domingo, 12 de agosto de 2012

Al despertar

El sol ya está muy alto cuando me despierto. No se oye más que un pájaro a lo lejos, no es una gaviota aunque el mar está cerca.

Tengo la piel tirante del sol del día anterior a pesar de la ducha y las cremas, y en la almohada distingo alguna que otra arena, finísima, que me hace pensar en los años que tendrán esos restos, de la cantidad de olas y pies que han participado en su desgaste para acabar en mi almohada, la de una casa de amigos que más pareciera la de un cuento. Paredes pintadas de colores vivos, ventanas con visillos y madera a cada instante. El suelo cruje cuando lo pisas y sé que se oye desde abajo.

A lo lejos distingo el llanto del bebé de mi amiga y la oigo trastear y cómo el llanto deja de oírse, probablemente la criatura ya comiendo entre los brazos de su madre.

Bajo a desayunar al comedor pero antes paso por el jardín. Abro la puerta principal y me asomo. Me recibe un sol abrasador y luminoso, insólito en esta zona. En la segunda galleta y con el primer café, llega mi amiga con el bebé alimentado y limpito. Lo sienta frete a nosotras. Estamos de buen humor, reímos, él ríe con nosotras. Charlamos, miramos al bebé, despertamos nuestras conciencias, bromeamos como niñas que nunca han sido mujeres. Somos mujeres que no han dejado nunca de ser niñas.

Baja el resto de la casa al comedor, poco a poco, a la llamada del aroma del café, del hambre. Cuando acabamos nos preparamos para la playa. Va a hacer otro día de calor que en este Cantábrico es poco habitual y por ello más deseado. Todo el mundo habla del calor. De donde vengo es habitual y me hace gracia su alarma. Yo estoy en la gloria.

Nos echamos la crema y nos tumbamos al sol, damos un paseo y continuamos con las confidencias. Bromeo con  mi amiga, nos vayamos, miramos el horizonte con sonrisa de sal y ojos achinados por el sol. El momento es tan único que quiero guardarlo y lo hago, lo almaceno bien escondido en la memoria.

Al despertar esta mañana en mi cama de la gran ciudad me ha parecido oír el llanto del bebé, mañanero, pidiendo alimento, y he visto la sonrisa de sal y sol de mi amiga en el techo del cuarto.

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