viernes, 29 de marzo de 2013

La vida llena de sentido

La frase, oída hasta la saciedad, de que empezamos a apreciar algo cuando lo perdemos es perfecta para resumir Perfect sense, una película que llega a mí tardíamente, como cada vez sucederá más debido a los recortes. El seguimiento que hacía a menudo de lo estrenado en salas independientes me mantenía en contacto con un cine menos comercial, pero ahora ya no va a ser posible, así que mis referencias serán los compañeros piratas que me pasan películas en versión original subtitulada.

Veo la película porque me apetece disfrutar de Ewan McGregor, que creo no me ha decepcionado en ninguno de los papeles que ha protagonizado. Todo empieza suavemente y pronto aprecio cierta estética de videoclip y de documental a un tiempo. Da la impresión de que algunas imágenes han sido rescatadas de pedazos de otros documentales sobre países en los que la violencia se produce en las calles. Cuando aparece la pareja protagonista, ambos hermosos y perfectos, y la banda sonora los envuelve parece que estemos viendo la historia irreal de una canción, con esa plasticidad tan propia de los videoclips que sin embargo no puede dejar de fascinarnos. Y así sucede. No dejo de asombrarme hasta el final a pesar de algunos fallos en el guión, en la evolución de los personajes, sobre todo en los secundarios, quizá porque la historia avanza, junto a la epidemia que asola a la humanidad en la película, a pasos agigantados.

Tras un ataque de pena, de pérdida inevitable por lo que hicimos mal con los demás en el pasado, tras el arrepentimiento y el deseo de morir, llega la ausencia de sentido y la humanidad deja de oler. Enseguida se acostumbra a la pérdida del olfato, y a pesar de que ya nada es como antes, la vida sigue. Así comienza la película, al tiempo que se inicia una relación entre una epidemióloga, que está siguiendo la evolución de la extraña enfermedad, y un chef especializado en pescados de un elegante restaurante de Londres. La hermosa ciudad nos envuelve y es grato reconocer calles de la ciudad, su peculiar e inconfundible luz, su olor, a pesar de que en cuanto desaparece el sentido de los personajes también nosotros lo perdemos.

No voy a contar nada más. Vedla, sentid la película con cada uno de los sentidos que poseéis. Hay, sobre todo, una escena prodigiosa, única, que vale por toda la película, un ataque de hambre multitudinario que convierte a los personajes en seres vulnerables y animalizados y que nos conmueve profundamente. Ahí queda. Disfrutadla.

domingo, 17 de marzo de 2013

Why do you do?

Hoy es un buen día para escuchar a Sidonie, mientras veo caer la lluvia de la primavera que ya se huele en los días más largos y en la luz inconfundible de primera y última hora. El almendro de Atocha con Moyano está maravilloso este año.

No hace frío para correr, así que salgo bajo la lluvia. Los días de lluvia valen por dos en esto del "running", pero yo lo prefiero. No sufro, no protesto. Intento una nueva forma de correr y creo que funciona. Me relajo, corro, escucho a Sidonie en 180º de Radio 3 y me emociono tanto que al llegar a casa lo pongo en Spotify, donde los escucho de nuevo mientras escribo. Me quedo horas hechizada.

Desde mi nuevo portátil veo distinta la realidad. Aún no tengo el Mac tan deseado pero podré enamorarme de este, es cuestión de tiempo. La historia con mi nuevo PC es como la de un matrimonio concertado. Es un buen negocio, útil, una buena inversión, pero no hay amor aún. Surgirá. El amor verdadero quizá para dentro de otros cuatro años, ese Mac ligero que sin duda algún día tocarán mis dedos.

La mañana con Sidonie me anuncia tres días de fiesta e intimidad. Es suave el fin de semana en el que entro a pesar de la brutalidad de la semana. Llegas a estar con esos desconocidos como alimañas como en tu propia casa, y cuando realmente llegas a ella te parece imposible la paz y esa serenidad que solo los días de lluvia tienen.

Todo esto lo escribí ayer por la mañana. Hoy es domingo y saboreo un café (soluble, me quedé sin el habitual ayer) y ya no llueve pero lo ha hecho. Está siendo un fin de semana intenso de lecturas nuevas, de iniciativas, de ideas y de proyectos. El aprendizaje del inglés empieza a ser una realidad. Ayer tuve mi primera tarde de intercambio. Acudí al café que me recomendaron como uno de los más interesantes para hablar con otras personas en inglés. Fue un bonito primer capítulo de una serie, me sentí como un personaje de Cheers, quizá como Fraiser cuando llega por primera vez al bar. Bueno, estoy exagerando. Voy a contarlo bien.

Entré en el café-bar y estaba medio vacío. Junto a la puerta se veía una mesa con libros en inglés y a la izquierda una bonita estantería con más títulos. A la derecha y al fondo, la barra, donde un camarero fuerte de ojos claros y barba me saluda y me pregunta en inglés qué quiero tomar. Me siento en una de las sillas de la barra. Detrás de mí hay tres mesas bajas con sillas. En una de ellas, una pareja joven charla en inglés. Ella habla bastante bien. Al fondo, en la tercera mesa detrás de mí, una madre y su hijo leen una revista y un libro respectivamente. De vez en cuando se dicen algo en inglés. Son turistas porque al salir preguntan al camarero donde ir "de tapas".

La luz del local es bajita y la música que suena, muy buena. Por el acento del camarero, que habla con otro inglés acodado en un extremo de la barra, deduzco que es británico. A mi lado hay un chico enfrascado en la lectura en inglés de un libro de Stephen King. De vez en cuando subraya alguna palabra. Parece español. Me pregunto si será fácil entender a King en inglés. Le pregunto al camarero cuándo son los días de intercambio. Lo sé pero quiero confirmarlo, no estoy segura al cien por cien. Me dice lo que espero. Hoy sábado, precisamente, a partir de las 8, es uno de los días.

 Al ratillo, y mientras leo David Copperfield en inglés en mi ebook, entra una pareja con una niña pequeña. Piden brownies, muffins y cafés. Yo sigo con mi cerveza a un euro. Al cabo de unos veinte minutos se me acerca la chica que ha entrado con su hija y su marido y nos ponemos a hablar. "Así que de este modo funciona", pienso. Y me encanta. Me dice que es mexicana, que lleva cinco años en España. Está estudiando en la Carlos III una carrera de Empresariales pero necesita mejorar su inglés. Nos contamos las vidas -en inglés-. Habla mucho mejor que yo pero nos entendemos bien. Es simpática y divertida. Nos damos los teléfonos para otro día. Se va a otro extremo de la barra para hablar con el inglés amigo del camarero, al que entiendo muy bien.

Me doy la vuelta en el asiento y veo que el español que leía a King ha cerrado el libro y está hablando con un chico de aspecto inglés que me incluye inmediatamente en la conversación. El juego ahora es otro. El chico español (David) y  yo hablamos en inglés, mientras el inglés (de Manchester, profesor universitario de filología inglesa) habla español y se interesa mucho en que yo haya dado clases de español. Saca la lengua y me pregunta en qué parte del paladar tiene que ponerla para pronunciar correctamente "perro". Le sale algo así como "pego". Practicamos. Yo digo "perro" y él dice "pego", que después pasa a "pergo" y que acaba pareciéndose bastante a la doble erre española. Tengo una sensación de estar viviendo una historia surrealista que me encanta. Creo que nunca ha sido tan fácil entablar conversación en un bar con la gente sin estar borrachos todos.

Nos enfrascamos, pues, en una interesante conversación sobre idiomas y técnicas de estudio en España e Inglaterra. El inglés se va y me quedo con David, el español, que me enseña las herramientas que se ha bajado para aprender el idioma en el iPhone. Me anoto algunas que no conocía. Tiene más nivel que yo aunque no lleva demasiados años estudiando. Ahora está desesperado. Si no aprueba un examen internacional para trabajar en determinados países del sur de Arabia y de Australia no podrá trabajar. En breve lo echarán del colegio privado en el que enseña. Le falta inglés y el futuro de la enseñanza del idioma en este país es pésimo. Antes, por un horario nocturno ganaba 1.200  euros. Ahora, 600. No puede vivir con 600 euros Me da un par de direcciones más donde se puede hacer intercambio. Él va después a otro bar que está también por el centro. Pienso si animarme pero estoy ya cansada. Quedamos en vernos pronto, si no es en este café-bar en el otro del que me ha hablado. Nos anotamos los horarios con interés.

El local se ha llenado. En la parte del sótano, a la que bajo pues es donde están los baños, las paredes están forradas de estanterías que llegan hasta el techo de libros nuevos y de segunda mano en inglés a muy buen precio. También te dejan leer en el local, aunque creo que solo los de arriba. Aquí puedes quedarte horas, el sótano está vacío, huele a humedad y la luz es muy acogedora. Los ejemplares me miran mudos desde los estantes esperando a que los coja pero no saben que no los entenderé muy bien, y eso me da cierto reparo. Los admiro. Veo a Mankell, a Shakespeare y a Roth en uno de los rincones más oscuros, tentándome para que los ojee. Por hoy ha sido suficiente. Estoy cansada y llevo casi dos horas hablando en inglés. El fin de semana está siendo perfecto.

Have a good weekend!

viernes, 8 de marzo de 2013

HISTORIAS DE MUJERES


Séptima historia: Ella, esa mujer trabajadora


Seguro que aunque tuvierais un despertador era ella la que os levantaba o la que actuaba como esa segunda alarma que ahora te pones en el móvil por si te quedas dormido de nuevo después de que haya sonado la primera.

Era la que tenía la comida lista y la cena hecha cuando llegabas muerto de hambre del colegio o de la facultad (sí, ha estado en todos estos años haciéndote las cosas).

Si se te había olvidado hacer la cama, al llegar la tenías hecha y todas las cosas recogidas. (Gracias, mamá, qué poco lo aprecié entonces y cómo lo lamento ahora).

La ropa limpita y planchada, guardada en el armario siempre que lo abrías, y aún te quejabas a veces porque tal cosa estaba sin lavar aún. (Perdón, perdón).

Te ayudaba a estudiar, soportando tu perorata sobre historia o literatura. Gracias, mamá, especialmente, por el examen de literatura del XIX en 5º de carrera, aunque sé que disfrutaste cuando te hablé de Galdós y Clarín, y acabaste contándome detalles que desconocía sobre el primero y sobre el periodo histórico, tu debilidad.

Si un día hacía frío o llovía mucho, nos dejaba quedarnos en casa y no ir al colegio y nos llevaba con ella a desayunar fuera y después al Museo del Prado o al de Ciencias Naturales.

Si pasábamos por una librería, caía un libro seguro.

Si veía algo de ropa que me gustaba era probable que lo tuviera antes o después.

Cuando estaba enferma me arropaba y me cuidaba.

Trabajaba las 24 horas, porque incluso dormida resolvía los problemas para el día siguiente. No había descanso tras la jornada de 10 a 12 horas. Nunca.

Es tan modesta que cuando le anuncié que un día como hoy iba a escribir sobre ella me dijo: "ten cuidado con lo que dices, yo no soy distinta a las demás madres, todas somos así y las hay que son súper madres, las de la Plaza de Mayo, por poner un ejemplo...".

Y aunque ha tenido que soportar, junto a tantas mujeres de su generación, que las llamaran “amas de casa”, en su sentido más peyorativo, como si serlo no implicara trabajo y preocupación, más que la de cualquier empresario, su triunfo ha sido conseguir que tanto mis hermanos como yo fuéramos buenas personas, con educación, valores y realistas y que pudiéramos ganarnos la vida con lo que queríamos y nos gustaba.

Feliz Día de la Mujer Trabajadora.

jueves, 7 de marzo de 2013

HISTORIAS DE MUJERES


Sexta historia: La maestra


“Eran unos treinta. Me miraban inexpresivos, callados. En primera fila estaban los pequeños, sentados en el suelo. Detrás, en bancos con pupitres, los medianos. Y al fondo, de pie, los mayores. Treinta niños entre seis y catorce años, indicaba la lista que había encontrado sobre la mesa. Escuela unitaria, mixta, así rezaba mi destino. Yo les sonreí. Soy la nueva maestra, dije…”.

Es Gabriela la que cuenta la historia, su historia como maestra, que comienza a principios de los años 20 en una España rural en la que llevar la cultura a los lugares más recónditos de la Península no era una tarea sencilla. Hubo mujeres, como la protagonista de esta novela de Josefina Aldecoa, Historia de una maestra, que dedicaron su vida a la enseñanza. A transmitir esos primeros conocimientos básicos, para muchos los únicos, que marcarían sus vidas para siempre.

Gabriela enseñará a leer a niños y niñas por igual. Cuando llega la guerra todo cambia y comienzan los verdaderos problemas de discriminación. La de sus alumnas, la de ella misma por su condición de mujer y a pesar de la profesión eminentemente femenina para la época. En el desarrollo de su trabajo, sin embargo habrá de enfrentarse, como la propia Aldecoa, a la ignorancia de muchos de los padres, demasiado preocupados por ganarse el pan como para comprender el valor de la enseñanza, y la intromisión constante de la Iglesia.

Nosotros ya no la llamábamos maestra sino profe o seño, que era más común en mi infancia. De algunas aprendí mucho, muchísimo, y nunca se me olvidarán. Mariló, en 4º de EGB, mi primer año en el colegio monjil dirigido por un cura al que fui entre los 9 y los 13 años, me enseñó a leer de verdad, no solo  pronunciando una palabra detrás de la otra, que evidentemente ya hacía cuando llegué a ella, sino a apreciar la literatura, el teatro. Los viernes por la tarde representábamos obras en el sótano del colegio, un lugar mágico y maravilloso al que se llegaba a través de una especie de pasadizo de madera. Era el mejor momento de la semana, interpretar personajes, aprendernos los papeles…

Las madres-maestras de la infancia nos lo enseñaron todo. El personaje de la novela de Aldecoa enseña a los pequeños a comer y a las madres a alimentarlos. En la España más profunda, la de la intrahistoria, se agolpaban cuerpos vivos y mentes dormidas a las que había que enseñar a vivir, a disfrutar de lo que veían sin ver.  Y fueron esas valientes y esforzadas mujeres las que, viviendo a veces en unas condiciones pésimas, asumieron el trabajo con energía e ilusión:

“Los niños avanzaban, vibraban, aprendían. Y yo me sentía enardecida con los resultados de ese aprendizaje que era al mismo tiempo el mío. Nunca he vuelto a  sentir con mayor intensidad el valor de lo que estaba haciendo”.


miércoles, 6 de marzo de 2013

HISTORIAS DE MUJERES


Quinta historia: La española cuando besa…


Dicen que es que besa de verdad. Yo no sé besar de mentira, así que no entiendo muy bien esta letrilla chusca.

Sí sé que la española, cuando curra… curra bien. Y a pesar de eso gana menos que los hombres a lo largo de toda su vida independientemente de la formación que posea (cito textualmente). Un dato desalentador, sin duda. Por otro lado, entre los mejores países para tener hijos España está en el número 16. A la cabeza, Noruega. No está mal. Si me cuesta aprender inglés no quiero ni pensar en el noruego, pero dan ganas.

A China le ha salido el tiro por la culata, y en su obsesión porque sea el varón el que prime en la sociedad se están encontrando con jóvenes para los que es imposible encontrar una compañera con la que mantener una relación.

Entre los países del G-20, que reúne a las principales economías del mundo, el peor lugar para ser mujer es India. El mejor, Canadá. Y entre los 800 millones de personas analfabetas, la mayoría son mujeres y niñas. Resulta, como poco, llamativo que esos países se caractericen por su economía puntera sin que ello vaya unido a una inversión mayor en educación en la igualdad o en la alfabetización masiva de sus habitantes, sean hombres, mujeres o niños.

Las violaciones en grupo en la India ejemplifican de un modo espeluznante ese 40% de mujeres que a lo largo de su vida sufrirá algún tipo de abuso. Y hay más mujeres entre 15 y 44 años que mueren por la violencia que por la malaria, el SIDA, al cáncer, accidentes y la guerra juntos.
Podemos hablar de pandemia.

Aun así, desde los puestos de poder, la mayoría ocupados por hombres, se siguen suavizando los comentarios y las denuncias explícitas al machismo y acerca de los derechos por alcanzar de las mujeres. Es un tema incómodo, cansino, que no pueden obviar pero en el que tampoco les apetece meterse demasiado. Las cifras, los datos y los estudios están ahí, sin embargo.

Ni las discriminaciones ni los maltratos han cesado. En España, la incorporación de la mujer española al mercado laboral ha sido un paso, sin duda, pero ya va siendo hora de que los sueldos sean los mismos para todos si se están desempeñando las mismas funciones. Que no se permita la enseñanza sexista que separa a los niños de las niñas con el afán de educarlos en diferentes tareas. Que se endurezcan las penas para los maltratadores. Que se avance, y ya, en este mundo de hombres.

martes, 5 de marzo de 2013

HISTORIAS DE MUJERES

Cuarta historia: Las trece rosas


Eran niñas, apenas mujeres aún. La mitad, menores, pues la mayoría de edad estaba entonces en los 21 años. Sus nombres: Carmen, Martina, Blanca, Pilar, Julia, Adelina, Elena,Virtudes, Ana, Joaquina, Dionisia, Victoria, Luisa. Se las conocerá siempre por "las trece rosas".

"(...) ten presente que muero por persona honrada. (...) Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre de la historia". Esto le escribió Julia Conesa a su madre la noche del 4 de agosto, antes de su fusilamiento.

"Voy a morir con la cabeza alta. Sólo te pido que quieras a todos y que no guardes rencor a los que dieron muerte a tus padres, eso nunca". Es el hijo de Blanca Brisac el que recibe estas palabras. En el mismo día, con tan solo 11 años, mataron a su padre y a su madre. 

Las mujeres represaliadas tras la guerra eran torturadas y vejadas con placer por Franco, ya que eran el símbolo de la libertad y el coraje de las mujeres de la República que el nuevo régimen no podía tolerar. El odio hacia ellas era mayor que hacia los hombres, y en consecuencia lo era el castigo. Franco quería que las mujeres únicamente tuvieran que enfrentarse a las tareas del hogar y a satisfacer al esposo o al padre. El famoso "descanso del guerrero". Todos los derechos adquiridos desde el año 31 con la República, el verdadero momento de sufragio femenino en la historia de España, fueron fulminados al terminar la guerra.

La imagen que se tenía de la mujer luchadora, la de la miliciana que había portado un rifle durante la guerra, era constantemente denigrada por la prensa fascista. Así se describía en Arriba, el órgano de la Falange, a estas mujeres: "Odiaban a lo que ellas llamaban señoritas. Preferían bocadillos de sardinas y pimientos a chocolate con bizcochos. (...) Eran feas, bajas, patizambas, sin el gran tesoro de una vida interior, sin el refugio de la religión, se les apagó de repente la feminidad".

Con los asesinatos cobardes y violentos de las trece rosas, entre otras muchas ejecuciones, se quería poner fin al ímpetu de la juventud que simpatizaba con el gobierno legítimo anterior a la guerra y que bajo ningún concepto podía volver a germinar. Franco temía la asociación, la alianza de la izquierda en estos sectores fieles a la República. 

Ellas fueron las pioneras, las que creyeron en ideales y lucharon por ellos. Tras su muerte quedó, sin embargo, y a pesar del intento de la derecha de borrar los recuerdos, su memoria, sus palabras, su tragedia. Puede que, como escribió Blanca, no haya que guardar rencor, pero tampoco olvidar ni perdonar siquiera, quién podría hacerlo. Hay que saber para poder seguir. Saber que antes de la guerra había mujeres así, que no todas fueron como las mujeres educadas en el franquismo: conformistas, serviles, despolitizadas e ignorantes. Mujeres sumisas fáciles de manejar por el hombre como siervas para procrear y cuidar del hogar.

Las trece rosas fueron detenidas y encarceladas en Ventas, y en la tapia del cementerio de la Almudena fueron fusiladas sin poder despedirse de su hombres, a los que esperaban ver antes de la ejecución pero que fueron asesinados antes que ellas, ni de sus familiares. Y a estas mujeres les tocó morir solas el 5 de agosto de 1939, frágiles, como animales asustados a los que es fácil someter.

La guerra terminó y llegaron los oscuros años de la dictadura, que han marcado a las mujeres de muchas generaciones, incluida la mía. Somos producto de una educación oscura, retrógrada, anticuada, religiosa, agorera, en la que la mujer ha ido ganando derechos muy lentamente. No hemos disfrutado de los mismos privilegios que los hombres ni se nos atribuyen los mismos deberes. Las secuelas de las guerras son muchas y variadas y permanecen en la sociedad durante muchos años aunque los tiempos cambien y dé la sensación de que todo está logrado. Qué hubiera sido de nosotras si el golpe de estado hubiera fallado y hubiera continuado la República. Qué distintas las vidas de tantas mujeres, qué vivas estarían entonces. Aunque su nombre no se haya borrado ni se borre jamás de la historia.