miércoles, 4 de abril de 2012

Y salen y se agolpan

Los dedos se entumecen cuando no escribes. Estás ansiosa, respiras mal, hay algo que tiene que salir y no sabes por dónde empezará a hacerlo si no te pones a escribir de inmediato.

Desde el corazón, que bombeaba con más fuerza cuando comencé a escribir esto, la sangre va bajando hacia las manos y se aflojan las pulsaciones. Llegan las palabras a las muñecas, peleándose por sacar la cabeza al exterior. Entre los dedos me cosquillean y en las yemas, a punto de salir disparadas, las siento y casi podría leerlas a través de la piel.

Cuando por fin salen no es para tanto. Muchas veces no se trata de decir algo original, solo quieren expresarse, manifestar su opinión, llevaban muchos días sin estar ante un teclado y sin poder lucirse, tan bonitas como saben que son.

Habían salido de mi boca, de mi pluma hace dos noches, pero aquí no habían estado desde hace tiempo y saben que las leeréis, que algunos que no conocen las observarán y las analizarán, quizá no a todas del mismo modo, la preposición nunca llegará a sugerir como el adjetivo. Lo saben, pero no les importa porque saben también que son indispensables, necesarias, sin cada una de ellas el todo es imposible. El sentido se lo da el grupo, individualmente poco son.

Termino de escribir, tengo tareas que hacer durante las cuales fabricaré en mi interior nuevos textos que estarán compuestos de estas mismas inquietas y amadas palabrillas que se me cuelan y que pelean por salir después de mí, como si las pariera continuamente, una especie de máquina de producir sentido a las vidas, a la mía y a la de los demás. Cuán poderosos somos sin saberlo.

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