viernes, 24 de agosto de 2012

Mujeres con vistas


Veo reflejadas mi propia fuerza y mi debilidad en unas mujeres que duermen solas cada noche, cuando se apagan las luces del museo y, o están colgadas en la pared, encumbradas por la fama gracias al que las pintó, o escondidas entre la madera de una caja que las protege del daño ajeno.


Son un grupo de mujeres mudas y libres que dicen muchas cosas, entre las más importantes que están solas voluntariamente, porque así lo han decidido. Seguramente algunas han huido con lo puesto de un matrimonio acabado de antemano, sin amor, que no han podido soportar. Otras han escapado de las manos de un marido violento. Alguna, quizá, solo quiera pensar sobre el futuro que le aguarda sin distorsiones ni ideas que la dispersen. A lo mejor es una mujer que ha de operarse y necesita recapacitar, hacer un examen de conciencia por si las cosas no salen bien, se trata de una operación arriesgada, ya se lo han avisado. Todas parecen tener algo en mente, no es banal su paso por el mundo.

A veces están sentadas en una cama. Pueden acabar de llegar al cuarto de un hotel y que no les haya dado tiempo ni a deshacer  las maletas, aún en ropa interior, sin haberse refrescado tras el largo viaje, y se sientan al borde de la cama para releer de nuevo el papel donde están anotadas las indicaciones que le han dado y un dibujito del plano de la ciudad. Puede que una de ellas quiere ser escritora y aún sea demasiado joven para saber si lo conseguirá.

Las hay que miran de pie el día, con una toalla en la mano. Otras se muestran distraídas mientras el público de la sala de cine sumida en la oscuridad ve la película. Como acomodadoras que son pueden permitírselo. Jóvenes, maduras, blancas, negras, suelen asomarse a una ventana o a una puerta. A veces las vemos desde la calle a través de un cristal, y están tomando algo o trabajando. No siempre están solas en estas ocasiones, pero el resto de personas que las acompañan parece ser un motivo para destacar su gesto o su belleza, para mostrarnos su interior. En muchos otros casos vemos, curiosos, como voyeuristas, el interior de sus cuartos y de sus vidas, y adivinamos el exterior que observan, confuso a nuestros ojos porque solo tenemos tiempo para ellas, sus perfiles, la mayoría de las veces con los rostros semiocultos. Las observamos sin ser vistos en momentos de intimidad que nadie debería haber violado.


Hopper narra una historia de América, el paso a la civilización a través de las nuevas carreteras, las primeras gasolineras solitarias o cuidadas por matrimonios hastiados y pobres, el tren como paso a la modernidad. Y son estos, al mismo tiempo, elementos que indican transición, el cambio de un estado a otro, de una vida a otra. Los cuadros de escaleras de subida y de bajada que pintó terminaban en pasillos y puertas que nos llevaban a una lugar desconocido, nunca claro en el cuadro, como si lo estuviéramos soñando.

Pero Hopper no solo refleja una historia de América, también la de las mujeres que hicieron esa historia y que comienzan a poder estar solas, a viajar sin compañía masculina en un tren, a elegir quién quiere que las acompañe. Son mujeres observadoras que leen y piensan, en absoluto estúpidas, más bien listísimas, y son las precursoras de este mundo nuestro compuesto por solo unas pocas mujeres libres. Todavía.

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