sábado, 26 de noviembre de 2011

Perdida

A veces la vida, como un terreno que pisamos y está por descubrir bajo nuestros pies, se empina y se alisa a cada paso, en cada tramo una forma de caminar y algo distinto con lo que encontrarse.

Hay momentos de piedras, de terreno pantanoso e incluso de ahogos en los que apenas podemos respirar para sacar la nariz del agua y continuar nadando. Volvemos a pisar liso y sin elevaciones ni altibajos y esto significa una buena racha, al menos estable, que no nos machaca pero tampoco nos sorprende.

Desde hace mucho quiero que me sorprendan y me encantaría sorprender pero últimamente mi terreno es liso, con piedras y empinado muchas veces: la cuesta abajo, sinónimo de felicidad, de cambios esperados, parece no querer llegar nunca y no sé cómo encontrarlo.

Me meto por caminitos que ya conozco, los bosques me dan miedo y evito adentrarme en la vegetación para no perderme, pero es quizá lo que necesitaría para darle la vuelta al recorrido y descubrir nuevos senderos que acaben en una cuesta abajo lisa y brillante para deslizarme sobre ella, si hay nieve con esquís, si no, corriendo, las zapatillas calzadas para batir mi récord, los minutos pasando veloces en el iPod, como yo, concentrada en la bajada, controlando las rodillas para que no se resientan demasiado. ¿Quién no prefiere un terreno menos firme y algo difícil de atravesar a la comodidad de caminar en la planicie?

Los terrenos que ya hemos pisado no deberían volver a pisarse. Cada día debería aparecer un nuevo camino que nos reconfortara, no creo que estemos aquí para repetir lo mismo uno y otro día, la monotonía instalada, la madurez y el aburrimiento implantados en la piel como chips de colapso del alma y de la vida y la alegría.

Hay días en los que no encuentro caminos que recorrer, ni siquiera los que ya pisé, y se me cae el mundo a los pies, diminuto, y no sé por dónde empezar a andar entre tanta oscuridad, cómo volver a casa.

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