La basura siempre ha sido cosa de pobres. Olvidad las
metáforas. La basura de verdad, el desperdicio auténtico, la mierda, vamos, es
de los pobres. La otra basura está en todos lados y huele fatal. España apesta
nada más llegar a ella. Y once días de huelga de barrenderos da que pensar.
Mi barrio aún no está limpio y las hojas mojadas, mezcladas con
cacas de perro, siguen siendo una pista de patinaje, escenario para el peor de los accidentes. Pienso en la
gente mayor sobre todo, en el peligro que corren al salir a la calle y dar su
paseo diario. Los viejillos de mi barrio, y supongo que no son los únicos, aún
tienen que tener cuidado por dónde pisan. Y es que el Ayuntamiento ha comenzado
a limpiar Madrid, tras la huelga, por el centro y las calles bonitas y
visibles, faltaría más, qué van a pensar sus votantes y los turistas que se
dejan la pasta en la ciudad infecta.
Los barrios como el mío, sin embargo, aún hoy rebosan
basura, como el Ayuntamiento delante del que paso a diario y que durante la
huelga de estos últimos días ha estado acordonado, protegido por vallas azules,
como la sede del PP y el Congreso. A esta derecha le da miedo el pueblo, y no
me extraña, tanta basura cansa.
La basura acorralada, sin embargo, sigue oliendo. Creo que
va a ser difícil eliminar esta peste del todo. Y de hecho, probablemente Madrid
tenga ya un olor nauseabundo para siempre. Cuando un espacio se contamina tanto,
es difícil dejarlo limpio de nuevo, como quitarse uno de dentro tanta decepción
acumulada, tanto asco. Pero hay que intentarlo y volver a hacer esta ciudad
habitable y respirable en muchos sentidos –ahora sí, metaforicemos-.
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