sábado, 30 de junio de 2012

Las pérdidas huelen a azucenas


Hoy es el fin de muchas cosas, no solo del mes de junio, que se va con la sensación de haber iniciado el verano duramente. 

En el solsticio iniciado unas flores han muerto esta mañana en mi jarrón verde. Como buenas azucenas, han querido acompañarme hasta su último suspiro porque querían cumplir su función de alegrarme, de perfumar el ambiente casero caluroso. Lo han hecho. De madrugada, en mitad de la corriente de dos ventanas, me han traído a la cama el olor dulzón del que son portadoras y me han hecho el despertar más dulce esta semana.

Hoy es el fin de los dolores de cabeza que me han tenido martirizada estos últimos días, el fin de una etapa para muchas personas que conozco y a las que quiero. Y aunque sé, con ellas, que todo irá bien en esta nueva vida que empieza ya, en unas horas, hay cierta nostalgia en el ambiente a pesar de ser verano. Pero hoy ha amanecido Madrid extrañamente tranquilo. A pesar de estar luminoso, el viento, cierto frescor, la ausencia de bochorno que caracterizaba estos días atrás, están haciendo de la de hoy una mañana rara. No encuentro mejor adjetivo.

Hoy es el fin de ciertas tristezas y probablemente el comienzo de otras. Hoy es el día en que echan a volar los sueños perdidos y aparecen otros dispuestos a instalarse en mi corazón. Hoy estoy cursi, pero es que el fin de las cosas huele a azucenas dulzonas y te ahoga en llanto por dentro, lágrimas secas que pugnan por salir pero que se quedan encerradas sin remedio, no hay otra forma de expresarlo.

domingo, 24 de junio de 2012

No cabemos


Me los encontré ya alguna vez en los ojos de otros y me resultaron tristes y amenazantes. A veces veía su reflejo al volver una esquina, al echarme la crema de por las mañanas y en el fondo del cansancio del final del día. Pero en todos los casos me pareció que nunca se atreverían a mostrarse en toda su forma ni en ponerse frente a mí y pedirme que me quedara con ellos. Nunca.

Hoy, sin embargo, están aquí, y como sucede con los prejuicios iniciales frente a lo desconocido, una vez vistos no son tan malos. Quizá la amenaza la había creado yo misma por la novedad que suponía tener algo diferente instalado en mi vida cuando ya me había acostumbrado a estar bien con lo que me rodeaba y conocía de la rutina diaria.

Se han sentado en el sofá rojo y se han comportado con decoro y educación, no tengo nada que reprocharles. Lo que sí echo en falta es que no hayan llegado con más alegría, los veo demasiado formales. Creo que irán cogiendo confianza, y a medida que nos conozcamos irán contándome más de ellos mismos y yo les daré la turra con mis obsesiones que hoy parecen ser un poco menos. Lo poco que los conozco, y ya me siento más segura. No todo lo nuevo ha de ser amenazante ni en sí mismo malo. Eso sí, son muchos, nada menos que cuarenta, y mi apartamento, pequeño. No sé qué va a pasar esta noche cuando tengamos que irnos todos a dormir, en el futón no cabemos…




miércoles, 20 de junio de 2012

De emociones y afectos


Me siguen preocupando los errores de los otros. Los míos los controlo, escucho en mi interior cómo mejorarlos y, en definitiva, intento eliminarlos.

La edad te da capacidad de reflexión y de rectificación, pensamiento y sosiego. Paz si uno logra vivir acorde a sus ideas y a su forma de ver el mundo. Mejor persona si además consigues ayudar en algo a los demás y, en consecuencia, ser más feliz.

Últimamente, no sé si por la edad, que nos hace también más observadores, veo lo que vulgarmente se conoce como “la paja en el ojo ajeno”, aunque quizá en este caso en el que estoy no sea exacta la expresión, pues implica un descuido de las “pajas” propias que yo no tengo. Veo las mías y las despejo para visualizar más claramente las de los demás, que entorpecen sus vistas y horizontes.

No comprendo cómo han podido engañarnos tanto, cómo hemos dejado que los errores de los demás nos hayan salpicado hasta el punto de que parezcan nuestros. Los países mediterráneos, los pobres de Europa, estamos de capa caída. Los griegos, los peor parados, cometen errores que son indudables pero además se les atribuyen los de una Europa mal planificada y con una moneda endeble tras la que no hay un respaldo, una unidad política.

España padece esos errores europeos de los países supuestamente más avanzados. ¿Tan malos somos, tan mal lo hemos hecho? Soy consciente de estos errores “latinos”, de la malicia, de la corrupción, de la “burbuja” inmobiliaria, pero tampoco entiendo por qué somos lo peores de la clase cuando supuestamente estábamos unidos para ayudarnos, no para pisarnos y echarnos fuera.

Veo mis errores, mis faltas leves y graves pero no creo merecer este castigo ni creo que lo merezca Grecia, cuyos ciudadanos, por cierto, trabajan más horas que los de Alemania. Cuando se está en el mismo equipo no castiga uno a su compañero, para eso está el grupo, para apoyarse y arropar. Quizá de emociones y afectos sabemos más por estas tierras que por esas frías y desangeladas de la otra Europa.

jueves, 14 de junio de 2012

Las portadillas que me dedicaste



La Feria del Libro que termina me ha dejado un buen sabor de boca. No pude ir hasta el penúltimo día, pero he podido moverme, como en un paseo marítimo sin mar de fondo, entre rostros conocidos y sus obras.

Adoro las letras de esos rostros con nombre y apellidos a los que a veces no asocio con lo leído, esas pocas palabras que dejan señal en  las portadillas de mis libros –nunca, jamás, han de dedicarse los libros en las guardas, es de mal gusto y feo, abrir el libro y encontrarte las palabras tan pronto–. Ojeo entre los volúmenes que poseo y releo de vez en cuando cómo se expresan mis muy queridos autores favoritos, qué parte de sí mismos asoma en sus trazos.

La letra de Marías es hermosa y compleja, apretada aunque con algún respiro a ratos y pequeña. La última dedicatoria que poseo, la de esta Feria, de Luis Alberto de Cuenca, no es bonita pero tiene una A capital que me deja  hipnotizada. Diría que es Z, pero indudablemente se trata de una A. Recuerdo la firma, también reciente, de Manuel Rivas, el dibujo de la herradura hecho con pluma y elegancia.

Los hay apasionados y descuidados, los que salen del paso y los que se esfuerzan. Pero entre todos han hecho que mis libros estuvieran más vivos, si cabe, y los han convertido en objetos aún más valiosos para mí. Recuerdo los momentos pasados, los días en que me los dedicaron, cuando leo esas pocas palabras, un “Para Elsa” únicamente muchas veces, tan especial en boca –o pluma– de tu autor favorito.

Alejados del anonimato y de la contención, en la Feria del Libro se lucen los pobres escritores como representantes de sus letras sin quererlo, obligados la mayoría de las veces por editores y librerías (que quieren aumentar así la venta de ejemplares) a estar ahí parados durante horas, haga calor o mucho calor, casi nunca fresco en estas fechas. Qué es del escritor sin cierto anonimato, sin embargo… Veo estos días la película Anonymous, que trata de indagar a través de un brillante guión, original y verosímil, quién se escondía detrás de Shakespeare, quién escribió esas obras, quién las firmó.

Imagino una Feria con rostros agraciados y caras sonrientes en nombre de autores reacios a aparecer en público o poco hermosos físicamente. Serían sus representantes para no tener que aparecer ellos mismos, feos o callados, maniáticos o poco afables, tal vez.

No es la televisión, pero es espectáculo. No puedes escribir una obra que agite las conciencias e intentar ser anónimo, aunque algunos, como Salinger, sí lo consiguieron.

De poco vale que te ocultes, autor mío, porque esas portadillas que me dedicaste son ya mi tesoro, me da igual tu rostro o el tono de tu voz, eres lo impreso.

domingo, 10 de junio de 2012

Al rescate


Me gustan dos de las acepciones que para la palabra rescatar da la RAE. Una: “Liberar de un peligro, daño, trabajo, molestia, opresión”. Otra: “Recobrar el tiempo o la ocasión perdidos”.

Supongo que cuando alguien te libera de un peligro parecería raro que volvieras a caer en él, que de nuevo te expusieras, que te la jugaras, pues podría ser que no volvieras a ser rescatado. Recobrar el tiempo perdido, en la acepción de la RAE, es proustiano, evocador, e implica un ejercicio de inteligencia que pocos serían capaces de realizar antes de poner en práctica otro tipo de acciones que los llevaran a rumbos diferentes, a enmendar sus errores. Pero quién no ha tenido segundas oportunidades y ha vuelto a cagarla, -perdón por el término utilizado, pero no se me ocurre uno mejor-.

Si la cagamos los que pensamos y tenemos una educación moral y una ética, qué no harán los inmorales, los que hacen firmar con la huella a analfabetos para ganar beneficios, los que juegan con los ahorros de toda una vida de las personas, los que animan a comprar y a poseer a aquellos que nunca soñaron siquiera con estar en este lado del mundo, en el de los primeros.

Qué paso, de tercero a primero. Ese sí que es rescate y sin embargo pronto se convierte en pesadilla, y esa propiedad, ese espacio que parecía ya era tuyo es de pronto de nadie y los que te engañaron son rescatados para que puedan seguir engañando, porque a estas alturas nadie cree que si a un ambicioso y trapisonda le das más dinero para que se recupere vaya a aprender y decir, “Venga, va, ahora voy a hacerlo bien”. Y la culpa no será suya sino nuestra por tontos, por volver a confiar en quien no debemos, por rescatar a los que no merecen ser rescatados y más valdría haber dejado morir, ahogados por su propio error.

Eso sí, los que habían pasado a primera, vuelven a tercera: muchos, a sus países de origen. En el primero, pero como ciudadanos de tercera, se quedan unos pocos, más analfabetos que antes y sin derecho a curarse las heridas. Eso sí, aún podrán firmar con el dedo.

viernes, 1 de junio de 2012

La extraña familia

El parque es grande, profundo, pareciera que no tuviese fin. El aspecto sombrío de algunos rincones le da carácter pero hace estremecer las conciencias si te quedas demasiado tiempo parado.

Es un parque para pasear e ir dejando los problemas a los lados. Los gatos que llenan el parque a veces se quedan mirando un rincón fijamente, y si te asomas a ver qué han visto, puedes encontrarte con las cosas más insólitas, como una hipoteca sin pagar, un marido y unos hijos, un abuelo perdido que da vueltas sobre sí mismo desconcertado.

Los caminantes del parque dejan en los rincones parte de ellos mismos aunque no lo sepan. Qué hay más nuestro que nuestros fantasmas. Los problemas en el parque parecen tomar vida propia y no querer irse, y así, conviven en discreta armonía.

Cuando se acercan los pasos de un caminante nuevo, todos se paran a escuchar, a la espera de que el recién llegado les acompañe en sus largos días, como los de los gatos. Y es este el modo en que llega un nuevo miembro a la extraña familia.

El parque en el que viven los problemas compensa el sobresalto de sostener esta carga con una vegetación esplendorosa que le deja respirar. Al llegar la primavera, cuando atravieso el parque, aspiro el olor a humedad que ha quedado pegado a las hojas en el reciente otoño, y escucho a los pájaros desde temprano piando desesperados por encontrar su lugar en el mundo.

Los veranos en el parque hay muchos más problemas juntos que durante todo el año. La gente aprovecha el buen tiempo para salir y caminar, para dejar arrinconado lo que no pueden cargar en sus conciencias.

Ayer por la mañana dejé bien escondidos tras unos setos los asuntos que me entorpecían, pero al regresar de vuelta por el mismo camino, a la caída de la tarde, me dio pena su indefensión y me los llevé de nuevo a casa. Al fin y al cabo me pertenecen, llevamos juntos bastante tiempo, somos una especie de familia. Y además, no creo que pudieran sobrevivir sin mí.