domingo, 11 de diciembre de 2011

Parados en el tiempo

España, 1937

Son pequeños, algunos tanto que ni siquiera lloran, no son conscientes de lo que se avecina. Se agarran a la mano de un hermano mayor que sí hace pucheros pero sabe que no debe, que ha de mantener la calma, que habrá de cuidar del pequeño que lo acompaña. Al lado hay una niña demasiado abrigada que tiene la cara llena de mocos secos, nadie se ha preocupado en limpiárselos. Más allá un niño se ha hecho pis y las piernas le escuecen. Llora desconsoladamente, harto de portarse bien, consciente del abandono de hace unas horas, ya no emocionado con la aventura que prometía ser de las buenas. Todos están cansados y echan de menos a sus padres, no quieren seguir jugando.

Moscú, 2011

Se sientan en torno a la mesa de juegos, los cuatro, imperturbables, como todas las tardes, hoy quizá algo pesarosos, preocupados, aunque esperan salir de esta. Empiezan a pasar las cartas pero uno comenta que ha de tomar la pastilla de la tensión. El compañero de la derecha aprovecha y va al lavabo, la próstata cada día peor, es más el dolor aunque no quiera reconocerlo. Aquel se queda solo, mirando por la ventana, y recuerda. Él debía tener unos siete años cuando sucedió pero lo ve como si fuera ayer, la memoria clara, quizá algo empañado el recuerdo por el paso del tiempo, pero qué más da, es su recuerdo. Rememora el olor de un nuevo país, ve las caras de sus padres desdibujadas, ellos sí, poco nítidos, su madre arrodillada, desecha en llanto. Ve las caras asustadas de los otros niños e imagina que así es la suya también. Ve el miedo, lo siente por primera vez en su vida, y le da más miedo aún ser consciente de él. Estaban solos, completamente solos en un país desconocido que los acoge de mala gana. Ahora ve que su compañero ha vuelto a la mesa tras tomarse las pastillas. Hablan de la pérdida, del desarraigo, que vuelven a sentir después de tantos años. El Centro no es rentable -cómo iba a serlo, un grupo de viejos recordando y compartiendo recuerdos también viejos-. Los “niños de la guerra”, ellos, qué ironía, casi no se tienen en pie de viejos, algunos, se reúnen en el Centro Español de Moscú porque es lo único que tienen, es donde están sus raíces y su historia, pero la subvención del gobierno español ha cesado y los van a desalojar, los desahuciarán en enero. Se miran impotentes entre ellos, quién habrá sacado el tema, ahora no, es casi de noche y está triste el día. Manuel, uno de los más habladores, tiene la mirada vidriosa y les anima a todos a seguir jugando, las cartas ya barajándose en sus manos. Se sientan pero están asustados, no piensan en el juego. Son de nuevo niños abandonados a su suerte, como cuando llegaron, allá por el año 37. Como niños, aún a veces se despiertan con pesadillas durante la noche y oyen las bombas de una guerra que los dejó parados en el tiempo.

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