martes, 7 de agosto de 2012

Imagina que está

No quedaban más que la forma y el olor en la sábana aún caliente cuando abrió los ojos medio dormida y miró a su lado. Una "ese" grande podía leerse si se veía desde arriba el colchón. La sábana, como la arena ideal en la que dejar la señal del paso por allí. El olor era perturbador, un incienso mezclado con sudor que le recordó a la última vez que se vieron, unos diez años atrás.

Se puso un té cargado e intentó imaginar cómo sería el mundo ahora que él ya no estaba a su lado. Si habría cambiado algo la luz de la escotilla, si la portera la saludaría del mismo modo, si podría respirar o el oxígeno habría dejado de existir ahí fuera. Miró por la ventana y el mundo le pareció inhóspito. No quería salir a un espacio poco prometedor que la esperaba con hostilidad, atento a cualquier error que ella cometiera, deseando echársele encima para reprocharle un defecto, un fallo en el orden natural de las cosas. "Yo no tengo la culpa", pensó. Pero al mismo tiempo deseó estar bajo tierra, bien hundida en el centro del mundo, esperando a que otras criaturas obraran por ella.

Cuando él la llamó desde la cama y le abrió las sábanas para que se sumergiera allí, en el paraíso de las sábanas frescas, y ser así arropada, sintió que volvía al mundo real, que las fantasías sin él no eran buenas compañeras, que más valía disfrutar de su presencia siempre que él estuviera, que sería hoy, y al siguiente día, y al siguiente, cada vez que ella imaginara su presencia.

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