jueves, 13 de junio de 2013

Hay días así


Las casualidades que llenan un día cualquiera y rebasan el cupo se quedan en el corazón. Puedes tener una, dos, hasta tres coincidencias, pero cuando aumentan no hay más opción que conmoverse.

Coges un libro de la estantería y de su interior resbala una fotografía del abuelo, que buscabas hace tiempo y en la que pensaste esa misma mañana al levantarte, que dónde demonios estaría. Coges el metro y te adormeces incluso de pie, agarrado a la barra. Recuerdas cómo te sujetaba aquel chico cuando ibais juntos en el vagón y no había sitio para sentarse. Al llegar a la siguiente parada lo ves. Está mucho más viejo y piensas que qué bien no estar ya con él, el gesto tan adusto, no parece feliz.

Por la tarde ya, piensas en las lentejas de mamá y al llegar a casa te encuentras que ha dejado un táper para ti en la portería con una notita que dice ”No dejes de comer”, porque sabe que últimamente andas triste y cansada y se preocupa. Son lentejas, claro, con su cebolla y su zanahoria, como siempre.

Hasta aquí el día ya está cargado de coincidencias, bonitas o extrañas, quizá las dos cosas. A partir de ahí, todo lo que venga será mucho más raro, insólito y deslumbrante de lo habitual.

Estás en la cama y te gustaría que él llamara, que te contara qué día ha tenido después de tantos meses sin saber de su vida. Suena el teléfono (vibra, en realidad, no quieres que el sonido te altere a esas horas). Lo coges casi cuando ha colgado. “Solo quería decirte que…” Y el resto da lo mismo porque el hecho es que te ha llamado y te ha cambiado el día, y las coincidencias rebasaron su cupo y tú eres mucho más feliz y poderosa. 


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