sábado, 28 de abril de 2012

LLuvia

Los días de lluvia en invierno son para quedarse en casa. Perdón, rectifico, los días festivos, los laborables, sea como sea, hay que salir. Pero, ¡ay de los días de lluvia en primavera! Caminar con un buen impermeable sin demasiado frío ni viento es agradable, depurativo, como una especie de ritual que pone a prueba nuestra fortaleza y que nos deja desnudos ante la vida. El agua es vidilla, verde, animal, antigua, buena, limpia, extemporánea.

La lluvia en primavera me anima y me sirve de aviso a algo mejor, el verano caluroso lleno de verde alrededor gracias a esa lluvia que tenía que ser y estar.
La lluvia en un verano inglés es Notting Hill y los paseos por los mercadillos con un ligero chubasquero. La del verano en Ámsterdam, mucho  más fuerte, dejaba, después de caer, el olor del río en el ambiente fresco.

Solo la lluvia del final del verano me entristece más si cabe que la del otoño o el invierno porque de nuevo anuncia algo futuro menos afable, el otoño con los días más cortos y una inevitable nostalgia en el interior de uno.

¿Qué hay mejor que salir a la calle un día de lluvia y regresar a casa, que te espera seca y calentita para que descanses?

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