domingo, 2 de junio de 2013

Ojalá

Esperando el verano empieza junio. Hay asomos de buen tiempo a las horas punta, pero el viento fresco echa al traste la esperanza de que el calor llegue para instalarse. Hablan de un verano polar con tormentas y temperaturas muy bajas. Me gustaría esconder la cabeza en una isla paradisíaca durante unos meses y volver a sacarla cuando llegue el otoño que, dicen, va a ser veraniego.

Me aturden las inestabilidades de todo tipo, las del tiempo ni te cuento. Así que estoy enfurruñada, cabreada, con pocas ganas de escribir, de ahí mis ausencias por aquí.

Esta semana, para desempañar malos humores, voy a ver un documental sobre Silvio Rodríguez, mi tan amado y escuchado hasta el agotamiento Silvio. Es emocionante ver a un montón de gente expectante, entre ellos Aute, mientras las imágenes se suceden, una excelente fotografía te sitúa en la isla y en el mundo Silvio y la voz de este, cantada y hablada (esta última poco escuchada hasta ahora), baña los setenta y dos minutos que dura el documental, que se hace corto.

El Silvio que yo tenía en mente era borde, de pocas palabras, endiosado, y resulta que me había equivocado. El que veo en Ojalá, -título del documental- es amable, soñador, comunicativo, con un gran sentido del humor. Vamos, que eso de que la primera impresión es lo que cuenta es falsa completamente en este caso.

A Silvio lo conozco desde muy niña, pues mis hermanos lo ponían en casa a menudo y sus letras estaban escritas en las paredes de nuestros cuartos a través de pósters, como los poemas de Neruda. Sus letras, que no entendía pero me parecían hermosas, me acompañaron hasta la edad adulta y ahí han seguido. Ahora sí las entiendo. Y entiendo que esos versos-poemas hayan sido aprendidos por todos los cubanos, que gritan en sus conciertos cada palabra como una sola voz. Son palabras ensoñadas que hablan de realidades pero también de escapes, de mundos mejores posibles, de hermosos amores correspondidos u olvidados.


Silvio ha sido y es un escape a la realidad para españoles, cubanos, ricos y pobres. Sus conciertos ocupan las calles de La Habana, los barrios más desfavorecidos, a donde va con la intención de desocupar las mentes de sus habitantes de realidad malsana durante unas horas y llenarlas de sueños y amor a raudales. Ese es el Silvio que se me escapaba, al que no conocía y del que ahora sé en un junio desapacible que me tiene encabronada. Me consuelo con, a mi parecer, el mejor de sus versos: "Los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan allí. Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar".




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