jueves, 1 de agosto de 2013

Tardes con Carver


Las tardes de verano van pasando en la estación más luminosa, en la del tiempo detenido. Los turistas llenan Madrid y cada terraza es una risa, una fiesta, un “clic” de cámara, unas copas a media tarde, una cerveza al caer el sol.

Voy a un lugar abrasado por el sol en mi primer periodo vacacional veraniego. Me cuezo, me derrito y el campo es amarillo. Leo a Yourcenar en un texto que parece hecho para la estación, Fuegos. Bajo del tren. Llego a casa, deshago la mochila (el viaje ha sido corto), pongo una lavadora.

Duermo mal y no es por el calor, más bien al contrario. En mi bonita casa madrileña refresca de noche y te tienes que tapar. Las sábanas antiguas de algodón grueso casi crujen sobre mí. Son de ese algodón de antes que se bordaban después en el embozo. Me despierta ese fresco de madrugada que hace corriente.

Me remuevo en la cama tras la siesta una tarde de verano después de un día laboral de jornada intensiva. No se oye nada, es como si el mundo se hubiera acabado. A través de las persianas se cuelan puntitos de luz, formas pequeñas que produce el dibujo de mi persiana y se reflejan en la pared de mi dormitorio. Cierro los ojos de nuevo a pesar de acabar de despertar de una hora y media de sopor maravilloso, de ese sueño profundo que te lleva a no saber dónde estás ni qué hora es en realidad.


Me estiro y recuerdo que tengo un próximo viaje. Me pongo nerviosa de imaginarlo. El pensamiento, de hecho, me despeja completamente. Voy a la ducha, me quedo un rato bajo el agua. Con el pelo mojado, la piel aún húmeda, me tiro en la cama de nuevo, en esas sábanas gruesas pero frescas que me invitan a quedarme ahí para siempre. Las persianas están algo subidas, aunque no del todo –no quiero que la luz del sol que ciega me deslumbre en esta tarde de julio madrileño-. 

Cojo de la pila de libros junto a la cama un libro de poemas que lleva ahí desde hace más de un año porque lo leo lentamente, a ratos, en determinados momentos que invitan al abandono. Como además es una edición bilingüe, me gusta leer en voz alta, y en distintos tonos, con distintas entonaciones, las dos versiones, la española y la inglesa. Hoy leo: 

Durmiendo

Él  durmió sobre sus manos. 
Sobre una roca.
Sobre sus pies,
sobre los pies de algún desconocido.
Él durmió en micros, en trenes, en aviones.
Se durmió estando de guardia.
Se durmió a un costado de la ruta.
Se durmió apoyado en una bolsa de manzanas.
Él durmió en un baño público.
En un galpón.
En el estadio.

Durmió en un Jaguar descapotable
y en la caja de una camioneta.
Durmió en los teatros.
En la cárcel.
Sobre los barcos.
Él durmió en casillas deshechas y en una ocasión
en un inmenso castillo.
Soportó dormido las frías gotas del agua de lluvia
y los ardientes rayos del sol.
Durmió sobre caballos.

Se durmió sobre sillas.
Él durmió en iglesias, en hoteles de lujo.
Él durmió bajo techos extraños toda su vida.
Ahora él duerme cubierto por la tierra.
Duerme y seguirá durmiendo.
Igual que un rey antiguo.


Retozo de gustito. (Y esto es mío).


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