domingo, 24 de mayo de 2015

Esperanza

Hacía tiempo que no se escuchaba hablar tan bien de un político. Bueno, es que en realidad no es un político. Es una persona, una herramienta, una manera de cambiar, lo que le faltaba a Madrid para avanzar y no quedarse en esta ciudad triste y oscura de zarzuela y toros en que la han convertido los fascistas del PP, gobierno corrupto y octogenario -en el peor sentido del término- que únicamente mira por qué se puede llevar y a costa de quién.

Doy mi paseo hasta el centro de mayores donde voy a votar y me encuentro pensando en esa frase de Esperanza Aguirre, esa de que el paro es como una beca para disfrutar de un año sabático. Me gustaría contarle a esta señora cómo es el paro. Ella, sentada en los toros, Manola ella, y yo contándole mi paro día a día, frustración tras frustración. Mis seis meses sabáticos hundiéndome en el pozo, mis seis meses sabáticos perdiendo la confianza en la vida, en mí misma, sin esperanza. Y sin ella, sin esa esperanza madrileña vomitiva, quiero seguir. La otra ya la he recuperado, poco a poco, aunque aún estoy en ello. Gracias a personas como Manuela Carmena o Ángel Gabilondo espero encontrar otro Madrid que se perdió, y es ya irrecuperable, pero que quizá ahora, después de tanto tiempo, pueda volver a tener color y luz y sea el escenario del trabajo y del progreso y no del paro y la tristeza del parado que arruina vidas y familias y nos hace tristes cuando no lo éramos. 

A por otro Madrid con Manuela, con Ángel y con los que creen en las personas y en su inteligencia, que no somos tontos.

sábado, 4 de abril de 2015

La fotografía de Garry Winogrand en la Fundación Mapfre de Madrid


Hay exposiciones, como la de Garry Winogrand en la Fundación Mapfre que se presenta estos días en Madrid, en las que uno se traslada a una época concreta, la del pintor o la del fotógrafo o artista, en parte porque la exposición está bien organizada y nos invita a sumergirnos en lo que fue la vida del autor, y en parte por voluntad del creador cuyas obras se exhiben, que parece estar no solo en cada una de las creaciones expuestas, sino también en ese momento único en el que se muestran sus momentos artísticamente más destacados, y que como visitantes podemos captar del mismo modo que si estuviéramos repasando la intimidad del artista.

Me doy cuenta de que ya lo conocía, de que lo vi este verano entre un buen número de fotógrafos en el Met de Nueva York porque hay algunas fotos inconfundibles como esa en en la que la luz me revela la cara inclinada de una mujer de los sesenta que podría ser de ahora, un mechón de pelo cayéndole sobre el rostro, la mano sujetando otro rebelde, caminando al tiempo que intenta evitar la luz directa en los ojos. Y ahí está Winogrand, contándome una historia común, captando, quizá, un momento anodino, que unido a tantos otros conforman la historia de América, de una parte importante, que va de los años cincuenta a los ochenta.

Es Nueva York, Manhattan, Coney Island, el ferry a Liberty Island, la calle, la gente, el centro de ese mundo que le interesó retratar. Al menos en la mayoría de las fotografías de los cincuenta, sesenta y setenta. A partir de ahí hay fotos de California, Dallas, Las Vegas, otra América en la que todos posan al modo más casual que puede un fotógrafo captar un gesto. Los movimientos no son pose y a veces lo parecen. Los rostros desencajados, el Morocco, el MoMA de fiesta, un muerto en el asfalto, un beso ente dos hombres, gente cruzando un semáforo. Un hombre inquietante mira a la cámara con un cigarrillo en la mano en la sala de un aeropuerto. No suelen mirar a Garry. No es el fotógrafo para el que posan, pero hay complicidad, parecen haber nacido para él, para formar parte de sus instantáneas. 

Murió a los 56 años dejando más de 250.000 fotografías sin revelar y tanto por decir. Su mirada, ahora, años después, nos mueve a otros a escribir, a volver a llenar páginas que teníamos olvidadas y compartir la visión de América. Me acerco con pasión a la etapa neoyorquina, veo una falda de los cincuenta volando al viento desde la azotea del Empire State, me veo curioseando e imaginando la vida bajo los párpados de cada ser solitario. Los legados no son solo las obras, son las intenciones y las miradas y los propios recuerdos. Me aprovecho y vivo de los suyos. Escribo estas líneas. Redescubro a Garry Winogrand.

lunes, 28 de julio de 2014

Los paisajes inolvidables de Le Corbusier

Los paisajes de Le Corbusier tienen esa especie de magia de los lugares futuristas imaginados por Bradbury u Orwell. Son paisajes de maqueta en los que entramos como en las casitas de muñecas, encontrando cada detalle delicioso, el verdecito en las azoteas diminutas, el coche pequeño aparcado en la puerta junto a personas de mentira, muñequitos sin ojos, que podríamos ser nosotros en otra vida.

Es muy curioso el contraste de la modernidad y la antigüedad tanto en los bocetos de sus futuras construcciones como en esas maquetas deliciosas en madera y metal pensadas hasta el último detalle, muebles incluidos, preciosos muebles de formas sinuosas que aún hoy asombran por su originalidad y su innovador diseño. Sus paisajes, modernos y minimalistas, se funden con los paisajes reales que rodeaban su obra y donde situaba sus construcciones. Da la sensación de que no se ha avanzado apenas desde entonces, pues este genio sentó las bases de las construcciones futuras que hoy tanto admiramos y tan contemporáneas nos parecen. En las obras pintadas en el papel vemos espacios reconocibles que podrían ser los de un nuevo proyecto en París, Nueva York o África. Solo reconocemos que son del pasado cuando distinguimos la antigüedad de los cochecitos pintados, pertenecientes a los años treinta, cuarenta o cincuenta del pasado siglo, repartidos aquí y allá, rodeando los edificios concebidos.


La exposición de Le Corbusier en el Caixa Forum, organizada por el MOMA de Nueva York, posee la magia de trasladarnos al pasado y es ideal para visitar en verano. Esa sensación de frescura y de amplitud, de líneas extrañas perdiéndose en el horizonte, llevan al mediterráneo, a la luz, a un paseo por lo imprescindible para ser feliz. Transmite serenidad. Es muy placentero el paseo entre estos diminutos trozos de realidad y entre los dibujos y pinturas que formaban parte de cada proyecto.

Los lugares visitados en la exposición no se olvidan, y de hecho pasa que uno desearía, ahora que llega la época estival, poder viajar a cada uno de los lugares en los que se encuentran esas obras vivas y verlas a tamaño natural. Bonito viaje pero casi imposible, pues Le Corbusier estuvo en África y en Rusia y en la India y construyó para todos, en muchos lugares dejó ese poso onírico e irreal que solo él pudo imaginar.


miércoles, 7 de mayo de 2014

Más que sombras

Seguimos a menudo los consejos de los que nos rodean. Seres vivos, amigos, gente cercana a la que pedimos opinión para un problema concreto o que nos la dan por propia iniciativa. Es más extraño tomar nota de las enseñanzas de un personaje o de las palabras que un autor indica que le hizo una figura importante en su vida.

Estos días releo la vida de Gabo en cómic que publicó Sins Entido, y me conmueve incluso la ilustración del coronel Márquez, sus palabras “en bocadillo” diciéndole a su nieto Gabito lo dura que es la vida y cómo hay que enfrentarse a ella sin miedo y con valentía. Qué aparentemente sencillo consejo, afirmación. Y no sé por qué, estos días que pienso en lo del miedo a la vida me viene bien un poco de esta energía pseudo literaria nada cercana en el fondo y sin embargo potente.



Está visto que las palabras llegan al corazón del modo más dispar y sorprendente, como escribía hace un par de días respecto a su poder como puñales. Pueden venirnos de un personaje de Hawks, de Woody Allen o del título de un cuadro (ocurre también, los hay ciertamente hermosos y clarividentes), ¿por qué no habrían de llegar de un personaje de cómic que a su vez fue una persona real que tuvo relación con el autor que amamos a través de sus libros? El coronel Márquez lleva a Gabo a conocer el hielo y este está caliente de tan frío. Y eso le marcó y le dio el tono para una novela que es la vida. La vida misma es Cien años de soledad y es un poco nuestra propia vida. La dificultad o la posibilidad de encontrar el tono adecuado para contar una historia literaria es como hacerlo para contar la vida de uno mismo. Cómo empezaríamos, qué destacaríamos, qué palabras y expresiones llenarían esa larga o corta experiencia en este mundo. Imagino el placer de García Márquez cuando sintió las palabras, una a una, saliendo de su interior, después de un crecimiento de años. Por fin afloraron y no pararon y entonces supo que su vida tenía un estilo y un sentido independientemente del interés que suscitara. Era propio y honesto lo escrito, y en eso radica el éxito de una creación. Vivir la vida con honestidad y sin miedo es básico ya no solo para ser felices, sino para tener la certeza de que fuimos, en nuestro paso por el mundo, algo más que una sombra.


miércoles, 16 de abril de 2014

La Lisboa de Irons

Coger un tren nocturno a Lisboa es otra de las cosas que me anoto para mi lista de qué hacer antes de morir. Pero me da igual si es diurno o nocturno. Preferiría, en realidad, que fuera de día para poder ver el paisaje, que tiene que ser increíble. Fue una de mis opciones para esta Semana Santa, llegué incluso a ver la lista de precios, pero la cantidad de horas me frenó y la cantidad de cosas que hacer en estos días de relajación y descanso también. 

A Lisboa le debo una atención plena, un viaje intenso para absorberlo todo -de nuevo-, como en mi última visita hace ya dieciocho años. Lisboa me evoca amor y pasión y un momento de mi vida muy feliz. Como en la obra de Mercier, Tren nocturno a Lisboa, que no he leído pero cuya adaptación cinematográfica he visto esta noche extraña, medio vacío Madrid, hago mía la sensación de que volver a un lugar en el que se estuvo es volver a encontrarnos, o querer saber quiénes éramos entonces y quiénes somos ahora. Quizá por ello casi nunca repito lugares, ciudades ni geografías. Prefiero las novedades. Ser la nueva que soy en lugares que desconozco y que no me hagan rememorar lo que fui, yo, que antes adoraba la nostalgia y me recreaba en los años pasados. Todos cambiamos. También en estas cosas, pequeñas pero fundamentales.


La película no es excepcional, pero me ha abierto el apetito para leer el libro de Mercier, que publicó El Aleph hace ya algunos años. Imagino el tono y el estilo, y aunque la trama me parece atractiva, creo que flojea precisamente en la credibilidad y la profundidad de los personajes. De hecho, hasta que no lea el libro no sabré si el vacío que me provoca el personaje de Amadeus, al fin y al cabo el protagonista de las palabras que a todos enloquecen y envuelven y por las que un profesor de latín en Suiza abandona sus obligaciones y se sube a un tren que lo llevará a Lisboa, es el del personaje de Mercier.

Esas palabras que un narrador nos leerá a lo largo de la película son lo mejor. Porque ellas sí son inteligentes, sagaces, únicas y no sé si porque la acción transcurre en una de las ciudades que más amo, Lisboa, pero me lleva a las reflexiones únicas de Pessoa en su Libro del desasosiego, esa recopilación maravillosa de sí mismo que aún me debo tras perderlo en un préstamo que nunca debí hacer.

La película me ha provocado estas íntimas confesiones porque es una obra que lleva a la reflexión y a la expresión de uno mismo, a la búsqueda de un lenguaje y de una explicación. En esas reflexiones de otros, las del escritor Amadeu do Prado, de cuyo librito se extraen las citas del narrador cuya voz nos acompaña, me siento retratada quizá en este momento de la vida en el que uno mira hacia atrás y piensa "por qué elegí este camino y no aquel otro", "qué hubiera sido de mí si...". Y no me lo pregunto  con nostalgia, no, ni mucho menos, solo con la curiosidad que da el haber vivido ya una parte importante del camino.

Ved la película, da que pensar a los espíritus inquietos, y Jeremy Irons, a pesar de la edad, sigue siendo adorable y atractivo, quizá ahora más amigo que amante pero atractivo. Buen viaje.

martes, 19 de noviembre de 2013

Volver a habitar y que no apeste

La basura siempre ha sido cosa de pobres. Olvidad las metáforas. La basura de verdad, el desperdicio auténtico, la mierda, vamos, es de los pobres. La otra basura está en todos lados y huele fatal. España apesta nada más llegar a ella. Y once días de huelga de barrenderos da que pensar.

Mi barrio aún no está limpio y las hojas mojadas, mezcladas con cacas de perro, siguen siendo una pista de patinaje, escenario  para el peor de los accidentes. Pienso en la gente mayor sobre todo, en el peligro que corren al salir a la calle y dar su paseo diario. Los viejillos de mi barrio, y supongo que no son los únicos, aún tienen que tener cuidado por dónde pisan. Y es que el Ayuntamiento ha comenzado a limpiar Madrid, tras la huelga, por el centro y las calles bonitas y visibles, faltaría más, qué van a pensar sus votantes y los turistas que se dejan la pasta en la ciudad infecta.

Los barrios como el mío, sin embargo, aún hoy rebosan basura, como el Ayuntamiento delante del que paso a diario y que durante la huelga de estos últimos días ha estado acordonado, protegido por vallas azules, como la sede del PP y el Congreso. A esta derecha le da miedo el pueblo, y no me extraña, tanta basura cansa.

La basura acorralada, sin embargo, sigue oliendo. Creo que va a ser difícil eliminar esta peste del todo. Y de hecho, probablemente Madrid tenga ya un olor nauseabundo para siempre. Cuando un espacio se contamina tanto, es difícil dejarlo limpio de nuevo, como quitarse uno de dentro tanta decepción acumulada, tanto asco. Pero hay que intentarlo y volver a hacer esta ciudad habitable y respirable en muchos sentidos –ahora sí, metaforicemos-.

 Aún se puede. Quizá no hoy ni mañana, ni siquiera el próximo año, pero quiero pensar que en unos años más esto será distinto gracias a los que lo habitamos y nos esforzamos en cambiarlo cada día.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Correr en Berlín

Hoy he corrido en Berlín. Los parques por aquí son sencillamente maravillosos. Este, en concreto, al suroeste de la ciudad, es uno de los más visitados de la zona, pero hay tantos que no te encuentras con aglomeraciones, como en Madrid. 

Es esta una ciudad plana pero una vez dentro del parque me encuentro con un par de cuestas nada desdeñables. Sigo corriendo a un buen ritmo. Hay una área en la que se encuentran gallinas, cerditos, que son la alegría de un grupo de niños chiquititos con sus padres. La campaña de la iglesia suena muy cerca. Parece que esté en un pueblo. La tierra está húmeda de la lluvia de anoche y hay zonas embarradas que tengo que evitar con cuidado. De repente llego a una extensión de césped enorme. Unos bancos rojos hacen que el contraste de colores otoñales en el paisaje sea más bonito aún. El sol me da en la cara pero no molesta. Calienta mi cara en este día especialmente frío debido al viento.

Regreso feliz. Estiro frente al cementerio. La iglesia hace sonar las campañas de nuevo. Me espera una ducha calentita y un café. Después, a recorrer la ciudad. Vamos a Potsdam.