lunes, 21 de noviembre de 2011

Rojo que te quiero, y verde

Dicen que las cosas no cambian de un día para otro pero hoy tengo la sensación de que es posible que sí y de que el cielo es menos azul que nunca –a pesar de los datos electorales–. Está nublado y hay nubes de tormenta, feas, de otoño anticuado de hace años, de vuelta atrás, de provincias, de burguesía babeante, de derechona, que me asquea.


Después de ver las imágenes de la sede del PP en la Calle Génova anoche tras los primeros resultados, solo faltaba ver a Rajoy bailar la Macarena o algo así de hilarante. Las banderas de España con y sin aguiluchos se mezclaban con las azulitas con gaviotas –muchas aves amenazantes, demasiadas– que enarbolaban niñas con excesivo maquillaje y faldas muy cortas aun siendo vírgenes –quizá no, ya sabes lo que dicen, las más golfas, las del colegio de monjas–.


Las cosas no cambian de un día para otro, sin embargo. Tenemos hoy lo que se ha ido cocinando en los últimos años, en los últimos meses. La impotencia de los ciudadanos ante la crisis ha hecho el resto. Así es la democracia, que me gusta y con la que me siento cómoda –tampoco he vivido otra cosa–. Pero hoy también una nueva izquierda se hace más fuerte –no todo iban a ser malas noticias–, un día en el que me debato entre la desesperanza y una alegría interna que me rebulle dentro y que me dice que somos muchos los que creemos en esta izquierda de verdad, en un grupo que nos representa a unos pocos que cada vez somos más. La vida no cambia de un momento a otro –¿o sí?– y estos resultados nos los hemos currado entre todos, y estoy orgullosa de mis compañeros de equipo.


El día no es azul hoy, ni de coña, es rojo como nunca en los últimos años por aquí, rojo fuerte, rojo de verdad con algo de verde, que te quiero también verde. No me decepciones.

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