No recordaba, no conseguía rememorar en los días malos lo bueno que es estar con un amigo, la charla al calor de una cerveza -fría-, de un picoteo, de un bar ruidoso de los del centro que no sabes dónde te hará acabar ni a qué hora. Eso, en realidad, era antes porque ahora hay que estar muy pendiente de la hora de cierre del metro en el que son mayoría los chavales y gente joven pero en el que también te encuentras a los que, como yo, han tenido su noche, han cumplido con sus obligaciones sociales y tienen que regresar a casa. No hay pasta tampoco para mucho más. La otra opción es reunirse en una casa, y es una opción fantástica, pero también te obliga a terminar a una hora, al regreso puntual.
En el andén cabeceo aunque intento leer las noticias de última hora, a ver qué ha sucedido en mi ausencia de la preocupación, aunque los temas tratados con los amigos con los que he estado han girado en torno a la frustración y a las esperanzas en un futuro quizá en otro lugar lejos de este país. Ya son muchos los que se han ido, el grupo va menguando, y por lo que intuyo y me cuentan, habrá más.
El motivo de reunión de ayer era el cumpleaños de un amigo extranjero que vino aquí buscando algo mejor y sin duda lo encontró y la visita de un amigo español que decidió irse a la búsqueda de su sueño y que parece que lo ha encontrado. En resumen, se juntaron los sueños anoche y también, cómo no, las asperezas, las quejas, el dolor, la angustia que hiere y deprime cuando no puedes llegar a fin de mes, que les sucede a muchos de los que me rodean. Entre cerveza y tortilla de patata, tarta de frutas y risas, despedidas, besos, mucho sueño, cariño a raudales.Un despertar agridulce por los que se quedan aquí a disgusto, por los que se van de nuevo a tierras extranjeras. Mucho amor dentro esta mañana.
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