Hoy es el fin de muchas cosas, no solo del mes de junio, que
se va con la sensación de haber iniciado el verano duramente.
En el solsticio
iniciado unas flores han muerto esta mañana en mi jarrón verde. Como buenas
azucenas, han querido acompañarme hasta su último suspiro porque querían
cumplir su función de alegrarme, de perfumar el ambiente casero caluroso. Lo
han hecho. De madrugada, en mitad de la corriente de dos ventanas, me han
traído a la cama el olor dulzón del que son portadoras y me han hecho el despertar
más dulce esta semana.
Hoy es el fin de los dolores de cabeza que me han tenido
martirizada estos últimos días, el fin de una etapa para muchas personas que
conozco y a las que quiero. Y aunque sé, con ellas, que todo irá bien en esta
nueva vida que empieza ya, en unas horas, hay cierta nostalgia en el ambiente a
pesar de ser verano. Pero hoy ha amanecido Madrid extrañamente tranquilo. A pesar de estar luminoso, el viento, cierto frescor, la ausencia de bochorno que
caracterizaba estos días atrás, están haciendo de la de hoy una mañana rara. No encuentro mejor adjetivo.
Hoy es el fin de ciertas tristezas y probablemente el comienzo de otras. Hoy es el día en que echan a volar los sueños perdidos y aparecen otros
dispuestos a instalarse en mi corazón. Hoy estoy cursi, pero es que el fin de
las cosas huele a azucenas dulzonas y te ahoga en llanto por dentro, lágrimas
secas que pugnan por salir pero que se quedan encerradas sin remedio, no hay
otra forma de expresarlo.