Un momento veraniego es insólito porque sucede muy pocas
veces al año. Solo tres meses, cuatro como muchísimo, de ese calor luminoso en
el que las horas duran más de sesenta minutos.
Los momentos veraniegos son únicos como todo lo que
sucede pocas veces. La repetición mata la novedad y la pasión, el placer nunca
es el mismo cuando una y otra vez queremos hacer lo que nos emocionó un día
concreto.
Mi momento veraniego favorito es el de la siesta. Con el
mes de julio llega la jornada intensiva, que me lleva a casa de cabeza a
echarme en el sofá rojo, donde me dejo arrullar por el sonido del ventilador
grande.
El despertar me trae el deseo de dulce y la mala leche
inevitables, pero al vivir sola no molesto a nadie. Voy descalza al baño, me
mojo la cabeza e intento despertarme. En la cocina me recibe un calor sofocante
pues el sol pega a esa hora en el ventanal. Abro el congelador y cojo un Yolado, este año toca esto, en otros ha
habido Mini Magnum. Me lo como somnolienta con la tele muy baja y el salón en
penumbra hasta que me despierto del todo. Y entonces aún queda toda la tarde
por delante… Cuento las telarañas del techo, me pinto las uñas, juego a ver
caras en los objetos cotidianos, y así, los dos tornillos paralelos de un
enchufe son dos ojillos que me observan. Si salgo al balcón de mi cuarto miro
las nubes y escucho los pájaros. El cielo suele ser en Madrid azul intenso en
verano pero a veces hay bonitas nubes en las que imaginar hermosos rostros o
criaturas amenazantes. Todo es cuestión de imaginación. Qué cantidad de cosas
dependen de esta. La propia vida, los momentos veraniegos, no existirían sin
imaginación. Si hay algo peor que el aburrimiento son las personas que dicen
que se aburren, que no saben qué hacer con el tiempo libre deseado, las horas
muertas… Se me ocurren tantos momentos veraniegos que aconsejarles…
Después del balcón o en vez de ese momento puede haber
otro que este año estreno, y es el de las clases de natación durante el mes de
julio, en las que bailo en el agua y me machaco con pesas de corcho con una
profesora que no es la del resto del año y con compañeros de distintos grupos
que no conozco. La novedad es que hago el ejercicio sin estar cansada, sin acabar
de llegar agotada de un día de trabajo para meterme en agua helada a las nueve
de la noche. Son las 7:30. A las nueve estaré en casa dispuesta a organizar una
cena ligera para uno con velas encendidas mientras aún es de d o. Lastaón en las que hacemos en caer en la
segunda plas encendidas mientars a. A las nueve estar cansada, sina cabar os
rostroía, aunque desde que entramos en el solsticio de verano los días
empiezan a ser más cortos.
Echo de menos tener compañía. Me gustaría llegar a casa
y que me dieran un masaje y un besito en el cuello, comentar el día, darme una
ducha abrazada a otro cuerpo, tocar otros pies con los dedos de los míos,
despertarme al día siguiente con unos ojos hermosos dormidos a mi lado…
Soy capaz, gracias a la siesta también, de ponerme a
leer un libro después de cenar sin caer dormida en la segunda página. Disfruto al
Amis de London Fields entre futuras
imágenes de un Londres que me espera expectante este verano junto a mi mejor
amigo. Los momentos veraniegos tienen mucho de amor y compañía, no solo de
onanismo siestero y de abandono, para eso hay muchas noches de invierno.