viernes, 16 de diciembre de 2011

Mis terrores favoritos

Aprecié el horror que encierra Las zapatillas rojas de Andersen durante la enfermedad. Entre la fiebre y la debilidad, en el cuarto del que fuera de mis abuelos, en la casa de Santiago en la que pasábamos las Navidades, me estremecía bajo las sábanas mientras los demás cenaban en el comedor. Oía los ruidos de las copas, las voces a lo lejos, y entonces apareció mi hermano mayor, al que pedí que me leyera Las zapatillas rojas de una edición de Alianza cuya portada mostraba una ilustración para La sombra, el cuento que daba título a la antología.

Aún oigo su voz leyendo con calma, sin prisas, entregado a la causa, tierno, entrañable, como siempre. Un consuelo el cuento y la lectura a pesar de lo terrible de la historia, que en aquel momento, seguramente, me iba a provocar más pesadillas que calma pero que no podía evitar leer y pedir que me leyeran, como en este caso, una y otra vez.

La pequeña Karen, una niña huérfana a la que adopta una gran señora, cae en la tentación de ponerse unos zapatos rojos para ir a la iglesia en vez de los negros y será castigada por su vanidad. Sus pies comienzan a bailar al golpe de suela de un viejo soldado que pide en la puerta del templo y entonces no parará de bailar, los pies moviéndose solos sin que ella pueda evitarlo, por campos y carreteras, baila que te baila, llenos de sangre ya y doloridos. Finalmente pide al soldado que se los corte y este lo hace encantado. Los pies se pierden en el bosque sin dejar de moverse, bailando dentro de los zapatos mientras Karen los ve alejarse, horrorizada. Expía así su vanidad y su coquetería. Este es, en resumen, el cuento que con diez años me conmocionó.

Fue también mi hermano el que me recomendó siendo yo aún muy niña El caso de Charles Dexter Ward, de Lovecraft. “Léelo seguido, sin pausas, ya verás”. Me encerré en el cuarto y así lo hice, nerviosa y emocionada. Nunca lo olvidaré. Desde entonces, Lovecraft pasó a ser uno de mis autores fetiche y convirtió la literatura de terror en una de mis favoritas, como lo era de mi hermano. Aún compartimos ese gusto por el miedo, las historias de terror y las lecturas en voz alta.

Ni Andersen ni Lovecraft eran autores para niños pequeños pero sin duda eran otros tiempos en los que los niños leíamos sin censura por edades lo que caía en nuestras manos. Eran tiempos en los que los niños leíamos, punto, y nos gustaba y teníamos hermanos mayores. Ahora no se lee igual y lo que leen los niños está expresamente elaborado para ellos por edad y condición, minuciosamente analizado el contenido. Además, ya es raro que haya hermanos, ni mayores ni pequeños, que les lean cuando están malitos, solo la soledad entre las sábanas del hijo único.

1 comentario:

  1. Creo que todos los que tenemos hermanos henos querido ser hijos únicos alguna vez.
    Ahora, con el tiempo realmente me parece un horror.

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