viernes, 8 de noviembre de 2013

Y Berlín me esperaba

Volví. Pisé Berlín de nuevo hace dos días y es como si llevara un mes. 

Compras por el barrio, cocina en casa, fiesta, mucha fiesta... Berlín sigue siendo un disparate maravilloso. Todo es enorme, libre, loco. Aquí todo es posible o al menos es la sensación. Anoche conocimos gente de cinco nacionalidades diferentes en un pequeño club de moda. Mañana, de nuevo fiesta en una de las discotecas más famosas de la ciudad.

Reveo Mitte y me sobrecojo ante la puerta de Brandenburgo. La ciudad está muy bien iluminada al caer la noche, se pone acogedora. De cada casita, de cada rincón, parece salir un fueguecillo que invita a la charla. 

Sigue llamándome muchísimo la atención la tranquilidad de las aceras enormes, el casi nulo tráfico en el centro de la ciudad, los padres en sus bicicletas con dos criaturas enganchadas, las bolsas de la compra ¡y lloviendo! Se percibe esa ausencia de contaminación y el verde de cada esquina. Todas las placitas tienen un grupo de árboles frondosos y hierba muy crecida. Invariablemente, unos acogedores bancos de madera se distribuyen aquí y allá. Es una ciudad sin mucho ruido o griterío. Si entras en un club la cosa cambia. Amabilidad, buen rollo, buena música... Eso siempre.

Volver a Berlín era importante para mí. El calor de la amistad, las risas, la complicidad con los de aquí, la posibilidad de hablar con todo el mundo en inglés sin problemas hace que me resulte imaginable vivir entre esta gente especial. 


Mañana toca seguir perdiéndome entre las calles después de salir a correr por el parque junto al cementerio que tengo enfrente de casa. Ahora mismo hay un silencio delicioso. Oigo algún coche en la distancia. Escribo poco antes de caer rendida, ha sido un día agotador. 
(Ah, la foto es tomando el primer café de la mañana en la camita. Me cuidan bien por aquí).

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