensajes largos pero son intensos y contienen los hechos de un amplio periodo de tiempo.
Pero la correspondencia más importante es la de mamá. Podemos ser sinceras y contárnoslo todo, desde las pequeñeces cotidianas más tontas hasta los pensamientos más profundos, esos que solo surgen cuando escribes y no, a lo mejor, mientras hablas frente a frente y te miras a los ojos. La escritura provoca reflexiones distintas, es una manera de verbalizar en silencio, de confesar lo más oculto de uno mismo.
Esos BESITOS gigantes y mayúsculos son hoy el motor de mi día luminoso porque lo dicen todo. Ahora sé que cuando aparezcan después de un mensaje de mamá significará más cariño, cada vez más grande, como el mío.
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