domingo, 15 de abril de 2012

Malos tiempos

Durante las buenas épocas se nos suelen olvidar las malas. Basta, sin embargo, un olor o una melodía –las primeras notas son suficientes– para que nos asalte el mal recuerdo y el mal sabor de boca. Pocas veces recordábamos ya últimamente la invasión de las calles para reivindicar, gritar y hacerse oír, al menos con la misma indignación que hace unos años –tan lejanos parecen pero tan cerca en realidad son– cuando la derecha ocupaba, como ahora, el poder.

Nada, absolutamente nada es insuperable y cuando se trata de prohibir, manipular y torturar somos capaces de esmerarnos en cada ocasión algo más que en la anterior y que la última vez. Hay cierto placer en el que crea e impone las reglas y en el machaque del que vela por que se cumplan. La prohibición acarrea protestas e incluso arrastra a realizar lo que no deberíamos, lo que sabemos nos está vetado y se castiga. No hay nada peor que alertar, prevenir de un peligro para que este nos atraiga, precisamente por lo que entraña y puede desencadenar.

No debería sorprendernos ni alarmarnos lo que está pasando en este país de ánimos flojos y decaídos. ¿O sí? A pesar de saber cómo es la derecha, nuestra buena educación democrática y la mala memoria histórica continúan jugándonos malas pasadas, pues confiamos en que el abuso no se produzca una vez más, tan enterrado el pasado.

A mí esta reforma laboral, estas subidas de los servicios públicos injustas, la pérdida de libertades con las reformas del Código Penal, que convierten mi resistencia pasiva a la autoridad en un delito y me puede mandar a la cárcel, ese bienestar que era bien sencillo y humilde por mi parte y se me escapa cada día un poco más como arena entre los dedos, me arrincona y me paraliza de pura vergüenza, indignación y por qué no decirlo, miedo.

Este gobierno maltrata y echa al suelo, y una vez ahí, se ceba en los golpes, apoyándose en su “legitimidad”, la que el pueblo, precisamente, le ha dado, sin saber que lo iban a mangonear de este modo atroz, que hace que pierda toda la esperanza y la ilusión en que esto mejore y en que podamos sentirnos dignos y afortunados de estar vivos, algo humanos.

Y nos quedan cuatro largos años. De necedad, de oscurantismo, de ignorancia, de gris obsceno. Y no se te ocurra reunirte con los tuyos, ejercer tus derechos de agruparte con un fin común, que nos hace personas pese a quien le pese.

Ahora que acaban de cumplirse 35 años de la legalización del Partido Comunista de España, en un llamado Sábado Santo Rojo, tras la Dictadura y ya en democracia, vuelvan a ponernos el yugo creyendo, tal vez, que no lo notaremos, que agacharemos la cabeza y nos quedaremos en casa, aterrados ante lo prohibido, padeciendo la violencia en silencio, haciéndonos creer violentos y díscolos a nosotros mismos, que solo queremos ejercer la libertad y los derechos adquiridos, tanto tiempo peleados, tan pronta e injustamente perdidos y tuneados.

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