Las aventuras muchas veces comienzan siendo pequeñas
escapadas o salidas a un día cualquiera sin demasiadas sorpresas. Las buenas
aventuras incluyen ver cosas nuevas que nos sorprende. Las aventuras no siempre
apetecen, pero una vez que uno se embarca en ellas se aprovechan.
Me quedan unos pocos días para estar en Londres, para
cambiar casi radicalmente de clima, de calzado, de ojos. Unos pocos, muy pocos
días para empezar a ver cosas distintas, caras nuevas, un idioma que no manejo
ni mucho menos con soltura. Solo unos días para visitar a los amigos que un día
hicieron las maletas y se plantaron en Londres con lo puesto y a los que les va
bien, sin duda, mucho mejor de lo que les iba por aquí.
Quiero profundizar Londres y verlo esta vez con ojos de
habitante, “de amiga del amigo que vive allí” porque la primera lo hice con
cuerpo de turista y el rostro no era el mismo, ni yo la misma, por supuesto.
“Mi rostro mañana” –recuerdo a Marías– será el de una mujer que ha visto cómo
se desenvuelve un amigo en la ciudad que visita, cómo vive, cómo piensa, qué
come. Uno siempre desea ver lo mismo
que ven los ojos de las personas a las que ama.
Y es que muchas veces se nos olvida que todos vemos distinto Si lo recordáramos más a
menudo no nos llevaríamos tantos disgustos, no nos sorprenderíamos tanto y
aprenderíamos de las debilidades de los demás a generar una compasión que nos
pondría al nivel del resto, el mismo, nunca por encima, nunca superior. Una
compasión, en definitiva, por nosotros mismos y nuestra vulnerabilidad.
Qué mejor ejercicio de humildad que viajar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario