miércoles, 18 de abril de 2012

A la caza

Los católicos, y en general los cristianos, tienen mucha suerte con lo del perdón. Pueden hacer las mayores aberraciones, en nombre, incluso, de su Dios, y pedir disculpas instantes después de lo ocurrido, siglos después también, por las muertes ocasionadas. Algunos, que los hay, no piden disculpas nunca porque matar infieles no es pecado en sus extrañas, exóticas y deshumanizadas religiones.

Ahora, el monarca beodo de estos lares que se cae al suelo no por torpeza, que también, sino más por lo que, se rumorea, es un problema de control de las sustancias consumidas en las juergas varias a las que se entrega con devoción a pesar de sus años, pide perdón y se disculpa patéticamente diciendo que no volverá a pasar, como si fuéramos familiares cercanos o cristianos fervientes, niños pequeños que con solo decir lo siento son automáticamente perdonados. ¿Y qué no volverá a ocurrir, correrse juergas, matar elefantes, emborracharse y caerse? ¿¿¿¿????

No me creo las disculpas de los poderosos ni de los monarcas, mucho menos de estos. El que ha llegado a disculparse no es un abuelillo cercano ni un ser querido al que tenga algo que perdonar. Estamos hablando de la ley, el decoro, la moral, la ética, la justicia. Absurdas disculpas no sirven más que para avergonzarnos más aún y evidenciar la decadencia de la monarquía que ya debería haber muerto, como la costumbre de matar elefantes.

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