Hoy tengo el corazón de canción francesa y el alma de tango.
En el estómago un fado se debate por salir o quedarse ahí metido –quitándome el
apetito– para siempre. De cantautor y llanto se me llenan los ojos cargados de
edificios que desfilan deprisa. Es el tren, que los mueve. Por las manos me
bailan agujas diminutas, puñalitos clavados al ritmo de un bolero que dice
que si yo digo que vengas, lo dejas todo y vienes. Y es mentira. Lo pido muy
bajito y no sucede. Hoy tengo en la garganta un arrebato de notas y sonidos de
todos los momentos compartidos, repaso de unos años, no solo del que acaba. Y
no trago ni grito. Si pudiera.
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