domingo, 19 de agosto de 2012

Amistad en tiempos de crisis

Supongo que existirá más de un estudio, y mucho más de uno y dos ensayos sobre la necesidad del encuentro entre amigos en épocas de crisis. Lo que reconforta volver a verse después de unos meses con esos dos, tres amigos con los que uno se siente como en casa y puede reír y llorar sin pudor ni vergüenza vale más que mil sesiones de terapia y frustración en soledad pensando en lo que será de nosotros.

El mundo parece haberse vuelto loco y hacerse el olvidadizo en cuanto a las mínimas normas de convivencia y tranquilidad que le habíamos pedido. Pero lo hicimos mal y el pacto se ha roto. Todo está un poco loco y envilecido. Lo más canalla ha aflorado en todo país y continente. Siempre ha habido una parte delirante entre la cordura, un mal frente al bien, un diablo entre nosotros que nos hace permanecer alerta y ser personas, ser incluso algo mejores. Pero el "todos juntos por un bien común" parece estar en decadencia y obsoleto y el sálvese quien pueda gana terreno.

"Entre este caos y tristeza generalizadas apareció la palabra...", podría comenzar la crónica de estos tiempos escrita para los del futuro, las generaciones que nos observarán y querrán no repetir la locura pero probablemente no podrán evitar hacerlo. La palabra es poderosa, tan poderosa que si uno nombra correctamente lo que sucede, un accidente, un asesinato, una violación, un abuso... no hay vuelta atrás. "He sido violada" nunca podría confundirse con "He sido molestada". Sabemos la diferencia entre unos y otros casos, entre la importancia de unas acciones y la banalidad de otras. Lo que sin duda ha cambiado es el valor de violación o asesinato, que de tanto leerlas pasa como con el juego de repetir una palabra muchas veces hasta que pierde su sentido y suena extraña o el clásico "jamón, jamón, jamón..." que nos lleva al clero y a la mujer casada con Dios. Son palabras que ya no dan miedo y no tienen la fuerza que tenían. Hay que volver a "escuchar" las palabras, de verdad, con el corazón, entendiendo lo que significan.

Ya no hay dios ni dioses y alguien parece haberse apropiado de los significados originales de las palabras. Los amigos parecen haberse convertido únicamente en caras sonrientes en nuestros contactos de una red social. A algunos ni siquiera los conocemos pero su rostro y sus aficiones nos animan a apretar el botón de "amigo" con seguridad, y así sumamos mil, tres mil, cuatro mil amigos, mientras la tarde de domingo se desliza en soledad.

Las grandes ciudades agosteras dan para estas reflexiones y para muchas otras que quedan por hacer. En este fin de semana de reencuentro con viejos amigos (no amigos viejos) en una ciudad pequeñita y acogedora, las risas y las palabras nos han unido a todos más si cabe y nos han hecho un poco más felices. En los tiempos que corren esto es mucho y valioso y me siento una privilegiada. La amistad, en tiempos de crisis, arraiga y no hay quien la arranque, es demasiado fuerte.

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