martes, 24 de septiembre de 2013

Humano ocio

Cuando no había crisis y la mayoría de la gente tenía empleo una de las actividades propias del urbanita era pasearse por tiendecillas y hacer alguna compra de capricho. Comprábamos (me incluyo) cosas bonitas porque de vez en cuando es bueno hacerse con algo que no se necesita pero que nos alegra la vista, y en consecuencia el alma.

Uno de los efectos de la crisis en los consumidores ha sido la bajada en picado de este tipo de "ocio" sano y alegre, al que nos ha acostumbrado la sociedad del bienestar y el capitalismo. La realidad es que ahora gastamos lo justo y gracias.

Han proliferado, sin embargo, como una llamada al consumo, los mercadillos de cositas monas en los que se juntan artesanos de distintos sectores para vender su mercancía. Aparte de la Nave de Motores - que ha pasado al Museo del Ferrocarril este último mes- por el centro de la capital y en las callejuelas malasañeras y del Barrio de las Letras que tanto me gustan, aparecen objetos bonitos, no necesarios pero especiales, aglutinados en distintos mercados. Detalles que querríamos tener y que casi no nos atrevemos ni a mirar porque no los necesitamos. Hay variedad de precios para todos los bolsillos.

Agotados los gritos de hartazgo contra el sistema, contra un gobierno chulo y abusón, los ánimos parecen haberse calmado y el inevitable carácter fiestero que nos caracteriza vuelve a aflorar. Salimos, tomamos cañas a un euro, compramos una chapita en un mercadillo. El caso es salir, verse, tocarse, reírse, una actitud muy terapéutica y española con la que la se desahoga la mayoría. ¿Es una negación de la realidad dolorosa? ¿La consecuencia de no ser capaces de enfrentarnos a los problemas y solucionarlos?

Tengo mis dudas. Hay parte de esto pero parte también de impotencia, de dolor, de asco de la tristeza, de náusea ante los titulares desoladores de la prensa, de rabia ante las medidas que va tomando este gobierno sin tenernos en cuenta.

Como durante una guerra, a pesar de estar de luto y en tensión, pendiente de las bajas por si le toca a un familiar o amigo cercano, intentamos olvidarnos a ratos de lo que está pasando y nos damos el gusto de esa caña, de esa chapita absurda, del último libro de nuestro autor favorito. Que no os remuerda la conciencia. Hacerse, de vez en cuando, con algo bonito aunque inútil, es humano.

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