jueves, 16 de mayo de 2013

Que no

Al borde de un verano que no llega y a punto de tirar la toalla en mi esfuerzo por intentar aprobar el Módulo 6 de Inglés en la Escuela Oficial de Idiomas, llego a un jueves raro después de un San Isidro de descanso y deporte.

Raro porque no hay sol que valga, llueve polen, y yo, que nunca había tenido alergia, empiezo a estornudar sin parar y parece que tuviera astillitas en los ojos. No dejo de beber agua para aclararme la garganta, que se me seca a cada instante. Entre estos esfuerzos por mantenerme sana frente a un aire insalubre las noticias continúan el ritmo de siempre. Malas, chungas, penosas, no hay grados cerrados, cada día añado un nuevo "estado" a lo que sucede, voy modificándolo ya que siguen sorprendiéndome las agresivas técnicas de este gobierno que nos desgobierna y nos inutiliza para hacernos formar parte de esa política retrógrada y obscena de la que me reiría si pudiera.

Pero esto es serio, no es para reírse. Dentro de poco habrá movilizaciones (entre todas las que ya ha habido) para que dejen de meterse en nuestras vidas, las de las mujeres, a través de telediarios y de espacios públicos, desde los púlpitos y las aceras. Habrá que, una vez más, explicarles a estos señores tan defensores de la vida a toda costa que la decisión de interrumpir un embarazo depende única y exclusivamente de la mujer que está embarazada. Les cuesta entenderlo, habrá que escribírselo, recitárselo, grabárselo. Mientras, siguen contraatacando desde los telediarios de la televisión pública con campañas anti-aborto, del sector más conservador del partido que gobierna, y con consejos de "rezos" a los santos para pedir trabajo los parados o recomendando normas para el "decoro" en la vestimenta de nuestras jóvenes, que van provocando -esto salió ayer, lo juro-.

Aleccionar, pretender "enseñar" una doctrina a través de un medio público es más propio de las dictaduras que de las democracias. No me extraña, tal y como se está sucediendo todo en este país que empieza a transformarse en tragedia -ojalá fuera tragicomedia, pero no tengo fuerzas-, pero no deja de alarmarme. ¿Qué será lo siguiente? No quiero imaginarlo.

La marea sube poco a poco y lentamente y muchos de los que empezaron a protestar, eufóricos en su derecho, se han agotado de gritar a una pared, a un muro que no responde. Hemos de seguir gritando, sin embargo. No lo cambiaremos todo -hay cosas que ya jamás serán las mismas-, pero otras sí podrán cambiarse y cambiarán, estoy segura, como la ley de desahucios, por ejemplo. Mucho o poco, hay que hacer que se perciba el malestar y no darnos por vencidos. Si no peleamos, acabaremos ahogados del modo más humillante, sin haber intentado nadar, movernos un poco, gritar, pedir ayuda, protestar, decir que esto no nos gusta.

Decir no es muy difícil y aprender a hacerlo requiere de libertad y de inteligencia. Digamos no y enseñemos a los más jóvenes a hacerlo con un porqué y con un fin.


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