miércoles, 21 de diciembre de 2011

Todos los tiempos pasados…

Y terminaría diciendo: “fueron peores”, no por uno concreto que odie especialmente o por atacar a una época en particular, solo porque es pasado. Comentaba Saramago que estamos hechos de pasado y que no podemos renunciar a él, pero mirando hacia delante, no recordando, añorando y lamentando lo perdido, añadiría yo.


No podemos estar recreándonos en lo que fuimos o divirtiéndonos o riéndonos con las estupideces y la tara mental que tenía la sociedad española en los años en los que transcurre la serie Cuéntame, por ejemplo, que insólitamente ha tenido tanto éxito.


No lo comprendo. Es como que te guste la Navidad, el “vuelve a casa vuelve”, las peladillas, los polvorones o los villancicos. Rancio, rancio, rancio. Así nos va. Aborrezco todo lo que es viejuno y trasnochado aunque puedo entender que para alguien resulte entrañable –un viejo, quizá–, esa nostalgia tan española de lo eminentemente español. Quizá afirma, da confianza –o eso parece–. En tiempos de crisis parecen volver con más fuerzas las tradiciones, como si la funesta economía pudiera taparse con un parche patriótico.


A mí me pasa al revés. Cuanto más me alejo del tópico y de las tradiciones, más cómoda e independiente me siento, más suelta, más persona, más solidaria, menos endogámica. No se puede vivir de lo chusco o pintoresco de un país sino de lo que es capaz de hacer y de cambiar incluso, de su proyección al futuro.

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