martes, 17 de abril de 2012

Qué bala perdida

De un traspiés a un golpe, a un tropiezo, a un tiro errado, a una bala perdida, a una bien dirigida y no a muy buen precio –de treinta y siete mil euros y monárquica–.

Estos días entre tiroteos, por aquí andamos más perdidos que nunca. El rey se recupera de su cadera, su nieto del pie herido y nosotros nos lamemos las heridas como podemos.

Muchos son ya los que no pueden llegar a fin de mes, los que tienen que cambiar de ciudad por no poder permitirse costear los gastos que le exigía una grande, en la que cada mañana te encuentras con una nueva “subida”, algo más que escalar que ya no se puede considerar más como gasto extra, pues tenemos demasiados. Cada mañana un desahucio, una víctima del sistema, una tristeza nueva a las espaldas.

El rey, como los de antaño, se solaza cazando, cazando elefantes. Está cansado y muy preocupado por los españoles, es lógico que necesite cambiar de aires. Yo cuando estoy tensa salgo a correr y voy a nadar, me doy un largo paseo. Quizá ahora que me han prohibido hacer deporte me dedique a matar elefantes, puede que así alivie la tensión que me embarga. Lo malo es que no me va a llegar con veintiséis euros que me cuestan las clases de natación. Me conformaré con cazar moscas mientras veo desmoronarse este país lleno de balas perdidas.

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