Dice Punset en uno de sus ensayos que no es lo contrario al amor el odio, sino el desprecio.
Aparentemente nadie te confesaría su desprecio por un ex o por su pareja, a la que ya no ama, pero sucede. Cuando se deja de amar, lo que era el otro se difumina hasta que cualquier cosa que haga es motivo de réplica, queja o crítica.
El desprecio no se da solo en el desamor sentimental entre parejas, sino en el desamor con los demás, conocidos o no. Despreciamos a los otros cuando hacen cosas distintas a las que haríamos, cuando hablan un idioma que no entendemos o que nos chirría, cuando se expresan en un tono distinto al nuestro, cuando no sonríen y a nosotros nos gusta la gente que sonríe, o al revés, cuando sonríen demasiado para la seriedad que deseamos de las personas a las que tratamos, la misma que tenemos nosotros cuando hablamos. También cuando alguien viste diferente o tiene el color de la piel más oscuro de los deseado, incluso si es muy claro, tipo albino, es raro y tampoco nos gusta. Cuando... lo que quieras.
Todo es motivo de crítica si nos empeñamos, sobre todo si nos empeñamos en ver las diferencia como algo negativo y no positivo, enriquecedor, complementario, que curiosamente es lo que nos lleva a amar precisamente a quien pensábamos que nunca amaríamos al ser tan diferente a nosotros. Son muchas veces las diferencias las que nos atraen y no las similitudes.
Hay tanto para despreciar en una persona como lo hay para amarla. Es cuestión de actitud y de intentar ser positivo. Y buena falta hace.
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